Prólogo

439 12 0
                                    

Prólogo

Calles de polvo, lluvia y muerte. 

Me deslicé como una sombra letal entre la lluvia, la cual levantaba oleadas de un fino polvo desde el helado pavimento, mezclándose con el aire, otorgándole un aroma melancólico y fúnebre,  atravesé la extensión de la calle tan rápido como un depredador puede correr tras su presa, pasando sobre el irregular concreto, que tenía tan poca simetría y un exceso de grietas que sólo facilitaban más el hecho de caerse de cara en él. Las personas pasaban absortas en sí mismas mientras caminaban de un lado a otro con sus paraguas oscuros, como si estuviesen de luto –Vaya ironía­– dije para mí mismo entre risas, mientras torcía por una de las esquinas, donde se ubicaba una casa de estilo renacentista, hermosamente empedrada, con rejas metálicas de unos dos metros que creaban patrones y diseños entre los barrotes, ya despeinado y con el cabello húmedo por la lluvia que no compadecía a nadie esa tarde, y que personalmente nunca me había molestado, decidí apresurarme a llegar al sitio indicado, según la información que había recibido mi objetivo yacía en un callejón que se encontraba cerca, en una calle sin salida de esa misma zona. Suspiré mientras daba un par de pasos hasta llegar a la boca del callejón, que se alzaba frente a mi como un monstruo de concreto y metal que ansiaba tenerme entre sus fauces, fue divertida la idea, ya que yo era el verdadero monstruo, no pueden huir, no pueden evitarme, no a mí; bajé la vista y en un par de segundos, mis pupilas se acostumbraron a la poca iluminación de la calle mojada por la lluvia, rodé la vista por el suelo y lo encontré, ahí estaba mi víctima. 

El cuerpo del hombre se encontraba tumbado en el suelo, la lluvia había diluido la sangre, de modo que lo que antes habría podido ser un charco de aquél liquido carmesí, en ese momento se parecía más a la tinta de un libro que se ha corrido, empecé a caminar hacia él y esbocé una sutil sonrisa entre mis labios, tenía una puñalada en el pecho, el cual estaba lleno de sangre y no dejaba de subir y bajar irregularmente intentando aferrarse a la vida,  nunca he entendido por qué lo hacen ¿Es una reacción natural del cuerpo?¿Lo hice yo también cuando morí? Quien sabe, no valía la pena preguntarme eso, seguramente habían intentado robar al hombre y al resistirse lo habían atacado, lejos de ser una muerte digna me cuestioné para mis adentros “¿En serio vale la pena perder la vida por un objeto?”  la verdad es que no lo sabía, por suerte ese nunca sería mi caso, si la lógica no me fallaba, había que estar vivo para poder morir. Solté una carcajada.

abrí la palma de mi mano y  un cuchillo largo se materializó al instante, lo tomé sin la mayor dificultad, ya que me gustaba sentir el tacto del mango en mi piel, frío, duro, metálico;  di otro paso hacia el hombre, y la suela de mi bota resonó ante el helado y húmedo pavimento, mientras giraba el cuchillo en mi mano y este se alargaba cambiando su forma a la de una guadaña que quizá superaba mi altura, miré el reflejo proyectado en la hoja del arma y pude ver que mis ojos azules brillaban con intensidad sobre el metal, contrastando la oscuridad de la calle adoquinada por el diluvio y homenajeada por las nubes grises que no dejaban atravesar a un solo rayo de sol.

 A medida que me acercaba al cuerpo iba girando mi guadaña, utilizando mi muñeca como eje, y esta adoptaba la forma de cualquier arma que quisiese utilizar, opté por una elección simple, mi hoz tomó la forma de un alfanje con una hoja de un metal oscuro y afilado. Me estaba tardando demasiado, sonreí y de un salto recorrí los tres metros que nos separaban. Cuando finalmente llegué a un lado del pobre hombre cuya propia sangre ya no le permitía respirar, de un movimiento rápido y grácil la hoja entró en su cuerpo generando una mínima onda de choque y pude ver como esos ojos grises me miraban aterrado y al cabo de medio segundo la vida ya los había abandonado.

 Eso es lo que era, un recolector de almas, un Soul Reaper, nunca me verían vistiendo algo que no fuera negro porque mi estado permanente era el luto, pero oh, sin duda me verían, tarde o temprano, pero lo harían. Sin embargo no quiero que pienses que yo soy el malo, acudo cuando a las personas les ha llegado su hora, después de todo… Nadie puede vivir para siempre ¿O sí?

Recolectores De Almas - El juicio de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora