Él

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-¿En qué estás pensando, Jose?- me preguntó un día, en biblioteca, al notar mi silencio-. Dale, decime directamente.

"Ah, nada, sólo me estaba imaginando lo lindo que sería que te dieras cuenta de que lo nuestro es más que una amistad y que deberíamos ser amantes y tomarnos de la mano y besarnos y compartir un departamentito en Palermo y tener hijos y vivir y envejecer como una familia", confiesa mi mente.

-Ah, nada, sólo me estaba acordando de esa escena del tercer libro de...-mintió mi boca. Cómo me dolía mentirle.

¿Cómo podía decírselo? ¿Es que ella no se daba cuenta de cómo la miraba constantemente, con ojos lejanos y soñadores? ¿Es que no contaba todos los mensajes que le enviaba por día? ¿Es que no notaba que yo solo sonreía cuando estaba con ella? ¿Es que no veía lo importante que ella era para mí? ¿Cómo podía decírselo, si ella no se daba cuenta de nada, si ella no sentía nada por mí?

Sabía que no era correspondido. Sabía que nadie aceptaría que formáramos una pareja. Sabía bien cuál era mi lugar. Pero aun así, no podía dejar de soñar, de fantasear, de fingir, de romantizar, de mentirme sobre la vida que podríamos compartir.

Pero, en vez de eso, ella ya había decidido compartir la vida con él.

-Che, ¿ya te comenté que ahora estoy de novia con Tomás?- me comentó casualmente en medio de la conversación.

-Perdón, ¿qué? No entendí bien- y eso era verdad. La había oído muy claramente, pero mi mente se negaba a entenderlo.

-Que estoy con Tomás- sonríe. La miré fijamente mientras inclina la cabeza y el pelo, ahora teñido de un rosa vibrante, se le deslizaba sobre los ojos. Su perfume a lavandas me empalagaba-. ¿En serio no te dije? No me digas que no lo viste venir. Anteayer estuvimos en un quince y terminamos bailando juntos y chapando, y desde entonces...

Y yo ya ni la escuchaba. En ese momento solo me importaba que ella no notara las lágrimas que ahora se agolpaban detrás de mis ojos.

-Tengo que irme- logré musitar, luchando para que la voz no me temblara, mientras me levantaba.

-¿Qué? ¡No te vayas! ¿Por qué te ponés así? ¡Jose!

Pero, por más que adoraba el sonido de su voz, me alejé a toda velocidad de ella. Mientras corría por los pasillos hacia la puerta, bajo el peso aplastante de un silencio interrumpido solamente por mis lloriqueos patéticos, empecé a listar todo lo que cambiaría a partir de ese momento.

Ya no compartiríamos tantos momentos, porque ella iba a estar muy ocupada compartiéndose con él. En vez de charlar sobre nuestras vidas, ella iba a charlar sobre él, y sobre lo atractivos que eran sus ojos azules, su cabello teñido de rubio, sus músculos, su talento en el futbol y su auto marca Porsche (aunque, en verdad, lo único que recuerdo sobre él es su cara de neandertal). Todos los días, en los recreos o a la salida, tendría que verla abrazando a Tomás, besándolo, riendo con él, sonriéndole a él en vez de a mí, y fingir que no me importaba. Iba a ser insoportable.

"Vamos, Jose", me digo. "Podría ser peor. Al menos no vas a tener que soportar verlos juntos durante los fines de semana. Y todavía vas a poder charlar con ella sobre otros temas. Y... ya va a pasar. Sí, seguro que cortan enseguida. Si Tomás es un tremendo pelotudo que está saliendo con ella sólo por su físico. Esta relación se va a arruinar enseguida."

Y tenía razón, en parte. La relación se arruinó enseguida, pero no se terminó.

La mayoría de los momentos que ellos compartían, por románticos que parecieran al principio, incluían discusiones, gritos, insultos y amenazas. Sí, ella charlaba sobre él conmigo, pero más que nada para llorar en mi hombro y quejarse de lo aburrido que era, de su odio por la lectura, de cómo siempre olía a nafta y a sudor, de cómo nunca podían estar de acuerdo en nada, de lo poco que ella le parecía importar. Sí, pasaban mucho tiempo juntos en los pasillos, pero rara vez se los veía sonriéndose o incluso hablando entre ellos. Su relación era insoportable, sí, pero más por cómo la hacía sufrir que porque ya no era mía.

Y yo siempre me hacía y le hacía la misma pregunta:

-¿Por qué seguís con él? ¿No ves que hay un montón de mejores opciones?

Y ella siempre cruzaba los brazos, resoplaba y, en vez de devolverme una respuesta válida, se defendía con otras mil preguntas:

-¿Y vos qué te metés en nuestra relación? ¿Qué sabés que es lo mejor para mí? ¿Qué te hace pensar qué entendés lo que pasa entre nosotros?

"¡Porque te conozco!", gritaba mi mente. "¡Te conozco tanto como conozco a mi propio reflejo! ¡Y sé que él nunca te dará la estimulación mental que necesitas, que él nunca te regalará libros, que él nunca apoyará tu sueño de ser escritora, que él nunca te entenderá! ¡Pero yo sí! ¡Porque yo te amo! ¡Porque yo te podría hacer mucho más feliz que él! ¡¿Por qué no te das cuenta de eso?! ¡¿Por qué no me ves?!"

-Perdoname, tenés razón. No debería meterme- musitaba mi boca.

Pero, aunque sabía que no debía hacerlo, iba a entrometerme en su relación de todos modos. Odio admitirlo, pero mi obsesión y mis celos terminaron ganándole a mi sentido común: me mintieron, me convencieron de que era mi deber rescatarla de esa relación abusiva, me hicieron olvidar mis principios y me convirtieron en alguien horrible, probablemente aún peor que él.

Fue por eso que hice lo que hice esa noche en esa fiesta.

Julia y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora