Música y muletas

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"Los hospitales deberían tener mejores vistas", pienso mientras apoyo la barbilla en la palma de la mano. Por décima vez en veinte minutos. Mi nariz roza la ventana de la habitación y mis ojos intentan capturar el cielo azul, o lo que se divisa entre tanto edificio y nubes de un color que no le pega a las nubes. Mi último pensamiento es bastante acertado: la ventana de mi habitación da a un aparcamiento y  a un parque enano, custodiado por más edificios de cemento, guardianes impasibles e impenetrables. Me miro al espejo: ojos verdosos y marrones (más marrones que verdes), pelo tirando a claro, muchas ojeras, pómulos salidos, nariz larga y rota, mejillas chupadas, puntos en la ceja y en la boca, cardenales que me salpican como pintura. Y eso es lo que está a la vista. Debajo de la camiseta tengo la parte superior del cuerpo hecha una pena, llena de moratones  grandes como mi mano y cortes. Gracias a Dios, no me rompí una costilla. Lo que si me rompí fue tibia y peroné derechos. Por eso voy en una imponente silla de ruedas, que se ha convertido en una prolongación de mí. Por enésima vez, murmuro: "puto accidente de coche." 

Si, podía haber muerto. Podría ser peor. Lo sé. Pero al pensar en cómo sucedió, me entran ganas de romperme la otra pierna por gilipollas. "Venga David, te alargamos a casa" "¿Seguro tío? ¿Puedes?" "¡Claro que sí, joder! ¡Confía en mí!" Lección: no confíes en tus amigos un sábado después de una fiesta. Nos comimos una puta farola y el que peor acabó fui yo, los cristales me llovieron encima y me rasgaron la cara. Los cardenales del pecho son por estamparme contra la parte delantera, y la pierna me la rompí porque mi acto reflejo fue encogerme cual bola. Suspiro. Al menos mis padres no me mataron, pero yo sí los maté del susto a ellos. Diagnóstico: dos semanas aquí. Llevo aquí tres días y la opción de tirarme por la ventana me parece viable. 

Recuerdo poco de cuando me ingresaron. Luces, gritos, y mucho dolor. La voz de mi madre, agónica, la voz de mi padre que se unía a la de ella en estallidos de ira: "¡¡Que alguien ayude a mi hijo, joder!!" Se me encoge el estómago. Si hubiera tenido más cabeza... 

Es lunes. Todos mis amigos están fuera, ocupados, en la academia o en alguna actividad extraescolar. Yo soy más de cascos, rock y tele. Estudio Sociales, primero de Bachillerato. No tengo ni idea de qué voy a hacer con mi vida. Pero lo bueno de tener una pierna rota es que todo eso te da igual, solo te importa poder andar. Andar. Es una de las cosas más básicas y en el momento en el que nos la quitan, sentimos que todo se tambalea. Entonces es cuando realmente apreciamos lo maravilloso que es poder poner un pie delante de otro sin problemas. Miro el reloj, son las siete de la tarde. ¿Estará el patio vacío? Tengo que hacer los deberes (y sí, todos sabemos lo deprimente que es no librarte de estudiar ni con un accidente de tráfico). Bajo por el ascensor hasta la planta baja en silla de ruedas, mochila sobre mi regazo. Rebusco en ella mi teléfono y mis cascos, y abro mi lista de reproducción. "Clocks", de Coldplay. Soy muy maniático con qué canción elegir en cada momento. Quiero un playlist perfecto, siempre. Amo la música pero no sé tocar. Soy un negado, por desgracia. 

Vale, al ataque, Economía. No es mi asignatura preferida pero eso es culpa de mi profe. Esa tía está completa y absolutamente en la parra. Me preguntó por qué se hizo profesora. Eso deberían preguntarlo en las oposiciones, es mejor filtro que las notas. Mis dedos van rellenando la hoja con garabatos azules y ocasionalmente rojos, y así sigo hasta que un ruido me despista (tampoco es tan complicado). Es un ruido de muletas, largo y pausado. Ante mi pasa una mole de tía, morena, fuerte, con el pelo corto y apartado de la cara por una bandana roja en felpa. Tiene el gesto serio y porta una mochila a las espaldas. Desgraciadamente no es muy hábil con las muletas y una se le cae, está a punto de romperse la otra pierna. Giro la silla de ruedas y me estiro para devolverle el soporte. Ella lo acepta como puede, a la pata coja. 

-Muchas gracias-Saltito, saltito-Un poco más y me mato-Saltito. 

-No te preocupes. Anda con cuidado-Le digo, con un ligerísimo e inintencionado toque de ironía en la voz. Ella encaja bien el golpe:-Haré lo que pueda, si no me mato, claro. ¡Adiós-Y se aleja como una reina desgarbada. Yo sigo a lo mío. 

Cae la noche sobre el hospital y la gente de guardia habla bajito. Me han pinchado una aguja en el estómago para que no se me coagule la sangre en la pierna y me siento adormilado. La cabeza me cae pesadamente sobre la almohada. Cojo mi móvil y los cascos otra vez. Necesito música, y tengo una perfecta para la ocasión.


"Chasing Cars", de Snow Patrol. 


En el hospitalWhere stories live. Discover now