El día de su cumpleaños, Tomás organizó un baile masivo (y carísimo) e invitó a todo nuestro grado y, a pesar de que yo odiaba los bailes, mi odio por Tomás era aún mayor, por lo que acepté su invitación y me dispuse a darle el peor cumpleaños de su vida.
Aún puedo recordar el lujo ridículo del salón, el movimiento enloquecido de las luces de colores, los jugos aguados y las gaseosas de segunda marca que servían en la barra, la música estridente vibrando en mi interior, los adolescentes presumiendo de sus conjuntos más caros y de sus peores movimientos de baile y, en el epicentro de todo, a Tomás.
Dios, como lo odiaba: apenas si podía mirarlo sin que se me revolvieran las tripas del asco. Nunca voy a olvidar verlo parado ahí, rodeado del grupo de caretas y chupamedias que se hacían llamar sus amigos, con la boca constantemente semi abierta y esa mirada de augusta idiotez, y preguntarme una y otra vez: "¿Cómo era que ella lo puede amar? ¿Cómo siquiera lo puede tolerar?"
Por supuesto, no bailé en ningún momento: llevé el libro que tanto ella como yo estábamos leyendo al momento, me senté en un rincón más o menos iluminado, y leí. Y, eventualmente, tras tener su discusión diaria con Tomás después de que él criticara su elección de ropa, ella lo dejó plantado en medio de la pista, se sentó a mi lado y se me unió, leyendo desde su celular.
"¿Ves?", me dije mentalmente, no sin cierta arrogancia. "Al final, siempre me a elegir a mí antes que a él. Es sólo cuestión de tiempo que veas que yo soy una opción mucho mejor."
Y aquí empieza la parte que más me avergüenza:
-Che, creí que preferías leer los libros en papel- le dije, con un forzado tono casual.
-Claro que prefiero eso, pero ¿viste cuánto sale la versión física?- resopló ella. Se veía tan bien en su vestidito negro y con su cabello teñido de azul que no pude evitar sonrojarme-. Aparte, ¿qué hubiese dicho Tomi si me hubiera visto viniendo a su fiesta de cumpleaños con un libro bajo el brazo?- rió.
"Lo que él diga no tendría que importar", pensé. Pero, por supuesto, si quería que mi plan funcionara, no podía decirle eso.
-Bueno, ahora no te está viendo- me encogí de hombros, como quien no quiere la cosa-. Si querés, te presto el mío por un rato y yo leo desde tu celu...
-¿En serio?- la sonrisa en su rostro parecía brillar aún más entre la sombras del boliche. Sus ojos se iluminaron ante ese detalle tan mínimo para cualquier otro pero tan importante para ella. Seguro que a Tomás nunca se le ocurriría siquiera hacerle una oferta así-. ¿No vas a leer mis mensajes, no?
-Obvio que no, boluda. ¿Quién te crees que soy?- mintieron mis labios. Cómo me duele mentirle.
Por supuesto, apenas su atención fue atrapada por mi libro, abrí su WhatsApp, me dirigí al grupo que compartíamos con todos los alumnos de nuestra división, y, bajo su nombre, mandé todos los insultos dirigidos a Tomás que se me ocurrieron. Gordo, enano, cheto, pelotudo, pija corta: todos los que se te puedan ocurrir y más. Por último, borré el registro de esos mensajes para que ella no se diera cuenta de lo que acababa de hacer, le devolví su celular y corrí a esconderme al baño. Todo esto, sin una pizca de remordimiento: me inundaba una pasión tan grande que no dejaba lugar a ningún otro sentimiento.
El mensaje se difundió como el fuego en un bosque, y un enorme escándalo digno de un gallinero se desató en todo el salón: gritos, risas burlonas, chistes e insultos, dirigidos tanto al novio insultado como a la novia nociva. Apenas alguien se lo informó al anfitrión Tomás, este atravesó la pista con los puños apretados, se enfrentó a ella y, como si la estuviera acusando de un crimen imperdonable y el celular en su mano fuera la prueba decisiva, le preguntó a los gritos por qué había dicho eso sobre él.
