Capítulo 1 (Peter Germond)

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Recuerdo la primera vez que vi una mosca, fue una de las experiencias más desesperantes que haya vivido en mi vida, y todo simplemente por escuchar su zumbido. No podía con tanta desesperación y de alguna manera logré sacarla de su vuelo sin matarla, en ese tiempo tenía unos utensilios que venían con un microscopio. Me aseguré antes de ir por ellos de que la mosca no iba a poder huir en mi ausencia pero de que no se moriría, no le iba a poner una roca arriba. Cuando regresé con las cosas en mano, aunque en realidad era muy pequeño para saber usarlas, puse manos a la obra y comencé cortando las patas de la mosca, luego las alas, pero veía que el insecto aún seguía en movimiento y eso me dio mucha felicidad, el saber que podría continuar porque el insecto no había muerto aún.

Entonces lo que hice fue presionar con unas pinzas la parte trasera de lo que quedaba del insecto, o sea, el abdomen de la mosca. Dejando únicamente el tórax, la cabeza y los ojos de la mosca aún unidos al abdomen aplastado y manchado de un líquido amarillento y la sangre de la mosca.

Pronto se me hizo costumbre que al ver una mosca, hiciese hasta lo imposible por atraparla y probar diferentes cosas y algunas veces de poca imaginación llegaba a repetir procesos como ponerlas en gel antibacterial y verlas moverse ahí dentro lentamente. Según hasta donde yo sabía los insectos no desarrollan un instinto de odio o ni siquiera sabía si sentina demasiado dolor o les daba igual. Pero en mi mente pasaba lo peor de sus posibles "pensamientos" de sufrimiento, agonía, implorando por sus vidas y que por favor tuviese piedad con ellas, aunque ni siquiera sabía si me veían a los ojos yo sentía que lo hacían. Pero no era solo por sus vidas, claro que eso era lo más importante, obviamente, pero aparte de eso existía un "sentimiento" de parte de los insectos. Miedo. 

Según el diccionario, el miedo es la sensación de angustia provocada por un peligro presentado, ya sea real o imaginario. Y yo, yo era real para ellos, iban a morir gracias a mí. Ellos no se matarían solos viendo alucinaciones, porque no tenían, pero iban a morir porque yo los iba a matar. Yo les provocaba el dolor y yo mismo sería quien les asesinaría y terminaría con su dolor. Era la mayor satisfacción del mundo. Y pronto ya no eran solamente moscas; también arañas, gusanos o cualquier bicho que me pareciese desagradable.

Pero los años iban pasando, me regalaban animales y eran demasiado tiernos para hacerles algo, para hacerles sufrir. Fue entonces cuando decidí dejar de hacerle daño por igual a los insectos. Y porque más adelante defendería a los animales, hubiese hecho todo lo posible por evitar el sufrimiento de todos los animales en el planeta, inclusive hubiese podido dar mi vida por ello. Para mí ello ya era mucho, mi vida era más que superioridad. La superioridad era una cosa diferente a lo que mi vida significaba, porque sí, la superioridad ya era algo satisfactorio. Pero yo era divino, hay un gran paso de universos entre la superioridad y la divinidad. Mi vida era el rumbo a la perfección y tuve la bondadosa delicadeza de detenerme a pensar en otro ser y ver por su cuidado. Amaba a otros seres, como los humanos obviamente, yo era uno antes de convertirme en polvo bajo tierra encerrado en una caja de madera. Amaba a mis familiares. Amaba todo lo que me brindaba el planeta. Pero a la vez odiaba algo de los humanos, su egoísmo que mostraban ante otros seres vivos. Era esa forma de decir "no vale más la vida de un perro que la vida de un ser humano", ese tipo de cosas era como una aguja que se enterraba bajo mi pie y empezaba a derramar sangre. Pero en la vida real no brotaba sangre de mi pie, brotaba odio de mi persona. Así que no me importaba iniciar un discusión con cualquier persona con tal de defenderlos. 

En el año 1995, a mis diez años descubrí que caminar era una pasión que hacia descansar mucho de mi vida diaria, era como andar por la vida haciendo y siendo nada. Fue en Junio del año en curso que salí a las tres de la mañana a buscar algo de cenar un poco más pesado como una hamburguesa, un pastel o algo por el estilo. Lo hice como lo pensaba y después decidí ir a caminar un poco, me perdí entre las calles confusas que no eran cuadradas y entre todas esas casas desconocidas. Veía hacia todas las direcciones y buscaba lugares donde pudiese ocultarme en caso de que viniese alguien, pero a la vez lugares donde fuese fácil secuestrarme o jalarme hacia alguno de los pocos terrenos que quedaban sin construcción.

Atte: Peter GermondWhere stories live. Discover now