Me encontré aquel día, muy a mi pesar, con un compañero parecido a una criatura salida del inframundo. Tenía una corpulencia bastante redonda, casi trigonométrica, y los vellos le salían de toda su piel, de esa forma escasa y ridícula que presentan los humanos. Su cara asomaba interés en mantenerse cerca de mí, y trazar un hilo social conmigo que, por alguna razón yo no pude descifrar.
-Hola ¿Cómo estás?- Me dijo animosamente. Sonreía a un punto lejano dentro de mi cabeza que me causaba temor.
-Bien ¿Y tú?- Respondí habitualmente.
-Bien- respondió. Nunca he entendido este tipo de conversaciones -¿Qué haces por aquí?
-Tomo una materia aquí en el 'Instituto de Ciencias'- Los institutos en la UNAM tienen nombre de generalidades. Incluso puedes estudiar la 'Maestría en Ciencias', lo que sea que eso signifique.
-Orale- dijo sorprendido. No entendí a qué se debía su sorpresa. -¿De qué?
-De 'Evolutividad de las especies difusas e intricadas de la biología'- una materia que pretendía tener un enfoque transdiciplinario, pero que lamentablemente terminaba por centrarse en el tema favorito del profesor Raúl Saltimbanqui, 'El gradualismo evolutivo en '.
La conversación giró en torno a la nada, particularmente porque yo no quería hablar con él, o mejor dicho, no quería que él hablara. Su boca despedía un hedor tan poderoso que podía infectar el aire y aniquilar todo el polen de las coníferas del pedregal. Así que por mi bien, y el de mi salud, pretendía que la distancia de un metro y medio, fuera razonable para una conversación. Acción que no pereció extrañarle. De hecho, al igual que un niño que desata sus instintos y emociones, su plática arreció, llenándose de lágrimas de orgullo, explicando su su estudio de tesis sobre y su importancia en el control de la 'chiche mata humanos'. El chico sentía, sin lugar a dudas, que eso ayudaría a la humanidad en su enfrascada y delirante extinción del siglo XXI.
Yo por supuesto, le preguntaba acerca de sus intereses y sus conocimientos, para encontrar algo en esta compañía que me fuera menos imposible. Me siguió en mi recorrido por Ciudad Universitaria. Yo no tenía un rumbo en particular, e imaginaba que en algún momento se desviaría por otro camino con vistas a un futuro prometedor, pero no. Continuó a mi lado, perdiendo el tiempo, perdiendo su inútil vida conmigo. En este punto me preocupó más él que yo, yo al menos para ese entonces, tenía bien seguro que mi vida no valía mucho más que un peso mexicano, pero ese hombre, extraño y polimorfo, aún continuaba esperanzado en cambiar el mundo. No quería ser yo aquel que le llevara al mundo del pesimismo. Muchos como yo sobramos en este planeta.
Por encima de mis capacidades de comprensión, las cuales son diminutas, este hombre continuó conmigo largo rato, hasta enrollarme en su marañosa y trenzada mente. La discusión comenzó a acentuarse, y cuando menos me di cuenta, quería con todo mi fervor de chico universitario, explicarle que la ciencia estaba en problemas. Que la ciencia, tenía una deficiencia en su comprensión del mundo, y que era inservible en México porque estaba amañada por el sistema económico. Por su puesto que mi punto era tan básico y predecible como el de cualquiera, y quizá por eso me parecía ridículo que esta entidad cuasi celular se negara a aceptarlo.
El hombre comenzó entonces a viajar por la política y la historia, por la ciencia y por los chakras. Se deslizó por los túneles del posmodernismo, y los tornados del modernismo. Pasó por las revoluciones del S. XX y las truculentas leyendas de las civilizaciones antiguas. Finalmente, como si no le fuera suficiente, me aporreó con un párrafo acerca de mi estúpida e inútil forma de ver el mundo. No me ofusqué porque estoy acostumbrado a que me hagan esas observaciones. Mas, no estaba familiarizado en que alguien sin forma y sudoración amazónica encontrara la solución a un problema muy sencillo.
-Mira, el mundo no sería lo que es, si no hubiera personas luchando porque los intereses de unos pocos no ganaran. Al final, lo que tenemos es la consecuencia de las luchas entre las personas- develó.
Tal vez, no se dio cuenta de lo relevante que eran sus palabras. O tal vez sí, porque lo decía con mucha claridad. Incluso la saliva que le salía de las comisuras de sus labios, se había secado de repente, y su voz se había tornado grave y arpegiada. Me había hecho notar la sencillez de un problema. El mundo es, simple y llanamente, el producto de gente tonta, indiferente y apática como yo frenando a personas inteligentes, desagradables y optimistas como él.
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Un feo compañero
Short StoryRelato corto sobre un chico antipático que encuentra a un compañero suyo que le desagrada en la universidad