Espera a que llegue a casa.

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Yuuri caminaba con un poco de dificultad atravesando la calle, el viento había empezado a soplar más fuerte hacía unos días y él no tenía idea previa de cómo sería pasar otoño en Rusia.

Viktor nunca le advirtió, tampoco. Naturalmente, Rusia era fría, así que dio por hecho que Yuuri lo sabría.

A Yuuri le gustaban los climas más cálidos, y aunque no le molestaba un poco de frío durante el día, era distinto a salir, que el viento le pegara directo en la cara y la bufanda le tapara la vista.
Ahí iba, con bolsas de papel con la compra para la semana y un capricho que Viktor le dijo, podrían darse para las noches frías.

En Hasetsu regularmente bebían té durante las noches de otoño e invierno, y beber chocolate era algo relativamente nuevo para él.

Relativamente porque no es como que jamás hubiera bebido chocolate para calmarse el frío, pero es que tampoco lo bebía con tanta regularidad como lo hacía ahora, acompañado de malvaviscos pequeños flotando en la espuma de la taza.

Además, había digerido el nuevo sentido de "hogar" cuando se dio cuenta de que Viktor incluso compró tazas de pareja. Tenía tazas normales para beber, pero a partir del momento en que esas tazas llegaron a la alacena, Viktor se rehusaba terminantemente a beber en otra cuando desayunaban juntos. 

Yuuri secretamente amaba eso, pero mientras solo rodaba los ojos ante la necedad de su prometido y se veía obligado a lavar esas tazas exclusivamente para desayunar con él

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Yuuri secretamente amaba eso, pero mientras solo rodaba los ojos ante la necedad de su prometido y se veía obligado a lavar esas tazas exclusivamente para desayunar con él.

– ¿Y si nos deshacemos de las demás ahora?

– No exageres, Viktor...

Aunque no le parecía mala idea, pues si bien no eran tantas y a él le parecían bonitas, le parecía también inservible conservar algo que no usaran. Yuuri había aprendido a deshacerse de cosas inútiles desde que llegó a vivir con Viktor, pues él llevaba una vida minimalista y le gustaba la ilusión de un espacio tan grande y limpio.

Aun así, prefirió conservarlas, pues también las usaba de vez en cuando las ocasiones que Viktor no estaba.

Golpeó la puerta con el pie y escuchó a Makkachin ladrar del otro lado del muro.

– ¡Llegué, muchacho! Dile a papá que abra la puerta.

Ni terminó la oración y el ruido del picaporte reveló a un fresco Viktor con el cabello húmedo.

– ¿A quién, Yuuri? – dijo con una sonrisa satisfecha.

– Nada, déjame pasar.

Se abrió paso en el recibidor y dirigió veloces pasos a la encimera de la cocina, abandonando las bolsas de compra y dejando ir un suspiro pesadísimo, descubriéndose la cara que se protegía con la bufanda y quitándose los guantes. Viktor se los regaló cuando llegaron a Rusia, eran iguales a los que él usaba pero en un tono azul marino que a Yuuri le encantó. Eran caros, de eso estaba seguro, pero valían cada rublo, y le mantenían las manos cálidas.

🍂Hojas de otoño. [Victuuri]🍂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora