Qué piensas

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Lexa:

Llegó el lunes y entró en su despacho encontrándolo vacío, no le extrañó ya que al marcharse del apartamento de Clarke le dijo que se tomara el tiempo que necesite para cuidar de su pequeño.

Se sentó a ordenas sus papeles tras recibir el reproche de muchos de sus trabajadores ya que había perdido la oportunidad de fusionarse con sus competidores al estar ocupada con la rubia y su pequeño.

Por mucho que debía trabajar, no podía concentrarse, el teléfono no dejaba de sonar y la mesa de Clarke estaba vacía, llevándola sin quererlo a ese extraño sábado que pasó junto a ella sin buscarlo, al pequeño Jake, tan dulce e inteligente, el ambiente cargado de amor cuando los dos estaban juntos, su complicidad, sus miradas... Era algo con lo que ella no estaba acostumbrada, el amor de una madre desde temprana edad le era extraño y verlo en ojos de aquella a la que se suponía que debía odiar la había trastocado por completo.

En cierto modo se alegraba de que no estuviera en ese momento junto a ella, no podía poner nombre a las emociones que le embargaban, no podía razonar y no podía enfrentarse a nada en ese momento, ni siquiera a Anya y sus reproches, acusándola de inconsciente al haberse olvidado de su reunión donde debía firmar el negocio más importante desde que había tomado el control de la empresa.

Una vez sola en la tranquilidad de su despacho, dejó de lado todos los papeles y sus ojos esmeralda se perdieron a través del cristal de su ventana, mirando sin ver el mundo, diminuto a sus pies y buscando en la lejanía el barrió de la rubia, donde estaría cuidando de su hijo, creando lazos con él, llenándolo de cariño y afecto.

Se sentía una privilegiada al haber podido formar parte de esa burbuja de complicidad y cariño que tenía Clarke con su hijo.

Finalmente se marchó al sentirse sola y vacía, invadida por la nostalgia al calor de hogar que durante un momento pudo sentir junto a la rubia. Recuerdos de su pasado mezclados con la mirada azulasa cargada de amor de la rubia, dirigida a su pequeñajo, golpeando su mente, desquiciándola.

Entró en su apartamento resoplando, se puso una copa y encendió la televisión, como venía haciendo cada día desde hacía años y se sentó en su sofá con la mirada perdida y la mente nublada, con los ojos aguamarina de Clarke bailando en cada uno de sus pensamientos.

Finalmente cayó dormida, a pesar de que solo era medio día, con su mente un poco más clara y sabiendo con certeza que lo único que ansiaba era juntar sus labios con los de la rubia, poner fin al aguijón de la duda que llevaba envenenándola desde que la vio por primera vez, hacía ya tantos años, cruzando el patio del recreo para enfrentarse a ella.

Tras tres días en los que su rutina se volvió enfermiza, odiando la falta de la rubia junto a ella en el despacho y reprimiendo las ganas de presentarse en su pequeño apartamento para ver cómo se encontraba, llegó a la oficina resoplando y de un evidente mal humor, cuando se encontró a la dueña de sus sentidos sentada en su mesa, poniéndose al día con su trabajo.

Clarke la miró a los ojos y en su rostro se dibujó una tímida sonrisa, ese gesto la desestabilizó por completo puesto que llevaba tres días obsesionándose con la rubia, con sus labios y si sería capaz de besarlos, sin saber cómo reaccionar, sin estar preparada para encararse con ella tan pronto simplemente se puso su máscara tras la cual se sentía segura y a salvo.

-Señorita Griffin, veo que se ha reincorporado, perfecto porque tenemos mucho trabajo, quiero que vaya al archivo y me traiga todo el papeleo clasificado del año pasado para poder ordenarlo

-Está bien señorita Woods, voy en seguida

Clarke:

La sonrisa de Clarke había desaparecido en cuanto escuchó la orden de su jefa, odiaba el archivo, esa habitación laberíntica donde estaban los papeles que no servían para nada y que Lexa siempre le pedía, papeles casi imposibles de encontrar.

La última miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora