Escritos caprichosos. Un montón de ellos...
En mi vocabulario de aprendiz escritor, los escritos caprichosos son textos que afloran al azar cuando menos nos los esperamos, que nos parecen super buenos, incluso geniales, pero que no encajan en ningun...
Empecé a escribir este texto para un concurso de Halloween, cuyo objetivo era relatar en más de 500 y menos de 2000 palabras la historia de unas brujas en la noche de Halloween. El genero no era obligatoriamente terror, así que opté por algo cómico. Desafortunadamente (o afortunadamente, depende del punto de vista), me surgió una mejor idea, así que este fragmento quedó en el olvido. Quizá algún día lo termine, pero por ahora lo dejaré aquí.
El relato concursante no se puede publicar hasta que se acabe el concurso, el 27 de noviembre, pero estoy emocionada por ponerlo aquí.
Si deciden leer, ¡buen viaje!
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¿Qué dices? ¿Que tu familia es especial? ¿Rara? ¿Extraña? Ja. Antes de explicarte por qué estoy escéptica, descríbeme las razones que te llevan a pensar que tu familia es fuera del común. ¿Dices que es porque tu tía de setenta años practica deportes extremos y tu abuelo es el mejor comedor de hamburguesas de la región? Pues déjame decirte algo. En una escala del 1 al 10, tu familia es especial 1, y la mía 11. ¿Por cuál razón? Bueno, quizás si te cuento esta historia entenderás.
5 años atrás. 31 de octubre. Halloween. El peor día del año.
Mis ojos están clavados en la puerta de la nevera, o más precisamente en el calendario que está pegado ahí. No me puedo creer que el año haya pasado tan rápido. Mi boca se estira en una mueca de disgusto.
Sé que para muchos hoy es un día fantástico. La ocasión para divertirse a costa de los demás y de pretender ser quien no eres. Es época para gastar bromas y disfrazarse. Tsss... Mortales...
Para mí, Halloween es sinónimo de aburrimiento, nervios, indigestiones y cotilleos banales. Todo esto por una simple razón: Halloween significa reunión familiar.
Peor aún, este año nos toca, a mis padres y a mi, ser los anfitriones y organizar la fiesta en nuestra mansión. El día ha pasado volando entre limpieza y preparación, y ahora que por fin tengo un momento de descanso, lo único que soy capaz de hacer es verter todo el odio que siento en la mirada asesina que dirijo a la casilla #31 del mes de octubre, torturando la punta de mi sombrero con los dedos.
- Que intentes incendiar el calendario a distancia no resolverá tu problema, Amelia.
Me giro para observar a mi madre. Está parada en la entrada de la cocina, igual de despampanante como siempre: piel palidísima y lisa, pelo largo, sedoso y oscuro como las noches de luna nueva, y rasgos huesudos. No es para nada que ha sido elegida bruja del año por nuestra revista favorita: Chismes Verrugosos.
- ¿Has sellado la puerta de la biblioteca? - le pregunto - Que no vaya a pasar nada como en casa de Bertilda.
Noto, en sus ojos de un rojo intenso, una versión acentuada de la preocupación que la persigue desde que recibió la orden de organizar la reunión aquí. Tres años atrás, las gárgolas que acompañaban a una prima francesa intentaron prender fuegos artificiales en la biblioteca de una de nuestras familiares. ¿Qué pasó? Bueno, digamos que la torpeza de los demonitos alados, unos viejos libros y el fuego no son una buena combinación.
- Y también la cristalería - me asegura frunciendo el ceño -. Esperando que mis hechizos detengan a los gremlins que llevarán tus tíos de Nueva York.
Me acerco a ella para darle un fuerte abrazo, y me prometo interiormente hacer lo posible para que nadie arruine lo que para ella significó mucho esfuerzo. Sin embargo, nuestro momento de paz es interrumpido por Edgard, el mayordomo sin cabeza que nos sirve desde hace siglos, que nos anuncia que algunos invitados han llegado.
Vamos Amelia. Solo será una noche. Uf. Una noche bien larga.
Como una brujita bien educada (porque soy una bruja, ¿no se lo había dicho?), me dirijo hasta la gigantesca puerta para acoger a los recién llegados.
Apenas tengo tiempo para asomarme cuando una viejita fea y arrugada como una vieja manzana se abalanza sobre mí.
- ¡Ma como eres bella! ¡Esta è mi sobrinita! - grita en una mezcla de español e italiano - ¡Cuanta voglia di verte! ¡Ma como eres bella!
Si no fuera porque casi me arranca la cabeza dándome abrazos, diría que la Befana es mi tía favorita. Siempre está contando chistes malos y regalando dulces para que todos estén felices, lo que conlleva las indigestiones de las cuales hablaba anteriormente.
- Gracias tía - susurro, casi ahogada por su cariño desbordante.