III. Padre

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Se podría decir que hubo un antes y un después de Levi Ackerman en el patinaje artístico. La aparición de este peculiar patinador francés sacudió a las multitudes y puso a temblar a toda la Organización Mundial que regulaba las normas y organizaba los campeonatos. 

Con la irreverencia de Bonaly y la audacia de Candeloro, Levi pudo ser capaz de posicionarse en la cúspide del podio desde sus primeras competencias, estableciendo una individualidad para expresarse que desde sus talentosos compatriotas no se veía.

El chico aparentemente salido de la nada, era capaz de ejecutar saltos quíntuples y mortales dobles o triples hacia atrás. Fue en su primera competencia que alguien osó por compartir en las redes sociales el video de su programa; y eso fue suficiente para desatar la locura. La polémica deducción que los jueces le habían dado a sus puntajes, por un salto prohibido, causó inconformidad y molestia; el fenómeno se extendió a los medios: prensa, radio o televisión; no había persona que no hablara de ese programa de patinaje artístico que en voz de la mayoría: rayaba en la perfección. Un deporte que ya casi no tenía difusión y que había terminado bajo las sombras de otras disciplinas más lucrativas, necesitaba promoción y aportación financiera para nuevos talentos y la mejor forma de atraerlos era brindando a la audiencia los mejores espectáculos. Fue entonces que la Organización, centrada en la perfección de la técnica hasta esos momentos, permitió que el programa libre, que no resultaba serlo tanto, pudiera incluir más elementos de los permitidos. Esto dio lugar a que los puntajes de Levi fueran inalcanzables y que sus peligrosos saltos pudieran ser vistos en algunas galas y exhibiciones.

Al verlo desplazarse sobre el hielo con tal soltura y belleza cualquiera pensaría que sus ejecuciones eran fáciles y sencillas. El chico que consiguió que los elementos del patinaje artístico evolucionaran, cambiando las reglas en los campeonatos, revolucionando la manera de expresarse sobre el hielo, pareciera haber nacido en cuna de oro y haberse formado desde siempre en uno de esos clubes elitistas que reclutaban talentos desde muy temprana edad; cuatro, cinco o seis años a lo mucho, es lo que varios han calculado como el inicio de su carrera.

Pocos son los que se pudieran imaginar que detrás de esa actitud, balance, fuerza y delicadeza, se encontraba toda una triste historia de superación llena de dedicación y esfuerzo.

Levi nació en un barrio pobre y desde los ocho años tuvo que aliarse con los demás chicos de la calle para sobrevivir; su madre enfermó y murió dejándole sin nada para poder mitigar su hambre, ni cubrir sus necesidades de vivienda o vestido; nunca supo nada de su padre, su madre jamás le dijo dónde podía encontrarlo cuando ella ya no estuviera; como su padre no era alguien que hubiese estado a su lado desde el principio, Levi no sintió que él realmente le hiciera falta. Así que no tuvo otra opción cuando, sin tentarse el corazón, el casero lo echó a la calle; se dedicó a alguna que otra fechoría que le mandaban hacer los miembros más grandes de la pandilla a la que pertenecía, a cambio de unos cuantos harapos y un poco de pan para comer.

Y fue precisamente en las calles, donde un joven patinador que competía por la Federación Inglesa, lo conoció. Cansado de sus rutinarias presentaciones monótonas e insípidas, Erwin Smith había llegado de paseo al lugar natal de su madre y había salido a los barrios pobres a recorrer la otra cara de Paris, en busca de algo que pudiera servirle de motivación a su carrera, pues ya no hallaba nada que lo inspirara a mejorar su calidad interpretativa. Concentrado en los últimos años en la técnica y en lograr altos puntajes, sus programas empezaron a carecer de sentido, le sabían a nada y sentía que de seguir así, tendría que echar a la basura tantos años de entrenamiento; porque a diferencia de Levi él había aprendido a caminar sobre esas pistas.

Azul hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora