Miradas

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Estaba sentada en el parque, recostada sobre un árbol; llevaba su falda de lana gris con una franja roja y azul, sus calcetas azul rey largas hasta las rodillas, unas botitas cafés, un suéter largo color crema y una bufanda roja, su larga, pelirroja y brillante melena, con la que batallaba todos los días por su volumen, se ocultaba bajo un gorro azul en su intento por aplacarla.

Tenía recargado en una pierna su cuaderno de dibujo, con la mano derecha sostenía un café sin terminar ya casi frío, y con la izquierda [ya manchada de negro] un carboncillo.

Estaba con la mirada absorta en su cuaderno, sólo levantaba la cabeza de vez en cuando para observar la escena: una pareja de ancianos [muy tierna, por cierto] compartían asiento en una banca del parque, reían y se divertían, se veían a los ojos muy enamorados, cualquiera podría pensar que sería lindo llegar a esa edad con tu pareja y ser así de felices, pero para ella no lo era, para Alana era una simple escena que se puede plasmar al carboncillo.

Agachó la mirada de nuevo, no sabe cuánto tiempo estuvo perfeccionando los detalles de su obra, pudieron ser unos segundos, minutos o hasta horas, cuando dibuja pierde siempre la noción del tiempo.

Volvió la mirada a la banca que estaba cruzando el pequeño sendero de tierra con las primeras señales de nieve del invierno que se aproximaba, pero sus modelos espontáneos ya no se encontraban allí, no se dio cuenta de en qué momento se fueron, pero ahora estaba en su lugar un chico.

Alana lo veía de unos 20 años, con la piel clara [casi tanto como la de ella] y el cabello mediano y castaño, ropa invernal y sostenía un libro entre las manos, era guapo, y ella lo notó, pero dándole la misma importancia que a cualquier otra persona, cambió la página de su cuaderno, le bastó una rápida mirada al chico y se apresuró a hacer su boceto, un perfil bien definido, una expresión suave y tierna, una mandíbula perfecta, -¡una nariz preciosa!- pensó. Se volvió para mirarlo una vez más, justo en ese momento él volteó en su dirección y sus miradas se cruzaron, él le sonrió, ella se sonrojó e inmediatamente bajó la vista para seguir con su dibujo.

Minutos después, Alana se sobresaltó al escuchar un -¿Puedo ver cómo va?-, levantó la vista y se topó con unos hermosos ojos azules a al menos 45 centímetros de su rostro, lo miró fijamente y sintió cómo la sangre le subía a la cabeza. El chico se inclinó hacia el cuaderno y soltó una pequeña risa al mirarlo.

Invierno a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora