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Jorge no creía en el amor de las películas de Hollywood, pero La boda de mi mejor amigo era una de sus películas favoritas.

No es que le gustaran especialmente las comedias románticas. Esa época ya había pasado. Cuando Álex y él tenían catorce años y la costumbre de ir al cine los viernes había derivado en los recientes Ciclos Oficiales de Cine del Club de los Marginados, Álex insistió en ver una película de amor con Julia Roberts de protagonista.

—¿Ya no quieres ver la cuarta parte de Alien? —se atrevió a quejarse Jorge, no muy convencido con el cartel de colores pastel.

—Claro que sí —aseguró Álex—, pero creo que deberíamos ampliar nuestros horizontes. Siempre vemos películas de acción o de guerra.

—Porque son las que molan —argumentó Migue, que también tenía voz y voto en el comité, algo sorprendido ante la intrusión femenina.

—Queremos algo más realista —se quejó también Cheli, y Jorge se preguntó si la petición de Álex no vendría indirectamente de ella—. No vale que vosotros seáis los que siempre decidís.

—Pero a mí este rollo me aburre. —Migue hizo una mueca.

—Claro, y yo no bostecé en absoluto cuando quedamos para ver La Roca. —Cheli se cruzó de brazos.

Ese fue el primer amago de cisma que detectó Jorge entre los cuatro, aún muy al principio, y por eso se puso rápidamente de parte de Álex y Cheli. Después de todo, no les haría daño ver más películas realistas.

Sin embargo, cuando se sentaron en las butacas de la sala del cine, Jorge sintió el codo de Álex contra el suyo, la miró de reojo y supo que la elección de película no era solo de Cheli. Álex también quería verla, sin duda. Estaba completamente embebida en lo que pasaba, con las palomitas casi cayéndole de los labios, ajena a los ojos que la contemplaban.

La boda de mi mejor amigo era una comedia romántica moderna en la que la chica no se queda con el chico. Julia Roberts y Cameron Diaz estaban muy buenas, y el argumento era divertido, pero no dejaba de ser una película de Hollywood en la que todo el mundo comprende su lugar en el mundo y, al final, hasta el amigo gay coge un avión para que Julia Roberts no se quede sin pareja de baile, porque eso sería lamentable.

Jorge tenía ganas de soltar algún comentario irónico, pero el contacto del brazo de Álex contra el suyo lo dejaba sin fuerzas. Los dedos de Álex le rozaron y, por un instante, Jorge creyó que iban a cogerse de la mano; extendió las puntas de los dedos como tímida invitación y Álex le apretó la mano, o quizás solo tres dedos, no mucho antes de que comenzaran los créditos del final; su palma fría se posó sobre la piel sudorosa de Jorge y ambos juguetearon un poco antes de soltarse.

Desde entonces, La boda de mi mejor amigo fue una de las películas favoritas de Jorge y no se quejó lo más mínimo cuando le arrastraron a ver películas similares con Sandra Bullock, Drew Barrymore o Jennifer Aniston de protagonistas. Tenía la esperanza de que en algún momento sucedería de nuevo lo que había sucedido y que, quizás, en la oscuridad del cine, Álex y él, cogidos de la mano, se fundirían en un beso interminable.

No volvió a suceder, entre otras cosas porque a menudo se sentaba al lado de Migue, que comía palomitas sin cesar, o de Cheli, que se reía de forma explosiva y hacía comentarios para toda la fila. Tampoco volvieron a mencionar el asunto, ni para bien ni para mal. Jorge solo tenía ojos para Álex cuando los tres ya habían salido y se preparaban perezosamente para despedirse y volver a sus casas. Tenía la sensación de que Álex se encerraba en su mente para reflexionar sobre lo que había visto y no dejaba entrar a nadie.

Le gustaba tener nuevos amigos. Le gustaba Migue, su sinceridad y sus locuras. Le gustaba Cheli, siempre llena de energía a pesar de su vena iracunda. Pero, sobre todo, le gustaba Álex, aunque llevara siempre esas greñas y esos pantalones medio rotos, aunque hubiera crecido tanto que estuviese a punto de rebasarlo en altura. La Álex a la que había conocido primero y de la que se había enamorado como un tonto.

Habría visto cualquier comedia romántica una vez más, dos, las que hicieran falta, por volver a observarla con los ojos emocionados como aquella vez en el cine, por volver a sentir la mano de Álex encima de la suya.

Y tenía la esperanza de que, algún día, Álex saldría de sus reflexiones para buscarle. Porque no podía ser que fuera el único que pensara en esos temas. No podía ser el único que se sintiera mareado cada vez que estaba demasiado cerca de ella. Seguro que Álex pensaba en el amor para siempre como él. Solo tenía que esperar.

Para siempre (Un pavo rosa: Entreactos) (Jorge/Álex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora