Las Reglas del Juego.

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7:45 am.

Juan Merino, uno de lo guardias de seguridad de El Escorial, completaba su ronda. Al llegar a la biblioteca observó que había algo extraño en el suelo. Tras acercarse comprobó que se trataba de una pequeña botella de Veuve Clicquot y un par de bolsas de las que se utilizan para envasar al vacío.

Al pronto pensó que las limpiadoras no habían pasado por la biblioteca, pero las baldosas de mármol esperaban relucientes, como cada mañana, el tránsito cotidiano de los turistas. Quizás se trataba de algún compañero que se había tomado allí el bocadillo y, ¡vaya si tenía gustos caros!

Una estantería abierta con algunos libros revueltos le hizo pensar de pronto en hipótesis mucho menos razonables. Llamó de inmediato a central y al cabo de cinco minutos la biblioteca era un hervidero de guardias asustados y conservadores nerviosos, inventariando los ejemplares y los objetos de arte. La biblioteca quedó cerrada al público en espera de los expertos de la policía.

8:05 am.

Alfred Schumann pasaba sin dificultad el control de accesos de la terminal internacional del aeropuerto de Barajas y dirigía su paso firme por la pasarela hacía el Airbus que partiría en unos minutos con destino a Zurich.

Le gustaba utilizar esa identidad en los aeropuertos de Europa. Los alemanes solían inspirar confianza a los agentes de control de pasaportes. Alfred Schumann el directivo de una agencia publicitaria era en realidad Alfred Leaveit, irlandés, hombre de mundo, amante de las antigüedades y las obras de arte. Un amante celoso y fiel al que quizás le costaba demasiado separarse de ellas. Hacía años ya que le había dado un giro a su vida para convertir esa pasión por las grandes obras en su gran negocio, dedicándose a liberarlas de su prisión en los mejores museos para hacer que fueran libres y felices en las cariñosas manos de los coleccionistas, especuladores y adinerados traficantes de todo el mundo. Al menos de los que se podían permitir contratar sus exquisitos servicios.

Pero Alfred se consideraba a sí mismo persona íntegra y honesta, dentro de los parámetros de su oficio: Cumplía con sus encargos, mantenía siempre su palabra y nunca mentía; de hecho, cuando le habían preguntado unos minutos antes si tenía algo que declarar, él había respondido con toda tranquilidad que solo llevaba efectos personales y... algo para leer.

8:40 am.

Uno de los expertos conservadores había descubierto que el hueco que había en la estantería abierta correspondía al lugar que ocupaba el libro de los juegos de Alfonso X el sabio. Un verdadero incunable, el único ejemplar original existente de la obra. Un libro de un valor descomunal.

La policía, a falta de huellas y otras pruebas, había determinado que las bolsas habían contenido sendos sandwiches y que el ladrón no podía ser más que un verdadero profesional: Había burlado todos los sistemas de seguridad y no había dejado más rastro que la botella y las bolsas.

El inspector Jaime Hueros, a cargo de la investigación, había hecho analizar a fondo la preciosa estantería, el mobiliario y los libros sin ningún resultado. Todos los cierres estaban abiertos, ninguno había sido forzado, las cámaras no habían captado nada y nadie parecía haber visto u oído nada aquella noche.

Estaba muy extrañado. Dejar aquellos restos era un verdadero absurdo considerando la perfección en el robo, a no ser... que lo hubiera hecho de forma premeditada. Si, tal vez esa era la firma del ladrón, el sello que dejaba en sus robos. Muy propio de un verdadero profesional, alguien que se permitía el lujo de tomarse un lunch con champán francés en la mismísima escena del crimen. Decidió cruzar datos con Interpol.

10:20 am.

Volar en primera clase tiene sus ventajas, una de ellas acceso a internet de alta velocidad. Aunque Alfred en realidad solo necesitaba enviar unas pocas palabras: "lo tengo, nos vemos a la hora prevista".

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