Jimena

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Estaba tan nerviosa que me sentía las manos temblorosas sobre el teclado y una ligera capa de sudor en la parte superior del labio. Que me sudaba el bigote, vaya, y me aterraba que se notara el brillo a través de la pantalla.

«Jimena, relájate. Solo es una entrevista y no quieres cegar a nadie con el reflejo de tu sudor, ¿verdad?».

Me había cambiado tres veces de ropa para al final elegir la más neutral que tenía en mi armario, una camisa gris de cuello cerrado, acompañada por un moño bajo recogiendo mi pelo y unos sencillos pendientes de plata. De cintura para abajo, unos vaqueros negros con rotos en las rodillas y calcetines de colores. Me sentía un poco como esas chicas del telediario a las que por todos es sabido que solo les preparan lo que se muestra en pantalla y después, al levantarse, descubres que van en mallas y zapatillas de deporte.

Al menos pensar en eso me hacía sentir menos ridícula por no haberme dado cuenta antes, siendo ya demasiado tarde como para arreglarlo, de que estaba tan nerviosa que aún iba en zapatillas de estar en casa. No debes olvidar mi sudor como complemento.

Joder... No tenía muchas esperanzas de que saliera bien, pero tampoco quería que me recordaran como la chica del bigote brillante entre un montón de candidatos mucho más preparados que yo, que ni siquiera tenía aún muy claro cómo había llegado a estar en esa situación.

Un blog personal que había ido aumentando en visitas, un par de recomendaciones en revistas destacadas y una propuesta de presentarlo a un concurso para ganar una beca en una importante compañía de comunicación.

Bueno, más que una propuesta había sido una decisión tomada exclusivamente por mi primo Adrián y que había llevado a cabo a mis espaldas al enterarse de la oportunidad que presentaba una de las empresas con la que él llevaba colaborando tres años como informático.

El caso es que un día había recibido un correo de dicha empresa interesándose por mi proyecto y un mes más tarde allí estaba, incluida en el grupo de finalistas para luchar por la beca, que consistía en anexar el blog ganador a la web de su revista de moda más prestigiosa como parte de su carta de entretenimiento virtual. Una posibilidad de hacer lo que yo hacía en mi casa en pijama, pero en una ciudad llena de oportunidades, colaborando además en otras secciones como parte de la formación que ofrecían y cobrando por ello.

Era acojonante.

Entre otras cosas porque en el blog en cuestión yo no solo hablaba del sector textil, sino que lo intercalaba alegremente con las chorradas que se me pasaban por la cabeza, como lo enfadada que estaba con mi amiga Laura por su manía de organizarme citas con hombres que ni conocía ni deseaba conocer, la incapacidad que aún, con mis veinticinco años, seguía teniendo de decirle a mi madre que cocinaba de pena y siempre con demasiado aceite, o lo mal que llevaba tener que buscar modelito cuando me invitaban a una boda y no sentirme disfrazada. Esas cosas que a todas nos amargan la vida, pero que en realidad no tienen la más mínima importancia y que parecen hasta ridículas en cuanto las comparas con problemas de verdad.

Es cierto que me esforzaba por mantener al día algunas secciones dedicadas a las nuevas tendencias, un espacio sobre complementos imprescindibles y artículos esporádicos sobre la historia de la moda. Pese a ello, podía categorizarse más como una especie de diario virtual que se había convertido, sin yo pretenderlo, en una exposición pública del mal funcionamiento de mi cerebro que como un lugar en el que encontrar algo interesante relacionado con el tema en cuestión.

El único rincón de mi vida en el que me permitía ser más yo y menos el ideal que tanto me esforzaba por conseguir.

No tendría muchos amigos, pero aquel blog había llegado a la friolera de cinco mil seguidores en un lapso de tiempo demasiado corto, lo cual me indicaba lo triste que era mi existencia, cuando lograba ser más atrayente en la red, escondida en la seguridad de mi habitación, que en carne y hueso.

Caótica JimenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora