CAPITULO 1

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Lunes 8 de la mañana, y yo debería estar dormida hasta más o menos las 10 de la mañana, lo cual es cuando comienza mi turno de trabajo, pero no, aquí estoy frente al espejo tratando de domar mi espelucado y rebelde cabello con una cebolleta alta —Parte del uniforme—. Como decía, yo debería estar dormida, pero a la “Señorita” Alana Lancaster, alias “Cruella De Vil”, se le antojó llegar un día antes del cumpleaños de mi príncipe azul, o sea, hoy.

Me presento, soy Helen Hart, tengo 21 años de edad, soy parte de la servidumbre de la Mansión Parrish, la cual pertenece al señor —Que no es tan señor— Joseph Parrish, mi príncipe azul. Me quedé huérfana a los 6 meses de nacida, un terrible accidente de avión me quitó a mis padres.

Mi madrina, Tina Monroe fue quien se encargó de mi todos estos años, pero ella no tenía ni los recursos ni los medios para criarme, por lo que, el señor Michael Parrish, padre de Joseph, quien vivía aquí para ese tiempo le permitió criarme en esta casa, claro, bajo estrictas condiciones.

A pesar de darme una buena crianza, no podía quedarme aquí sin hacer nada; desde muy pequeña trabaje de servidumbre en esta casa, fui a la escuela más barata del vecindario como todos los niños pobres de la zona, obviamente nunca podría haberme pagado una escuela como en la que estudió Alana o el mismo Joseph, ni siquiera tengo para costearme la universidad.

Me coloco mi vestido de sirvienta —Que tanto odio por cierto— Junto al delantal de cintura y lo complemento con mis Vans favoritas. Me repaso en el espejo ¡estoy perfecta! Así que me dispongo a salir de mi habitación.

Llego a la zona trasera de la casa, donde acostumbramos a reunirnos todas las miembros de la servidumbre, junto a mi madrina quien es la jefa y encargada de que todo esté en orden en la casa y de que todas hagamos nuestro trabajo bien.

—Vaya, vaya, alguien llegó tarde, otra vez —Anuncia Santana, la más engreída del grupo.

Mi madrina me observa con desaprobación al mismo tiempo que verifica la hora en su pequeño reloj de mano. Sí, creo que acostumbro a llegar un poquito tarde siempre, pero solo un poquito.

—Helen, vuelves a llegar tarde, otra vez, la reunión tenía que comenzar a las 7:30, ya serán las 8:30 —Me riñe mi madrina.

—Lo lamento, no volverá a pasar, lo juro —Digo encogiéndome de hombros.

—Eso espero. Muy bien niñas, fórmense todas, daré las instrucciones de hoy. —Anuncia mi madrina.

Nos disponemos a formarnos todas en columna, como nos ha enseñado mi madrina, pies juntos, manos entrelazadas al frente, mentón alto. Ella comienza a visualizarnos a todas de cabeza a pies desde el extremo a la columna, hasta que llega a mí. Observa mis pies, luego me mira a los ojos y Frunze los labios.

—Helen —Enfatiza mi nombre—. ¿Cuántas veces debo decirte que usamos zapatos de tacón con el uniforme y no zapatillas de deporte?

—¡Ay, madrina! —Me quejo—. ¡Sabes que odio usar tacones!

—Helen no usa tacones porque no sabe caminar en ellos —Anuncia Santana en tono de burla.

—Cállate estúpida, que tú ni siquiera sabes extirparte las granos del rostro —Replico y Santana comienza a tocarse el rostro.

—¡Ya basta, por favor! Son un grupo de jovencitas bien grandes ya, para que estén con esas niñadas. —Nos regaña mi madrina y todas quedamos en silencio—. A lo que vinimos, como sabrán, la señorita Alana Lancaster llegará hoy, y como todas sabemos, a ella le encanta encontrar todo pulcro y ordenado, además de su ropa bien planchada y ordenada en la habitación del señor Parrish. —Mi madrina dirige su mirada directamente a mí—. Helen, esto también es para ti, por favor, dirígete a ella como SEÑORITA, como a ella le gusta, no por su nombre, por favor, ya he recibido muchas quejas de ti por parte de ella, no provoques tu despido.

CENICIENTA SIN TACONES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora