Esa mañana después de que su hermano Tatsuya partiera, Taiga de nueva cuenta se encontró solo pero por primera vez no tiritaba de miedo por ello pues, sabía que nada le ocurriría de ahora en adelante.
—Niño bonito. — la voz aterciopelada de su liberador se dejo escuchar un tanto lejana por el pasillo que llevaba a la cocina. —Ven a comer.
Avanzó a paso veloz dónde él y no por necesidad alguna sino, por la mala costumbre que le había dejado ser un rubí.
—Siempre obedece Tai-chan. — recordaba bien que Reo se lo repetía siempre que lo rentaban y aunque nunca lo escuchaba, ahora en verdad quería hacerlo. —Mientras más rápido mejor, así te evitas los maltratos.
Sacudió la cabeza repetidamente intentando sacar su pasado de sus pensamientos pero captando de paso la atención del peliazul que dejaba un par de enormes sándwiches en la mesa que se encontraba en medio de esa habitación.
—Deja de pensar. — sentenció antes de rodearla y acercarse hasta él. —El Emperador ya no te hará daño.
Se dejo calmar por el tacto de aquel hombre que hasta hace unos días era otro extraño en su sucia vida pero en ese momento, no era más que la esperanza para una mucho mejor.
Aomine lo veía con fascinación, anonadado por su belleza y es que, desde esa primera fotografía que Himuro le había mostrado pensó que el chico era atractivo sin embargo, sólo cuando lo vio por primera vez unos días atrás, se dio cuenta de cuánto en realidad lo era.
Delineo su barbilla hasta llegar a sus labios, los acarició sin notar siquiera el sonrojo que se esparcía en el rostro del muchacho.
Era la primera vez que se sentía abrumado por su actuar y es que, después del beso que Kagami le había dado en agradecimiento tras conocer la verdad, no podía dejar de confortarlo con caricias.
Se sabía afortunado al tener la confianza de Kagami a pesar de todo lo vivido.
Aún recordaba lo difícil que había sido entrar al círculo cercano de Akashi Seijurou, conocido en el bajo mundo cómo El Emperador.
Si, había sacado a varios muchachos y niños antes de poder acceder a los rubíes.
—Son la mercancía más exquisita que encontraras Daiki. — le había hablado con un brillo espeluznante en la mirada. —¿Tienes el suficiente dinero?
—Tch, sabes que sí. — lo miró aburrido, apoyado en una de las paredes del despacho. —Soltare lo que quieras pero sólo si me gusta lo que veo.
Akashi sonrió, convencido de su elección aún así, pregunto.
—Y dime, ¿que estás buscando?
—Pelea, quiero que me de pelea antes de tomarlo.
—Será una lástima dejarlo ir pero justo por su desobediencia creo que será perfecto para ti y sino, bien puedo hacerte un reembolso.
Gruño al pensar en la forma mercantil en la que siempre se refirió Akashi. Abrazo al pelirrojo frente a él, se esmeraría en darle su libertad completamente.
—Él ya no te hará daño.
—El Emperador n-nunca me tocó. — respondió con temor y sin saber bien porqué. —Nebuya aplicaba los correctivos, El Emperador nunca me hizo daño.
Tras sus últimas palabras, Kagami se arrepintió abrir la boca pues enseguida se vio apartado y extrañando aquel contacto.
—¿Es enserio? — Aomine se miraba serio, sus ojos azules lo escaneaban con detenimiento y él sólo se encogió en su sitio.
El moreno sintió cómo su enojo y algo que no supo identificar bullía dentro suyo, ¿porque lo defendía?
Aunque Akashi no le hubiera puesto un dedo encima, no significaba que no fuera culpable de todo lo que le había ocurrido.
—Lo s-siento. — escucho al muchacho murmurar. —No quería enojarte.
Aomine suspiro. Tenía que entenderle, Kagami no estaba bien y tardaría bastante tiempo para estarlo.
Le revolvió los cabellos para volver a su sitio en la mesa.
—Vamos niño come ya, te sorprenderá lo magnífico que son mis sándwiches. — le sonrió arrogante pero Kagami en el fondo sabía que estaba siendo amable y por ello deseaba que su tiempo a su lado nunca acabe.
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"Nada le costaba creer."
FanfictionConsiderando que no tenía nada más por perder, decidió creer. Aomine x Kagami. ❤