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A Hoseok le gustaba mucho la música, pero no en el sentido que su madre creía, a el le gustaba bailarla, no tocarla, eso lo sabía incluso a sus cortos 16 años, por eso se había negado a asistir al taller de música al que su madre lo había inscrito, aunque finalmente desistió al ver la ilusión de su madre con que valla.

Al entrar, el sonido de diferentes instrumentos y voces le dieron la bienvenida y por un momento se sintió desubicado, pero bueno, el estaba allí para aprender.

Tomó asiento en un pupitre vacío y se dedicó a escuchar a la maestra explicar la materia, hasta que la misma dijo que cada uno debía elegir un instrumento, ya sea para aprender a tocarlo o para practicarlo.

Miró alrededor buscando que podría gustarle. La guitarra no, batería tampoco, bajo peor, ninguno le parecía acertado hasta que vio el pequeño piano en una esquina del salón.

El piano siempre le había parecido un instrumento muy delicado, el sonido que producía le daba paz y tranquilidad, y aunque no sabía si lograría aprender a tocarlo, al menos haría un intento.

Se levanto y caminó hasta sentarse en el banco frente a este.

Pasó un dedo por las teclas escuchando el sonido suave, suspiró, le recordaba a su infancia, a las veces en las que su abuela hizo sonar su viejo piano para hacerlo dormir. Cerró los ojos viajando al pasado.

Un movimiento a su lado le hizo abrir los ojos y regresar a ver.

Había alguien más en el banco, un chico, de cabello castaño caído sobre su frente, ojos oscuros y pequeños, tes pálida y labios rosas. Paseaba sus dedos alrededor del piano como un experto.

- ¿Tu también tocas? - tenía una voz grave.

- ¿Ah? N-no - tartamudeó - pero quisiera aprender a tocarlo.

Sus manos eran masculinas pero a la vez delicadas y sus ojos estaban fijos en el instrumento.

La melodía continuaba sonando suavemente. Levantó su mirada hacia Hoseok.

- ¿Quisieras... que te enseñe un poco?

Fugaz ✧ YoonseokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora