YoonGi era sencillamente humano. Simple y conciso.
Su vida se basaba en la música y los cigarrillos. No le gustaba beber, mucho menos las fiestas.
No era un rebelde sin causa, de hecho, tenía los motivos suficientes para justificarse el ser un hijo de puta; sin embargo, no lo es.
YoonGi era tranquilo, cuanto más desapercibido pasaba, mejor para él.
Tiene dos mejores amigos, Kim NamJoon, y Jung HoSeok.
Y también tiene una pequeña estrella que ilumina sus días grises: Park JiMin, aunque éste no sienta lo mismo.
JiMin, de cabello rubio y estatura baja; voz dulce, como la de un ángel y ojos brillosos como los de un niño.
Los demonios de algunas personas a veces suelen ser ángeles.
Porque para YoonGi, un ángel como JiMin era su perdición, era su manzana.
Sabía que era un pecado, algo inaceptable, porque una basura como él no debería corromperlo.
JiMin derretía su corazón, y para una persona para nada conformista como YoonGi, eso dolía.
Dolía porque debía aceptar que jamás podría luchar por él, sino que simplemente debería limitarse a verlo como algo lejano. Como cuando observas una obra de arte, la ves, te enamora, pero sabes que por nada del mundo debes tocarla.
YoonGi solía comparar a JiMin con una lista incontable de cosas.
Solía compararlo con las rosas, porque son bellas a la vista, delicadas, cuando llueve y el día es gris, ellas pueden dar una imagen melancólica, pero a su vez etérea.
Todos hemos sentido alguna vez, al ver algo hermoso, esa sensación de que flotamos, de no tocar el piso. Sentir que nuestra mente vuela, que se nos eriza la piel y nuestro corazón corre en lugar de latir.
YoonGi siente eso cada vez que ve a JiMin.
YoonGi compara a JiMin con las rosas, porque cuando te gusta una rosa, simplemente la arrancas.
Pero cuando la amas, la riegas a diario, la cuidas.
YoonGi a veces siente que no debería tener el privilegio de estar tan cerca de algo tan sublime como JiMin.
Porque para YoonGi, JiMin es etéreo.
Para YoonGi, la sublimidad de JiMin era simplemente algo inexplicable y a su vez, inentendible.
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