- 2 -

96 14 0
                                    

Nadie sabía de sus razones, nadie excepto Satsuki.

.

Eran aún muy pequeños cuando se habían encontrado frente a una situación tan desgarradora y a la vez peligrosa sin saberlo.

Existió una vez una chica con las ropas rasgadas que corría sin fijarse entre las calles que ellos tomaban rumbo a la escuela.

—Ellos hacen que haga cosas. — le habían escuchado llorar mientras la gente se alejaba de ella.

Daiki había querido ayudarle, hacer algo para calmarle pero apenas había dado unos pasos cuando un auto había acabado con el martirio que la joven había vivido, así cómo también alguna información sobre las personas que le habían lastimado.

Fueron tiempos duros después de ese suceso.

Sus padres les habían llevado a terapia y aunque eso había ayudado, la verdad era que tanto su amiga cómo él se volvieron en exceso precavidos para su edad.

.

Entonces un día, cuando Daiki se había hecho de una posición cómo inversionista, le contó a Satsuki lo que se decía entre murmullos.

Sobre los lujos más especiales del país.

—Dai-chan tienes que tener mucho cuidado. — le sonrió conciliador, sabía que ella le apoyaría en su plan.

Así se abrió paso en un mundo oscuro que había deseado no conocer pero el cuál tampoco iba a abandonar porque habían muchos que ni siquiera tenían esa opción.

Se guió de reportes de búsqueda e información que Satsuki conseguía de sus amigos policías.

Niños y jóvenes, de ambos sexos pasaron por sus manos. Siempre rotos, siempre desconfiados de que la imagen amigable que les mostraba tan pronto llegaban bajo su techo, les daría en cualquier momento una bofetada que los regresaría al lugar que debían.

A los pies de su nuevo dueño.

.
.

Así fue hasta aquel momento, el primer rubí adquirido directamente de El Emperador.

El rubí que quiso cortar cómo un diamante en bruto su cuello o que logro al menos taclearlo para intentar hacerlo.

Kagami Taiga se había vuelto su obsesión desde que el irritante de su hermano adoptivo había llegado a él en busca de ayuda para encontrarle.

—Te pagaré cada maldita dólar pero por favor, saca a mi hermano de ahí. — el pelinegro estampo la foto del chico pelirrojo en su escritorio y tal vez sin querer en su corazón.

El muchacho de diecisiete años era irónicamente, todo una joya. Era amable, testarudo, divertido y malditamente sexy sin proponerselo.

Le había besado cuando le dijo la verdad tras su compra, lo entendía era un método para lidiar con la ansiedad, aferrarse a lo único que parecía algo seguro, sin embargo ese beso había mermedo algo de su auto convicción.

—¿Porque no puedo llevarlo conmigo? — la mirada penetrante de Himuro no le perturbo. —Te voy a pagar todo.

—Ya te dije que no quiero dinero. — la pequeña sonrisa agradecida de Kagami, en los brazos de su hermano le robó el aliento. —Nada me dice que El Emperador no vigile lo que haga con mi compra.

—¡No es una cosa! — le reclamo el otro hombre mientras abrazaba a un más al chico.

—Eso lo sé. — el moreno suspiro frustrado, Himuro siempre le ponía de mal genio. —Sólo espera un mes, yo lo llevaré a América, estará seguro, nada le pasará.

No mentía, Akashi nunca había vendido un rubí y su último encuentro le había parecido bastante calmo para su gusto.

Todo era por la seguridad de Kagami, todo incluso si arriesgaba más de si mismo en el proceso.

"Nada le costaba creer."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora