Mensajes; concurso de escritura nacional.

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16 de agosto de 2017.

Cerró su computadora. Sus manos y piernas temblorosas demostraban cuán nerviosa estaba, la preocupación y el remordimiento comenzó a apoderarse de todo su cuerpo; el miedo de que su mamá descubriera lo que había hecho y el remordimiento la carcomían por dentro. Quería abrir la computadora, levantar de nuevo la pantalla del portátil para ver qué pasó después pero su corazón palpitante ganaba en estas circunstancias.


¿Por qué lo había hecho? Debió haber pensado en las consecuencias que esto traería. Debió de haber pensado en qué tal vez el adolescente con el que hablaba mediante Facebook podría ser una persona totalmente diferente a la que estaba acostumbrada. Las palabras de su mamá se hacían más que presentes en estos momentos "no hables con personas por internet", su madre siempre se encargaba de mencionarle lo mismo, tratando de prevenir una desgracia para su hija. Desde que las redes sociales comenzaron a hacerse aún más presentes en la vida diaria, llegando a tal punto en el que los adolescentes, jóvenes y adultos se hicieron dependientes de éstas aplicaciones, le decía que no debía confiar en nadie que no hubiera visto en persona anteriormente. Pero cayó, ella cayó. Sintiéndose impotente ante los ruegos de Cristian, mandó fotos intimas mostrando su cuerpo. Fotos obscenas que nadie con un sano juicio mandaría a personas por internet, personas las cuales no conocía, de las cuales no había visto nada más que por una foto de perfil. Había caído en sus encantos, el adolescente con el cual estaba hablando desde hace poco más de cuatro meses y que había conocido en un grupo. Él le había enviado un mensaje diciéndole que le parecía una muchacha muy linda y, aunque podía haber hecho caso a las palabras repetitivas de su madre, no pudo evitar conocer aún más al joven que estaba detrás de la pantalla. Su carisma, gustos y forma de ser encajaban perfectamente con la personalidad de ella. Nunca pensó que él llegaría a pedirle ese tipo de fotos, mucho menos que ella accedería a enviarlas sin ningún tipo de negación. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, era tarde para cancelar el envío.

— ¿Qué he hecho?, ¿qué he hecho?, ¿qué he hecho? — Se repetía rápida y sigilosamente, tomando su cabeza entre sus manos revolviendo su cabello, despeinándolo con desesperación mientras observaba la computadora portátil que descansaba en su escritorio blanco con detalles pastel. No se dio cuenta cuando se bajó al piso, tomó sus rodillas entre sus brazos y hundió su cara entre el hueco que dividía a las dos rodillas; presionando sus ojos con fuerza. Susurrando cosas sin sentido que quien sea que estuviera a su alrededor, desconocería y pensaría que hablaba otro idioma.

Levantó su mirada, viendo figuras alternas siendo consecuencia de la presión que ejerció con anterioridad en sus globos oculares y sintiendo un leve mareo gracias a esta fuerza. Miró su computadora, y sintiendo el valor que le faltó: se levantó y se sentó de nuevo en la silla que reposaba enfrente de su escritorio. Suspiró y abrió el aparato rápidamente. Cuando lo hizo, lo primero que vio fue una notificación.

"Nuevo mensaje de Cristian Flores."

Abrió el chat, viendo como la ventana de mensajes aparecía en la parte inferior de su pantalla; leyendo lo que le había escrito.

"Eres muy bonita."

Liberó aire, sintiéndose halagada pero ofendida a la vez sin razón alguna. Y le respondió:

"Gracias."

E inmediatamente vio cómo su mensaje aparecía en leído y un icono que anunciaba que Cristian le escribía de nuevo:

"¿Cómo te fue hoy?"

Se sintió realmente tranquila al saber que realmente podía confiar en él. Tal vez no había sido un completo error haberle mandado esas fotos, tampoco haber dudado de él. Aunque fuera un amigo por internet, era una de las personas en las que más confiaba. El hecho de saber que él no tenía ningún amigo en común con ella, le facilitaba el hecho de contarle sus problemas, ya sean familiares o sobre alguna amistad. Él no le contaría a nadie sobre sus problemas, ni se burlaría de ella; al contrario, siempre la aconsejaba cuando no sabía qué hacer, no la regañaba como cuando iba a pedirle un consejo a su mamá ni mucho menos la juzgaba porque, al fin y al cabo, ella hasta podría asegurar que él era la persona que más la conocía.

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