2. Sin rostro

51 9 5
                                    

Como te contaba, estimado, la maté y debo reconocer que no me arrepiento. Le hice un bien a toda la jodida humanidad pero jamás seré reconocido por eso, todo lo contrario, seré enjuiciado y condenado a quien sabe cuántos años de cárcel después de salvarles el trasero a todos.

Bueno, quizás estoy exagerando un poco al decir "toda la humanidad", pero si salvé un par de traseros como mínimo.

Injusticias de esta absurda vida.

¿No quieres una copa de vino antes de continuar? ¿O tal vez un café? Es lo mejor para contar historias de este tipo.

Bueno, sigamos. ¿Dónde me quedé? ¿Ah? ¿Qué no he empezado? Oh, lo siento, lo siento. Bien, supongo que tengo que empezar por el principio, ¿no?

Bueno, su nombre era Sofía y la conocí en un café literario. Ya sabes, mis gustos por la literatura y mi adicción por el café, reunidos en un solo lugar. ¡Un paraíso! Y allí me encontré con la hermosa protagonista de este relato. Sofía tenía cerca de 25 años, como yo. Era un poco más alta que la media, de cabello negro, mismo tono que el color de sus ojos. Estaba sentada en la parte más alejada del lugar, así que ni tonto ni perezoso me acerqué a ella.

Cuando estuve lo suficientemente cerca como para visualizar la tapa del libro que sostenía en sus manos, pude observar que se trataba de una colección de relatos de Edgar Allan Poe. ¿Puedes imaginar mi felicidad en ese momento? ¡Una hermosa chica leyendo a uno de mis escritores favoritos! ¡Me faltó poco para ponerme a saltar de emoción allí mismo! Aunque me habrían mirado como a un rarito... En fin.

Así que le hablé y vieras mi sorpresa cuando, tras presentarme, dijo conocerme de antes. ¡Fuimos compañeros en el colegio cuando niños y yo ni me acordaba! Fue vergonzoso y divertido a la vez, ya que ella si me recordaba. Después de eso estuvimos por horas conversando sobre libros, libros y más libros. Fue un rato agradable para ambos y decidimos juntarnos tres veces a la semana en aquel lugar para conversar y tomar unas cuantas tazas de café. Para mi alegría, ella también era adicta al café. Una maravilla, ¿no cree estimado periodista?

Y así pasaron los días, quizás semanas. ¿Meses? No sé, sería exagerado decir meses...

Mientras más hablábamos, más se desbloqueaba la traba en mi mente y comenzaba a recordarla, a recordar esos días de niñez en que jugábamos junto a otros niños de nuestra edad por tardes enteras. Pero también recordé a su padre, un tema que tocaré más adelante. Lo importante es que... ¡Me estaba enamorando! Ay, amigo, no sabes cómo me sentía, como me latía el corazón cada vez que nos juntábamos y pasábamos juntos tardes enteras.

Esa ansiedad que te da cuando quieres llegar lo más rápido posible al lugar de encuentro, para aprovechar cada segundo al lado de esa persona que te hace sentir especial. Me emociona un poco contarte esto... Lo que menos pensaba era terminar enamorándome y ver como terminó todo... Disculpa que se me quiebre la voz... Es doloroso... Disculpa, vuelvo enseguida...

Vera, retomando la historia querido amigo, que me encontraba bastante cómodo y alegre en compañía de Sofía uno de esos días grises de Julio, y cuando ocurren cosas así no quieres separarte ni siquiera un segundo de esa persona que tan bien te hace sentir. Por lo mismo decidí acompañarla hasta su casa pese a la intensa lluvia que caía en la ciudad en ese entonces. Primer error.

El camino fue largo; vivía en un pequeño condominio en la periferia de la ciudad por lo que tardamos cerca de una hora en llegar. Cuando llegamos, la lluvia arreciaba así que entramos rápidamente en su casa. Segundo error.

Si la hubiese dejado allí y me hubiese marchado, amigo mío, seguramente no estaríamos aquí sentados ni estaría dejándole mi último testamento.

¿Te imaginas que me encontré allí? Probablemente no vayas a creerme de buenas a primeras. Puede que la gente que escuche esta confesión atribuya todo lo contado a un arrebato de locura. Pero no amigo, todo lo ocurrido es fidedigno.

Prosigo. Una vez dentro, creí que estábamos solos, que Sofía vivía sola y que podría quedarme allí a pasar la noche junto con ella. Ya sabes a que me refiero, miles de perversiones cruzaron mi mente aun juvenil. Pero bueno, pensé mal.

Nunca sabes por dónde anda rondando el diablo...

Ella vivía con su padre, a quien ya te mencioné anteriormente, y con su hermana menor, de 13 años. ¿Notas el gesto de odio en mi rostro cada vez que nombro al padre de Sofía? Pues, mi estimado periodista, te presento al villano de este relato. Su padre, llamado Charles, era un científico que siempre me generó mala espina en mi niñez. Lo detestaba, lo detesto y lo detestaré lo que me quede de vida.

Estaba saludando a Melissa, la pequeña hermana de Sofía, cuando este hombre apareció desde el sótano. Y al verlo, el terror inundó cada parte de mi cuerpo. No puedes creer lo que vi amigo, pero por favor intenta creerme.

Ese hombre no tenía rostro. 

El PeriodistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora