Parte Única

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Pocas cosas avergonzaban a Oikawa Tooru.

Escabullirse a través de la ventana de su cuarto para treparse por la cornisa de la casa de al lado y meterse dentro de la habitación de Iwaizumi no era una de ellas.

Le encantaba esa adrenalina. Sus pies solo con los calcetines sintiendo el frío del borde y llenándose de mugre, su corazón martilleando contra sus costillas cada vez que miraba hacia abajo. No era muy alto y las alturas no le asustaban, pero siempre estaba esa semillita de temor las veces que se colgaba de las aguas del techo y se impulsaba para meter sus larguiruchas piernas adentro del cuarto.

El aterrizaje se sentía más satisfactorio.

El cuarto estaba como siempre, aunque algo más limpio y ordenado de lo usual. Luego recordó que era martes, día de limpieza en la residencia Iwaizumi. Inspiró hondo el aroma a limón del desinfectante que usaba la madre de Hajime —una de sus mujeres favoritas en el mundo, y eso que Oikawa apreciaba a muchas— justo cuando la puerta se abrió y reveló al dueño de la habitación, luciendo solo unos bóxers y una camiseta vieja y manchada con salsa de tomate.

No estaba sorprendido de verlo allí. Su único recibimiento fue un par de cejas fruncidas y un chasquido de su lengua.

—¿Algún día te cansarás, pequeña mierda? —le preguntó con odiosidad.

Oikawa hizo su sonrisa inocente, aquella que todo el mundo sabía que era bien fingida.

—¿Algún día te acostumbrarás a ello, Iwa-chan? —canturreó.

Otro chasquido de lengua, seguido de un suspiro mientras se arrojaba sobre la pila de almohadones que la cama de Iwaizumi tenía —que incluía un peluche de Godzilla; pero Oikawa recibía un golpe cada vez que decidía burlarse de él—. Tomó su celular y empezó a revisar parsimoniosamente alguna de sus redes sociales, ignorando por completo al otro muchacho.

Oikawa lo observó desde su lugar, balanceándose sobre su rodilla sana mientras silbaba una canción de cuna. No recordaba el nombre, pero sí que se acordaba de la voz de su cuñada cantándosela a su sobrino cuando apenas era un bebé. De alguna manera, él mismo se sentía acunado ante aquella melodía y la adoptó como propia. Le servía cada vez que los nervios y la ansiedad amenazaban con carcomerlo.

—Oye, estúpido —exclamó Iwaizumi quitando la vista del teléfono— ¿También quieres una invitación privada a acercarte?

Oikawa sonrió victorioso.

—No estaría mal de vez en cuando, Iwa-cha-...

No logró terminar sus palabras. Una de las almohadas —y sí, de las más duras y picosas— se le estampó en el rostro. Se sobó el rostro con una sonrisa pero una pequeña tristeza adentro de su pecho.

¿Cuándo dejarás de fingir, Iwa-chan?

—Cierra la boca. Haces esto desde que tenemos diez años y nunca esperas invitación de nada. Todavía recuerdo cuando vi tu fea cara toda llorosa y llena de mocos sobre mi cama esa noche.

—¡Qué cruel, Iwa! —masculló Oikawa ofendido, aproximándose hasta la cama y apoyando las rodillas— Acababa de vivir una situación traumática y quisiste arrojarme por la ventana.

—Casi me diste un infarto. Te lo tenías merecido.

Oikawa apretó los labios como un niño al que le negaban una piruleta. Iwaizumi esquivó el tener que mirarlo, y Tooru quería creer que era porque no soportaba ver tanta ternura junta. O al menos, eso decía su lenguaje corporal; el leve rubor en los pómulos, las manos temblorosas y las cortas respiraciones que daba, como si el aire fuera demasiado para su cuerpo.

La cálida noche a tu lado [IwaOi] - HAIKYUUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora