La leyenda de Leila

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Cuenta la leyenda, que más allá de dónde el sol se pone entre las dunas, había un pequeño poblado dónde vivía una humilde familia pobre con pocos recursos. Un día, al parecer normal y corriente sin nada especial, la joven Leila se preparaba para ir al mercado cómo cada mañana para a realizar algunas compras que su madre le había mandado. Esa era la mejor tarea que pudieran ordenarle, pues le encantaba sentir el olor de las especias como la pimienta, la canela o la menta mezclado con el olor del cuero de la parada del marroquinero, observar las pequeñas obras de arte que realizaba el alfarero al final de la calle, y apreciar las bellas telas que los mercaderes de textil traían cada semana con diferentes texturas, colores y estampados. Aunque sin duda su lugar favorito era dónde vendían joyas y todo tipo de adornos, desde pendientes hasta bolsas y monederos.

La muchacha se perdía entre tanta belleza hasta que de repente se fijó en un hermoso collar. Un medallón de oro viejo con forma de candil y una pequeña inscripción de un pequeño proverbio árabe escrito en la base:

Lo pasado ha huido, lo que esperas está ausente pero el presente es tuyo

Se quedó mirando la inscripción un buen rato, estuvo absorbida por esa joya hasta que escucho una voz:

- ¿Es muy bonito, verdad? Me lo vendió hace años un misterioso hombre del desierto. Me dijo que era muy valioso pero que tenía que deshacerse de él... un poco extraño, pero si no hubiese cosas extrañas, mágicas y misteriosas el mundo sería un lugar aburrido, ¿No crees? Aunque aquí lo verdaderamente extraño es que esta joya la tengo aquí desde hace años, pero la gente solo lo mira. Nunca lo compran.

-Es hermoso, pero lamentándolo mucho no tengo suficientes monedas para poder pagarlo. -Respondió a la oferta con un destello de tristeza en sus ojos.

- ¿Cuánto puedes pagar por él?

Puso las manos en sus bolsillos y saco unas monedas. A lo que la vendedora respondió:

- Te lo dejo en diez.

- ¡Cinco! -Regateó al instante. ¡Todos sabemos que los árabes son unos expertos en regateos! ¿Sino, cómo hubiese conseguido que la vendedora al final le vendiera el medallón por ocho monedas?

Cuando Leila llego a casa, tras ayudar a su madre a guardar todas las compras, preparó un té para su abuela enferma y se lo trajo a la cama donde reposaba casi ya sin fuerzas. Toco la puerta con los nudillos y entro a la habitación diciendo:

- Buenos días, abuela. ¿Qué tal has dormido? Mira, te he traído un té. Ya verás cómo te sienta bien y te pones mejor.

- Muchas gracias mi niña por ser tan buena. Pero ya no me voy a poner mejor. Pronto me voy a marchar y vas a tener que aceptarlo. Eres fuerte y nada te va a detener, ni siquiera el hecho de que mi tiempo esté terminando.

Al oír esas palabras débilmente dichas por su abuela, a Leila se le cayeron unas cuantas lágrimas que no pudo evitar. La abuela sonrió forzosamente.

-Eres una chica maravillosa, no lo olvides, ni siquiera cuando esos que quieran hacerte daño vayan a por ti. Para mí siempre has sido mi nieta.

-Pero abuela... ¡Yo ya soy tu nieta! - contestó pensando que ya no tenía la cabeza en la tierra.

-Supongo que tus padres nunca te contaron tu verdadera historia. Puede que algún día lo hagan, más no debes enfadarte cuando llegue el momento. En este mundo hay razones para todo.

Al oír esas palabras Leila corrió a pedirle explicaciones a su madre.

- Madre, ¿qué es eso que dice la abuela de que no soy su nieta?- al mirar a los ojos a su hija supo que no podía continuar mintiéndole. Tenía que contarle la verdad.

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