Cuando doblaron la esquina de la calle, el Banco de las Confesiones estaba exactamente igual que como lo habían dejado la última vez y, como de costumbre, vacío. No era más que un banco cercano a La Zona, sucio de polvo, solitario y protegido por una caseta de obra que lo ocultaba del gran público. Aunque el descubrimiento había sido mérito de Jorge —un día que llevaba muchos VHS del Blockbuster tuvo que pararse a su lado para colocarse la mochila—, la que había comenzado a usarlo para conversaciones privadas era Álex.
Desde el primer momento tuvieron claro que el Banco era algo de los dos, no porque pensaran ocultarles a Cheli y a Migue su existencia, sino porque —como esperaban— ninguno de sus amigos se sintió cómodo ante la idea de un lugar solamente para hablar de intimidades, y casi nunca les habían acompañado. Por el contrario, Jorge y Álex se habían pasado largas horas sobre él, mirando el cielo, a veces sobre el asiento y otras sentados directamente en el respaldo. Era un lugar perfecto para acabar las noches que para otros compañeros terminaban en vomitona.
A menudo, cuando Álex hablaba de algo Muy Importante mientras estaban ambos sentados lado a lado, muy juntos, a la luz mortecina de la única farola que iluminaba la calle, Jorge había soñado con besarla. La principal razón por la que nunca lo había intentado hasta ahora, aparte del miedo que le paralizaba, era que le gustaba demasiado el sonido de la voz de Álex y su conversación. No quería que su primer beso fuera para interrumpir a Álex cuando hablaba.
—Pues aquí estamos —dijo Jorge, instalándose con el trasero en el respaldo y los pies sobre el banco. Era una posición ligeramente menos vulnerable que la otra.
Álex lo imitó. Había menos de medio metro de distancia entre uno y otro.
—Sí, aquí estamos.
Luego hubo un largo silencio que Jorge no supo cómo romper.
—Entonces, ¿cómo era la vida antes de conocerme? ¿Mejor? —dijo al fin.
Álex negó con la cabeza.
—Muy aburrida, en general.
Jorge sintió un repentino y tonto estallido de felicidad en el pecho.
—Pero has dicho que sucedió antes de conocerme.
—George, eres realmente increíble.
—¿Qué?
Esta vez Álex sonrió de verdad.
—No me prestabas atención en tu casa. Hice un esfuerzo para empezar a contártelo y entonces te fuiste al baño. Creí que no te interesaba. Casi me había molestado.
—Claro que te presto atención. Siempre te presto atención.
—No siempre. A veces no estás ahí del todo. Lo noto por tus ojos. —Álex hizo una pausa—. A veces me miras demasiado, y a veces ni siquiera me miras.
El corazón de Jorge dio un pequeño salto.
—Tenía que hacer pis. Iba a reventar.
—¿Hablas en serio? —Álex frunció el ceño.
—Claro. —No exactamente. Solo quería desviar la atención acerca de cómo parecían sus ojos o dejaban de parecer cuando Álex hablaba.
—Entonces, ¿estás aquí ahora?
—Sí —respondió Jorge.
Se giró un poco y la miró. Álex jugueteaba con uno de sus anillos. Solo llevaba dos, pero Jorge sabía que al menos uno de ellos era especial. Era el que manipulaba en ese momento, una simple alianza de plata algo grande que Álex solía llevar en el dedo gordo de la mano derecha. Según lo que le había contado, precisamente en ese mismo Banco de las Confesiones, perteneció a su padre.
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Para siempre (Un pavo rosa: Entreactos) (Jorge/Álex)
Teen FictionLos entreactos de "Un pavo rosa" son historias para leer entre el acto I y el II que ahondan en ciertos personajes o situaciones de los libros. ¿Cómo surgió la amistad entre Álex y Jorge? ¿Y es realmente Nick la primera chica en el corazón de Álex...