Su relación ya se había vuelto pública: casi todos los invitados los rodearon y se pusieron del lado de uno o del otro, alentando el conflicto, casi tan ansiosos como yo de ver el fin de esa pareja. Si la presión de todos sus conocidos y amigos no podía separarlos, me dije, nada lo haría.
Pero entonces, lo impensable pasó: él alzó la mano, la bajó repentinamente y la abofeteó.
Como cuando un dueño golpea a su mascota desobediente, como un esclavista castigando a un esclavo fugitivo, él la golpeó para someterla y ella se estremeció y intentó proteger con los brazos, gritando de dolor. Y yo también me estremecí y me cubrí el rostro gritando de dolor, como si yo también hubiese recibido el golpe en lo más profundo de mí. Juro que, de haber tenido un arma, le habría disparado ahí mismo. Fue la cosa más horrible que jamás he visto. Y también lo último que llegué a ver de ellos dos juntos, porque inmediatamente después todos los invitados, horrorizados, se lanzaron sobre ellos para intentar separarlos.
La vi abrirse paso entre la multitud y correr hacia mí, o, mejor dicho, hacia el baño, intentando escapar del caos. Entró a toda prisa, me empujó hacia adentro, cerró la puerta tras de sí y cayó al suelo llorando.
-¡Pelotudo! ¡Qué hijo de puta! ¿Qué mierda le pasó? ¡¿Qué cree que hice ahora?!
Sólo al verla así, desparramada contra la puerta, apretando su celular y mi libro contra su pecho, el cabello azul pegoteándose con las lágrimas que le caían por las mejillas, con un chichón en la frente, con su perfume a lavandas inundando mi nariz, más vulnerable que nunca... Dios mío, ¿cómo pude haberle hecho esto?
La ayudé a levantarse, a ir hasta el lavadero y a remojarse el rostro.
-Qué horrible lo que pasó...- la intenté consolar, yo también al borde del llanto-. Perdón...
-Nunca creí...- musitó entre sollozos, apoyándose contra mi hombro pese a que era más alta que yo-. Nunca creí que llegaría a... a pegarme...
-Que se vaya a la concha de su madre- solté-. Ojala que no lo vuelvas a ver nunca más. Vos ya sabés que te merecés a alguien mejor que él...
Pero ella no era nada idiota.
-Esperá. Jose... Fuiste vos, ¿no?
-¿...qué?
-Usaste mi WhatsApp...- musitó entre el llanto. Dejó de llorar, se apartó de mí y me miró con la ira con la que un jaguar mira su siguiente presa-. ¿Por qué? ¡¿Por qué querés arruinar nuestra relación?!
-¡Porque yo te amo!
Las palabras salieron antes de que pudiera contenerlas. Me quedé inmóvil como una estatua ante el horror de lo que acababa de hacer. Pero, como ya era demasiado tarde para volver atrás, decidí decirlo todo ahí mismo:
-Te amé desde el primer día que nos conocimos. Vos sos...- empecé a sollozar del terror-. Sos lo mejor que me pasó en la vida. Lo hice por vos, porque te merecés a alguien que te cuide, que te entienda, que sea mejor que el pelotudo de Tomás...
Ella me miró con los ojos húmedos muy abiertos, incrédula. Sólo ahí caí en cuenta de que yo no era nada mejor que Tomás, y seguramente ella también lo hizo. La vi abrir la boca y cerré los ojos, preparándome para el golpe. Ya no había remedio, ya no había vuelta atrás, ya no había esperanza. Todos los nuestros posibles futuros como amantes se cayeron a pedazos. Sabía que ahora ella me diría, no, me gritaría, con su característica franqueza, todo lo que siempre había temido oír: que ella nunca me podría amar por lo repugnante, idiota, inútil, y desagradable que era...
Pero el rechazó que recibí fue enormemente diferente al que esperaba:
-Josefina, esto nunca iba a funcionar- dijo Julia-. No me gustan las mujeres.
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Julia y Yo
Short StoryElla lo es todo para mí. ¿Por qué pareciera que yo no soy nada para ella? (gracias @Sodastereofan por la portada, ur da best! (?)