En una playa del Caribe. 7:03 pm.

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Bruno me contó que había llegado a odiar a Jimena. Que en aquellos días malos en los que su vida no dejaba de torcerse y asfixiarlo, pensaba en ella y quería romper cosas. Sin control. A lo loco. Que la odiaba por todo lo que era. Por esa expresión de suficiencia que ponía cuando quería tener la razón. Por la forma de hincarse las uñas en la palma de la mano para no mordérselas. Por su mirada airada. Por esa sonrisa falsa que no le llegaba a los ojos. Mucho y muy fuerte. Tanto y tan fuerte como la quería. Por esa expresión curiosa que se le ponía cuando algo captaba su atención. Por esa forma de tocarse el labio cuando se ponía nerviosa. Por esa sonrisa sincera que la hacía brillar.

Supongo que debería empezar diciendo que ninguno de los dos era una mala persona. Quizá tampoco la mejor, pero ¿quién lo es cuando te encuentras con alguien que te mantiene permanentemente despierto, que no esperabas, que ni siquiera quieres en tu vida y que no llega en el momento adecuado? Bruno y Jimena eran tan imperfectos que dudabas al verlos que de lo suyo pudiera salir algo bueno. Sin embargo, la vida acaba por enseñarte que la perfección es soberanamente aburrida. Bruno ya lo sabía, pero conocerla a ella, con todas sus contradicciones, le dio la razón una vez más. Por otra parte, siempre han sido de los que creen que los límites del bien y del mal son cuestionables cuando la vida te sitúa en determinadas situaciones. El caso es que no eran unas malas personas, ni mucho menos, aunque sí que se portaron mal. Jimena con Bruno, Bruno con Jimena... No sabría decir en qué momento dejó de ser algo bueno para convertirse en un castigo para ambos. Hablo de quererse, aunque fuese en silencio. Y dejadme decir que querer en silencio es, como poco, doloroso. El amor debería gritarse siempre.

La primera vez que Bruno me habló de Jimena lo hizo sonriendo... Jimena, tan pequeña, tan frágil en apariencia, con los ojos tan llenos de vida y tan perdida en un mundo que creía quedarle demasiado grande y que al final se le quedó pequeño. Una apariencia de muñeca de pelo negro, mirada intensa y sonrisa dormida que caminaba por el mundo de puntillas para no hacer ruido ni molestar. Lo que pasa es que las cosas bonitas suelen dar pasos atronadores sin darse cuenta y así fue como Jimena llegó a la vida de Bruno, sin avisar, poniéndolo todo patas arriba y componiendo con sus pies la canción más bonita del mundo. Reitero que no era una mala persona, no sabía serlo, solo estaba asustada y tenía un orgullo escondido muy dentro que solo él supo liberar. Sin embargo, quizá él sí que lo fue. Quizá se portó mal sin querer, porque quererla le parecía suficiente para que lo demás dejase de importar tanto. Quizá lo fue por rendirse antes de tiempo. Quizá por retrasar tanto lo inevitable, incluida su propia felicidad. No lo sé... ¿Cómo puedo saberlo yo sin haber estado en su piel? Lo único que sé es que se quisieron tanto que fueron incapaces de besar a otros, tocarlos, olerlos y no buscarse en sus manos. Solo sé que el amor a veces puede tomar forma y palparse, aunque sea a través del papel fotográfico.

El sol comienza a no brillar tanto sobre estas aguas cristalinas. La brisa es cálida y salada, y en el ambiente se respira algo bonito. Hago una última foto y me marcho, sonriendo, pensando que serán instantáneas suficientes para rellenar los espacios en blanco.


Caótica JimenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora