Humo saliendo del cañón flameante de un arma sostenida por un hombre envuelto en sábanas y otras telas delgadas en conjunto con unos enormes lentes que le servían contra las tormentas de arena, aquel hombre que llaman Sandwalker en los avisos en papel amarillento de esa cantina que hasta hace poco estuvo llena de encanto, con una pegajosa tonada en un piano, mujeres y hombres bailando y el olor a cerveza ligera en el aire, todo eso fue reemplazado con una grotesca imagen de un grupo de gente tirada en el suelo, y todas y cada una de ellas con un tiro entre las cejas, tiro que perfora el cráneo, haciendo que la sangre brotara de ese hoyo en la cabeza hasta inundar todo el piso con fluido vital.
Ese hombre guardó su pistola en la funda de cuero en su cintura, camina sobre la sangre haciendo un sonido de chapoteo cuando uno de sus pies toca el suelo, hasta que llegó al área donde yacen los tragos en un estante frente a una mesa larga donde está el cuerpo del cantinero. El asesino, tose, es una tos seca y rasposa, se apoya en la mesa y mancha las telas en su rostro en el área de la boca con sangre. Golpea la mesa con su puño cerrado, haciéndola crujir, para hacer su dolor más soportable. Termina partiendo la mesa a la mitad, y sin apuro, la caja registradora busca con apuro y mete toda la maquina en la bolsa que lleva en la izquierda. Otras réplicas de la tos se hacen presente, y mientras cubre su boca con el antebrazo que sostiene la bolsa, y con la otra mano, toma botella por botella, lanzándola en distintas direcciones, impregnando el lugar con un olor a licor muy intenso.
Sube la bolsa a la mesa, y con sus manos cubiertas por guantes de cuero negro revisa los bolsillos del cadáver, hasta encontrar un encendedor, encendedor que guarda en la bolsa del dinero, seguido, se escucharon gritos desde afuera, gritos de hombres enojados, policías enojados, que se tardaban en entrar a la cantina porque en la entrada, estaban los cadáveres de los caballos de aquellos que se entretenían en el lugar, impidiendo el paso. A la hora de irse, el sanguinario hombre solo abrió una de las dos ventanas del lugar y salió, detrás del local lo esperaba un caballo en el que sube a la incómoda silla en el lomo del animal. El encendedor lo saca de la bolsa, y lo enciende, pone la llama que sale del pequeño objeto metálico cerca de su rostro, teniendo cuidado de no quemar su sombrero negro, suspiró y lanzó el encendedor por la ventana por la que salió, y de inmediato puso en marcha su animal, con las espuelas improvisadas que eran tornillos recortados que apenas se notan clavados en la parte trasera de sus botas altas; pasan unos segundos y el lugar no tarda en encenderse por completo gracias al licor en el suelo mezclado con la sangre, pero para cuando esto pasa, el jinete en su caballo prestado ya estaban a la distancia, alejándose de esos hombres cuya cólera no los dejó pensar con calma una manera de atrapar al asesino de sus amigos y destructor de ese lugar que tanto amaban los habitantes de esa ciudad situada en el desierto, basto y cruel.
La noche cae y con ella se avecina otra amenazante tormenta, con relámpagos y truenos a la distancia, obligando a las mujeres y niños a ocultarse en sus hogares, incluso, a algunos hombres. Pero no a los que tienen sed de venganza, esos se arman con antorchas y armados con revólveres e ira en sus venas, montando de dos un caballo, pues, el asesino ha eliminado a los muchos que estaban en la cantina y que usó como distracción el muy desgraciado. Los caballos corren, con su puñado de jinetes belicosos, dejando marcas en la áspera arena del desierto nocturno, en dirección a esa tormenta de arena, y saben el camino a lo que llaman "venganza" que disfrazan como "justicia", y es que el hombre que buscan camina en la noche sosteniendo una potente linterna que resalta en la distancia.
La tormenta engulló a la silueta del hombre sosteniendo la linterna de luz blanca, después a los hombres en sus caballos, llevando arena en sus poderosos vientos a los rostros de los hombres del pueblo al que se le puede decir que era uno de los más peligrosos de lo que antes era un país, pues, ahora ya no hay países, no hay nadie a cargo. Los truenos ensordecedores hacen que los hombres cubran sus oídos. La arena hace que entrecierren los ojos, nublando su visión, por lo que temen, y otros se acobardan, dan la vuelta e intentan salir de la tormenta para llegar a su hogar de nuevo con sus familias, y era claro que no lo harían. Mas los demás, los alcohólicos, apostadores y administradores del bar que no estaban en ese momento allí siguen con su férrea determinación a arrancarle los ojos, asesinarlo y dárselo de comer a el poblado en esos festivales donde para ejecutar, matan a los criminales más sanos y los sirven en una feria, para alimentar, para no morir por la falta de comida que existe en lo que es el mundo ahora.
Divisan nuevamente la linterna, ahora más cerca, y estos hombres desenfundan sus armas, apuntan a la luz y jalan el gatillo dejando caer una lluvia de balas sobre la luz que pueden ver mientras gritan sin importarles que la arena se meta en sus bocas, rabian a la vez que disparan y cuando sus armas no tienen más municiones se aterran pues, la luz no cayó, es más, ni se movió un centímetro. Un relámpago toca el suelo, asustando al caballo que tiró a los 7 hombres en la arena del suelo, muertos de miedo maldicen en silencio. Sin darse cuenta, los hombres fueron cayendo, uno a uno, sus cabezas terminaban reposando sobre la arena, y sus cuerpos sin moverse. Solo uno puso saber lo que sucedió cuando el hombre que iba a su lado cayó en sus muslos, y este no respondía a sus llamados, entonces el último en pie se levantó y echó a correr, no por mucho, porque chocó con algo, y la arena en sus ojos no ayudaban mucho a ver que era, pero un relámpago cayó de nuevo, iluminando todo por un segundo dentro de esa tormenta, y se dio cuenta, por el reflejo de esos lentes verdes y la silueta de un hombre alto, entre el viento. Era a quien buscaba, lejos de la linterna. Otra vez más, ha engañado a esos hombres.
—¡No, perdóname!, ¡Deja que me vaya y yo, y mis hombres no iremos tras de ti.
—. . .
El silencio del ensombrerado no hizo más que alterar más al hombre, y aprovechando que todo volvió a oscurecer, se arrastró hacia atrás como excusa para extraer de sus botas un pequeño revolver.
— ¡Vamos! — Dijo él, preparando su venganza.Grande fue la sorpresa cuando sintió un dolor punzante en su pierna, en su brazo, en su mano con el arma y en ambas rodillas hizo que soltara el arma y gritara a todo pulmón por los disparos que hizo el enmascarado, y una vez más, lo despistó, porque debajo de ese montón de telas que lo protegen de la arena y el sol, siempre sostuvo su revólver, cuando jaló el gatillo se abrieron hoyos en la tela y acertaron justo donde él quería.
—¡¿Por qué lo hiciste?! —
Y el asesino, respondió.
—. . .No sé. ¿Por qué todas las bombas nucleares estallaron hace 10 años?.
Así, Sand dio vuelta a su arma y acertó un golpe en la sien con el mango de su arma, dejándolo inconsciente.
Al día siguiente, estos hombres que fueron en busca de venganza y mordieron el polvo fueron encontrados sin ropa y sin nada de valor, atados frente a los pedazos de madera carbonizados de la cantina. Y en sus pechos, había un mensaje grabado con un arma punzo-cortante, y en cada uno, había un número. "499", "500", "501", "502", "503", "504", "505". Los que los encontraron palidecieron, pues solo podían especular que significado tenían esos macabros números tallados en sus pieles. Y ni rastro del responsable de esto.
Varias millas lejos, el artífice del desastre del pueblo Sun-Down atraviesa una multitud, en algo que era muy similar a un bazar, un mercado donde se conseguía de todo, de todo, desde lo ilegal hasta lo que nadie había pensado que existía, desde lo del mundo antes del incidente con bombas en años pasados, hasta el presente. Y estos pequeños puesto con objetos robados o creados estaban alrededor de una colina conocida como "Devil's Bag", y en la cima estaba su poderoso dueño, viviendo en su cómoda mansión en la cima de la colina, con vista a como gana dinero sin mover un solo dedo. Ese hombre es "$inner", o por lo menos eso se lee en la puerta de su oficina, que es su habitación que a diferencia del exterior, hace frío por el aire acondicionado que posee gracias a sus generadores de electricidad. En su oficina, la puerta se abre, y es el hombre de gafas protectoras y sombrero, que le arroja una bolsa con algo metálico a sus pies.
— Medicina.
— ¡Vamos, Sandy!, ¿Así saludas a tus amigos?
— Medicina. Medicina, ya.
— Que frío eres tú, deberí...— Se interrumpió a sí mismos por el asco que le produjo ver a ese hombre que es su mercenario recurrente retirar la tela que cubre su boca y ver escurrir un hilo de sangre que proviene de su boca y comienza a hacer un charco en el suelo blanco de su habitación.
Con sangre tiñendo sus dientes, labios pálidos y mentón dijo:
— Medicina.
$inner, con asco y con rabia, busca en el escritorio frente al asiento donde está y rasca su calva por el asco que le da ver esa sangre de tono poco saludable manchar el suelo, y finalmente encuentra en sus cajones un par de bolsas plásticas llenas de un líquido transparente, y con cinta adhesiva, hay jeringas pegadas a estas. —Si que estás grave, he. Pero a quién no le afecta la radiación estos días. Ha. — Dijo el calvo, mostrando sus dientes amarillos en una sonrisa nerviosa frente a él, apoyando su mejilla en su mano, y su codo en la mesa. No le responden, aquel hombre solo arranca la jeringa, coloca la aguja en el cilindro y penetra la aguja en el plástico para que esta absorba todo el líquido dentro de esta, y la punta vaya a parar en el antebrazo del hombre, por sobre las telas y el líquido transparente viscoso termine fluyendo en sus venas.
— Y...tengo otro trabajo para ti. — Dijo el calvo de aspecto esquelético. — Me ayudaste mucho quemando ese bar sucio. Estaba haciendo competencia con mi lugar, ¿sabes? Ahora quiero que hagas algo un poco más grande y será una paga que alcanzará por varias semanas. ¿Qué dices, Sandy?.
— . . .¿A quién mato esta vez?.
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Guns
Science FictionEn un mundo post-apocalíptico gracias la radiación, un mercenario tiene que cometer homicidios que no quiere realizar a cambio de que su jefe le de la medicina que su cuerpo necesita o morirá por la radiación. Un día, su jefe le propone un nuevo tr...