Los hospitales tienen una peculiaridad: casi nadie quiere estar aquí. Yo, por lo menos, no. Miro mi pie, envuelto en una zapatilla ortopédica que me está grande ya que me han quitado la escayola. El sonido de la sierra rozando tu piel es acojonante cuanto menos, y el sonido que hace al abrirse es como un huevo sorpresa pasado de fecha. Creí que me sentiría liberada al desprenderme del armazón... Pero sólo veo la rehabilitación por delante, los exámenes, el tiempo perdido en las sillas cuando debería estar estudiando... No, no es un buen momento. Me distraigo viendo el patio a mi derecha, con mesas de azulejos y bancos. Una chica en muletas escribe frenética sobre un archivador, con la mochila sobre el suelo, a la derecha. A su lado un chico con la cara salpicada de moratones como manchas de pintura escribe en un cuaderno de cuadros, pero con más parsimonia, armado de una calculadora. Suspiro. Me imagino montada en un tren hacia la playa, tirada al sol. E invariablemente, recuerdo a la persona por la que quiero estar allí. Los hospitales son un hervidero de recuerdos. Y yo estoy matando el tiempo recordando desde las 16:30 que entré. Recuerdo retazos como una película acelerada. Un beso en el ascensor, una sonrisa rara pero feliz, una toalla llena de arena, dos grandes ojos oscuros y brillantes, mis propios ojos reflejados en los suyos... Era preciosa. Pero sin florituras, sencillamente preciosa, cuando te sonreía y sentías que te elevabas por encima de todo. Recuerdo el adiós, después de una última noche que no salió como ninguna de las dos esperaba. Y la promesa de que si todo salía mal no íbamos a perdernos, que ella vendría cuando se sacara el carné y yo lo intentaría, porque no soy tan mayor.
Y además llevo tres meses sin verla, pienso sentada en una silla esperando una maldita radiografía desde hace horas.
Ojalá la viera emerger del tren en la estación, como antes. Pero ahora, solo veo una puerta blanca. Es el momento final, dónde me harán la radiografía y me dirán si puedo empezar la rehabilitación. Y después... Empezará lo complicado de veras. Un mensaje pita en el teléfono. Desenrollo los cascos y veo un mensaje breve. ¿Cómo vas? Bien. Esperando la radiografía. Nerviosa. Estate tranquila. Seguro que se cura. Se curaría si vinieras. Lo sé. ¿Cuando vendrás? No lo sé. Estoy de exámenes ¿Se lo digo? ¿Debería? Oye... ¿Si? Nada, que... Que te quiero. Que quiero verte. Un tick azul es lo que obtengo. Entierro la cara en las manos. Dime que me quieres. Joder, dime que no llevo dos meses esperando un sueño. Que esto es real. Dos palabritas, ocho letras, un sintagma verbal. No es tan difícil. La distancia es experta en complicar las cosas. Miro mi pie. No sé qué espero. Ni sé cómo seguiré. Me zumba otro mensaje pero me van a hacer la radiografía. Apago el teléfono, y mi mente con él
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En el hospital
DiversosSegunda historia que publico. Tengo que darle las gracias a mi pierna rota por darme la idea. ¡Espero que os guste!