Fichas de un joven escritor

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El despertador sonó. Eran las seis de la mañana y en la calle todavía estaba oscuro, pero a Stephen no le importaba, pues hoy no iba a salir. En realidad, hacía meses que no salía porque no tenía la necesidad de comprar o conseguir nada, ya que antes de empezar un libro él siempre se abastecía con alimentos y otras cosas para no desconcentrarse comunicándose con el mundo exterior que rodeaba a su departamento o, más bien dicho, el edificio en donde vivía.

Conectó la computadora y luego la encendió. Al finalizar este libro debía llevarla a algún especialista para que la revisase y le dijera por qué se provocaba ese ruido tan infernal que solo desaparecía cuando se la desenchufaba. Stephen había intentado limpiar el interior de la máquina para ver si ese era el problema, pero aún seguía provocando ese pitido tan insoportable para los oídos del joven escritor. De igual manera, no dejó que eso impidiera la finalización del libro.

Mientras la computadora se encendía, fue hasta la biblioteca que se posicionaba a una esquina del mono ambiente para agarrar la carpeta donde se encontraban todos los apuntes e ideas que le iban surgiendo para la historia, además de las fichas correspondientes a cada personaje. La historia trataba de una banda de música de rock que se aprovechaba de sus fanáticos y, de una manera muy sutil, lograban manipularlos de tal manera que podían hacer con ellos lo que quisieran. La madre de Stephen se reía de él por el simple motivo de que esa novela involucraba a varios personajes y ella decía que su hijo era un inadaptado social que no lograba establecer contacto con ningún otra persona, mas era un gran escritor en cuanto a la descripción de los personajes, tan así que podías imaginártelos como personas reales.

Al escritor le parecía una estupidez lo que su madre decía y siempre se hacía el enojado cuando hacía ese comentario; sin embargo, reconocía que era muy bueno describiendo a los personajes, pero eso era porque tenía una táctica secreta.

Revisando la ficha técnica de uno de los personajes, Virginia Madison, se dio cuenta de que estaba incompleta, casi vacía; justo lo más importante, que era la muerte asignada, no estaba escrita por ningún sitio de la hoja. No sabía el por qué, y eso que recordaba haberla completado semanas atrás después de dejarla en el sótano del edificio con los demás.

Bajó corriendo por las escaleras con algunas fichas y una lapicera en la mano. Al llegar sacó la llave de su bolsillo e intentó abrir la puerta, pero le costaba meter la llave en la cerradura porque estaba temblando. En teoría, nada malo podía pasar. El dueño del edificio pasaba gran parte del tiempo vigilando a sus personajes, sin embargo ahora no lo veía por ninguna parte.

A sus ojos les costó acostumbrarse a la oscuridad. Intentó localizar a Virginia, pero no podía hacerlo en la oscuridad así que buscó el interruptor de la luz tanteando la pared con la mano. Por fin lo logró y vio como todos sus personajes cobraban vida y empezaban a moverse, algunos tirados en el piso y otros, los que lograban mantener la compostura, estaban sentados correctamente tapándose los ojos para protegerse de la luz. Hacía mucho tiempo que estaban allí encerrados.

El olor era insoportable, una mezcla de sudor, vómito y heces. La comida y la bebida que les traía cada cierto tiempo estaba desparramada en el suelo, al parecer se negaban a seguir sus órdenes.

Stephen llamó a Virginia, mas no recibió contestación alguna así que lo intentó unas tres veces más sin ningún resultado. Avanzó un poco por la habitación, intentando no acercarse mucho a sus personajes cuando se dio cuenta de que algo no estaba del todo bien: había tan solo catorce figuras mientras que en total eran quince. Le extrañó mucho eso, así que con su vista recorrió todo el recinto, intentando no acercarse mucho a los personajes encadenados ya que estaban un poco furiosos.

Se acercó cautelosamente a un armario que allí había cuando escuchó un grito, provenía de Lukas, otro personaje pero que no era uno de los principales. Volteó asustado su mirada, pues cualquier cosa lograba que su corazón se acelerase más y más. Todo parecía estar en orden, no veía el motivo del grito y pensó en que, quizás, debía escribir de inmediato su muerte; sin embargo, se contuvo con la idea de que ahora tenía una misión y era hallar a Virginia para completar la ficha y decidir su futura muerte.

Detrás de él oyó el rechinar de la puerta del armario y, casi sin darse cuenta, se giró de manera muy veloz. En los pocos segundos pudo ver a Virginia, llena de sangre y mugre acumulada tras los largos meses de encierro, con un pedazo de vidrio en la mano y con una expresión en el rostro que reflejaba miedo y satisfacción a la vez.

Lo último que escuchó el joven escritor fueron las voces de sus personajes que alentaban a Virginia y gritaban que lo matasen. Así no era como debía terminar la historia.

FIN.

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