En un paisaje alejado de toda comunicación humana, el sol acariciaba a todo ser viviente con sus rayos, bañando de luz las verdes extensiones de campo más allá de la vista; los ríos cristalinos y calmos; y los nidos de los pájaros construidos en frondosos árboles esparcidos por la zona.
Ahí, en ese paraje lleno se vida, se alzaba una construcción ostentosa que parecía brillar a simple vista, como una ilusión del paraíso distraía a los viajeros con su fachada que imitaba a un castillo medieval sin estar cercado por murallas, baluartes o fosos. Emulaba una fantasía romántica de una construcción hecha en una novela, acompañando la naturaleza, magnifica, pero sin un real uso práctico más allá del punto artístico, como si de una pintura se tratase.
El interior tampoco se quedaba atrás, lleno de adornos hechos de oro y plata; altas cortinas llenas de bordados rebuscados en patrones complicadísimos enmarcaban los ventanales translúcidos, absortos de toda suciedad; y escaleras infinitas hechas del más caro mármol dormían bajo la alfombra. Así lo mantenía aquel criado de salvaje cabello, quien por más que batallase, perdía siempre la lucha el gel por mantener las hebras pegadas al cuero cabelludo.
Izuku siempre trató de mantener todo bajo control, siendo él el único empleado de la servidumbre, para así no desatar la furia de su amo. Al salir el alba, se encontraba ya en la cocina preparando el desayuno, sirviéndolo en la mesa y en frente de la imponente puerta de madera tallada con los pies bien juntos, listo para despertar a la bestia.
Pero no todo era malo en su vocación –que fuese trabajo si no estuviese totalmente dedicado a ello–, luego de la pelea matutina, se encargaba Izuku de mojar la esponja con abundante jabón para hacer espuma y tallar con más suavidad de la que merecía, la piel del amo, que estaba entre esta vida y la de sueños, por lo que simplemente se dejaba hacer sin quejarse.
Habría que hacer hincapié en el motivo por el cual Izuku sirviese solo en aquel castillo (o debería llamarlo explotación brutal), ninguna suma de dinero era lo suficiente para que se quedara nadie, excepto él.
El amo Bakugou se lo preguntaba de vez en vez, cuando levantaba la mirada de entre las montañas de papel que debía leer y organizar, veía por la ventana como su criado cuidaba con una gran determinación los rosales del jardín y para su asombro, observaba como se sacaba los gruesos guantes para tocar los tallos y quitarles las espinas sin ninguna protección. Así, hasta que notaba como el sol se posicionaba en el punto donde los rayos traspasaban los mechones verdosos, tonándolos naranjas e Izuku levantaba la mirada ágata hacia él, recordando que debía servir la merienda y preparar la cena, corriendo hacia adentro dos minutos antes de recordar que olvidaba los utensilios de jardinería y volver. Katsuki se reía por dentro cada vez, volviendo así al papeleo como si nada.
Luego, por la noche, cenaban juntos en la misma mesa por orden del amo, desafiando los límites del papel que le correspondía a cada uno, límites que de todas formas nadie sabría que pasaron, excepto ellos mismos, lo que a ambos les quemaba en la parte de atrás de la cabeza. La primera vez que este suceso ocurrió, Bakugou detuvo al muchacho de pecas cuando atravesaba la puerta hacia la cocina, dispuesto a tomar su propia cena "¿Qué haces, bastardo? No creí que tu educación llegara al punto de dejarme tomar este vino a solas.", e Izuku no dejó de darle vueltas al asunto, notando agradable esa sensación de pertenecer a un lugar.
Entrada la medianoche, Izuku se colaba a la habitación luego de dos golpes secos en la madera, con una vela pegada con el propio deshecho de cera en el platillo dorado sostenida en su mano derecha y en la izquierda, una bandeja en la que cargaba una tetera preparada con infusión de manzanilla, una taza bocabajo en su platillo de porcelana a la par de una cucharilla y una toalla caliente. Tomaba el mínimo de tiempo entre dejar ambas cosas en la cómoda y voltearse al amo, para notar que este se encontraba listo en la ropa de dormir, pasándose la toalla por la cara. Ya envuelto en las sábanas de plumas, Izuku extendía la taza de té a sus manos, sentándose él al borde de la cama, dispuesto a escuchar la historia que su amo tendría para ese día. Se había convertido en un ritual cada noche.
Uno de tantos días, cerca del mediodía, Izuku esperaba pacientemente por el dueño de aquellas tierras para almorzar, decidiendo repasar la limpieza en la biblioteca. El plumero dejaba que cayera el polvo de los libros sobre su cara, haciéndole estornudar y estornudar como un descosido, por lo que su resentida nariz quedó del tamaño de una cebolla, como si estuviese llorando desconsolado toda la mañana. Dejó la tarea mientras buscaba por un trapo limpio, dejando que el agua botase la suciedad de su piel, apenas se terminó de secar cuando escuchó el chillido de las bisagras y posterior a ello, el golpe de la puerta que retumbó el suelo hasta donde se encontraba.
Con el corazón en un hilo, partió al recibidor, donde Bakugou se deshacía de su ropa tirándola al suelo, totalmente mojada, de su boca salían las más temibles maldiciones que harían quedar a un mercader medieval como un niño llorando por un dulce. Miró al criado con desprecio, ordenando la comida en lo que iba a cambiarse de ropa.
Izuku recogió las prendas con rapidez, notando las manchas de lodo en ellas. Extrañado, corrió la cortina del ventanal que daba al primer patio exterior, encontrando un charco de gran tamaño en el cual las salpicaduras alrededor indicaban que alguien se cayó recientemente. Mitad divertido, mitad apenado, salió a la cocina, lanzando la ropa al lavadero de piedra que se encontraba afuera.
Se lavó las manos y aseguró que la comida siguiese caliente, sirviendo los platos en la mesa, donde Katsuki ya estaba sentado, de brazos cruzados, párpados abajo y ceño fruncido.
Al primer bocado de la sopa de verduras, su cara se deformó en asco.
Izuku se encontraba parado a la par de la silla, listo para los gritos que no tardaron en llegar, el amo golpeaba la mesa como un loco y en un arranque del más puro odio, tomó el plato para dejarlo ir con todas sus fuerzas a la ventana, rompiéndola en miles de fragmentos.
Después de escuchar la porcelana quebrándose a los pies del rosal que por tanto tiempo cuido, Izuku, con rostro calmado tomó la canasta de pan, la bandeja con carne, vertiéndole la copa de vino encima, envolviéndolos en el mantel y también lo tiró todo por la ventana.
Los cristales amenazaban con quebrarse, por como gritaba Bakugou.
–¡¿Pero qué haces, inútil?! ¿Cómo te atreves? ¿Quién te crees que eres?
Izuku le miró a los ojos y respondió:
–Perdone, amo Bakugou, pero no pretendía hacer nada incorrecto. Como tiró la sopa por la ventana di por hecho que quería almorzar en el jardín, ¿no está maravilloso el clima hoy? Con gusto cortaré una rosa para usted.
El rostro de Katsuki ardía de lo rojo, esta vez no debido a la furia. Se levantó poniendo con firmeza las manos en la superficie de la mesa y miró una vez más al criado, dando pasos agigantados hacia el final del comedor y despidiéndose con un gran portazo al salir.
Esa noche, Izuku encontró una rosa con espinas descansando sobre sus sábanas.
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El amo y el criado
FanfictionInspirado en el cuento del mismo nombre, publicado en el libro de la editorial Albalearning "Cuentos populares"