Capítulo 2

3.9K 216 2
                                    


Mientras el riguroso sol de agosto extendía sus brazos por el horizonte occidental, Nathan Bloom iba por la estación de bomberos de Dallas con un pensamiento persiguiéndolo. Flores. El marido de la despachante le había enviado un ramo de rosas tan grande que estaba al borde de lo ostentoso. ¿Cuánto hacía que Nathan no le compraba flores a Edith? Él ni siquiera podía recordarlo.

Agotado, se sentó en el asiento de su confiable camioneta verde. Le gustaba mucho el olor a viejo y el gastado y cómodo interior de la camioneta. Edith solía quejarse de la camioneta y él le respondía sonriente que los verdaderos hombres no manejan autos nuevos. Pero Edith no se había quejado de la camioneta, ni de ninguna otra cosa, desde hacía mucho, mucho tiempo.

Pensativo, Nathan observó un cardenal macho posado en el estacionamiento. En las últimas semanas él había notado que Edith estaba intranquila; y se le notaba apartada. Nathan no podía recordar la última vez que Edith le había dicho que lo amaba.

Flores. Pararía en la florería del centro comercial cercano y le compraría un ramo de rosas amarillas. El amarillo siempre fue su color preferido. Tal vez, un lindo ramo solucionaría los problemas de Edith.

Antes de una hora, Nathan llegó a su casa, al norte de Dallas. Al entrar al garaje, lo sorprendió no encontrar el Toyota de Edith. Hoy debía ser su día libre. Quizá la habían llamado para un vuelo. Quizá ese era parte de su problema. Su exigente trabajo la estaría haciendo estar fuera del hogar más de lo que ella quisiera.

José entró a la cocina por la puerta del garaje de uso múltiple. De inmediato, un manto de inquietud lo cubrió como sofocándolo. Algo no estaba bien. La casa se veía más tranquila; se le veía vacía. Totalmente vacía. Falta de alma. Nathan, inmediatamente, vio la alianza de Edith sobre la mesada blanca de la cocina. Apoyó las rosas en la mesada y con lentitud se acercó a la alianza, la cual estaba encima de una carta. Nathan, sintiéndose como en cámara lenta, recogió la alianza y luego la carta. Las palabras lo golpearon como una trompada inesperada.

Se marchaba...

Se acabó...

Nada hará que cambie mi decisión...

A Nathan se le cerró el estómago. Sus manos se pusieron frías y húmedas. Su labio superior se llenó de gotas de transpiración. Como queriendo convencerse de que había leído mal la carta, Nathan se frotó los ojos y la volvió a leer. La había leído bien la primera vez. Anonadado. Estaba anonadado. ¿Cómo podía Edith hacerle esto? Nathan le había dado un cómodo hogar. Nunca la engañó con otra mujer. ¿Cuál era su problema?

Al bajar la mirada, las baldosas azules de la cocina, estaban borrosas. Se mente se llenó de recuerdos. La primera vez que Nathan había visto a Edith, el colaba de regreso a Dallas luego de visitar a sus padres en Wyoming. Beatriz trabajaba de aeromoza en ese vuelo. Era alta, esbelta y rubia. Era toda alegría y felicidad. Nathan había pensado leer un libro durante el viaje, pero, en cambio, pasó todo el viaje inventando excusas para ser atendido por Edith. Antes de finalizado el viaje, todas las azafatas se reían disimuladamente. Al siguiente "Día de los Enamorados" se casaron.

Nathan echó una mirada al cuadro de gran tamaño colgado encima de la chimenea de piedra del estudio. Era una pintura de Edith y Nathan, una pareja imponente. Ambos sonrientes, radiantes de amor. La palidez de ella contrataba con el típico color latino de él. Su mamá era medio hispana, su papá caucásico. Él se parecía a su mamá.

El artista, en una pincelada de genialidad había capturado la intensidad de las emociones de Nathan y Edith. Eso había sido más de cuatro años atrás.

En un ataque de furor, Nathan tomó el florero con las rosas amarillas y lo tiró contra la chimenea.

— ¡No! —Gritó mientras estallaba el florero—. ¡No dejaré que me hagas esto! ¡No he hecho nada para merecerlo!

Enamórate otra vez©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora