Capítulo XIII

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—Y... ¿Hace cuánto que dices que está ahí?

—Mmm... No lo sé —contestó Rin pensativa—. Cuando me desperté ya estaba ahí, pero últimamente no quiere bajar desde que la señora Kaede lo echó del techo.

La pequeña se alzó de hombros sin saber exactamente qué decir. Desde que Kaede le dijo a Inuyasha que no se subiera más al techo, el hanyō se instaló en uno de los árboles más altos de la aldea y allí se quedaba la mayor parte del día. Tal vez buscaba escapar de todos y estar solo o quién sabe.

—Ya veo...

—¡Kohaku!

Aquel grito interrumpió la conversación de la niña y el joven exterminador. Kohaku apenas había llegado a la aldea después de estar viajando por un tiempo y había decidido visitar a su familia y amigos. Cuando bajó del lomo de Kirara, se encontró con Rin y fue a saludarla, pero no esperó que su hermana apareciese tan pronto. Sango lo abrazó con fuerza y sus sobrinas lo saludaron con mucha emoción también.

—¡Estoy tan feliz de verte bien! —comentó ella con mucha felicidad sin dejar de apretarlo entre sus brazos.

Después de todo el dolor vivido a causa de Naraku, a Sango le dolía estar lejos de su hermano pero respetaba su decisión de querer vivir como un exterminador y viajar. Por eso mismo le había encomendado a Kirara el cuidado de Kohaku, porque sabía que ella estaría ahí en su lugar para protegerlo y ambos formarían un gran equipo. De todas formas, no podía evitar preocuparse por él y, por más que creciera, seguiría siendo su hermano pequeño.

—Hermana... —murmuró con dificultad hasta que Sango lo soltó y fue capaz de volver a respirar—. También me alegra mucho verte.

—¡Tío Kohaku! —saludaron las gemelas abrazándolo y él devolvió el cariño que ellas le daban. Esto era algo que él agradecía mucho y nunca podría encontrar en otro lugar: el calor de una familia que te ama. Por más adversidades, se sentía afortunado por volver a recibir ese amor que creyó ya no merecer.

—¿No estás herido, verdad? —preguntó Sango tomándole el rostro para revisarlo—. ¿Por dónde has estado? Tardaste mucho en regresar.

—Eh... —mencionó sin saber qué decir primero. Desde que Sango tuvo a sus hijas se había vuelto más maternal, hasta con él.

—Ya déjalo, querida —dijo Miroku apareciendo detrás de su esposa con Shippo en el hombro—. Seguramente Kohaku está cansado y quiere relajarse un poco después de su viaje.

—Sólo me interesa saber cómo está —protestó ella cruzándose de brazos. Sabía que exageraba, pero las emociones la sobrepasaban cuando veía a su pequeño hermano y lo único que quería era saber cómo se encontraba.

Una sonrisa se le escapó al joven exterminador al ver cómo el monje abrazaba a su hermana. Para él también era importante saber que ella estaba en buenas manos y que tenía alguien que la quería tanto. Tomó a una de sus sobrinas en brazos y acarició la cabeza de la otra pequeña. ¿Cuándo habían crecido tanto? Tal vez se quedara un poco más en esta ocasión con su familia.

—Estoy bien —aclaró la duda de su hermana—. No tuvimos ningún problema, todo estuvo muy bien. Me encontré con Rin y estaba saludándola —explicó mirando a la niña, quien aún seguía allí con ellos.

—Le estaba contando a Kohaku que la señora Kaede echó a Inuyasha del techo y ahora no quiere bajar de los árboles —explicó ella y la mirada de todos fue por inercia hacia la punta de aquel árbol donde el hanyō estaba posado sin siquiera prestarles atención.

—Sí —asintió—. Me pareció extraño que no bajara cuando llegué con Kirara.

—Bueno, Kohaku —mencionó Miroku en un suspiro para llegar hasta su cuñado y ponerle una mano sobre el hombro—. Te has perdido de muchas cosas este último tiempo.

Vínculo predestinadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora