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Cuando Harry se levantó esa mañana sabía que tendría un buen día. Todos los días son buenos cuando amas tu trabajo, sus padres creían en eso y él también. Por eso cuando llegó la hora de decidir qué hacer con su vida pidió un préstamo al banco y abrió su propia cafetería cerca del campus donde estudió administración. El lugar pronto se volvió popular, muchos de sus amigos lo frecuentaban y el ambiente juvenil y jovial, la alta calidad de su café y los precios accesibles lo convirtieron rápidamente en el favorito de los estudiantes. Harry pudo pagar completamente al banco dentro del primer año de servicio.

Ahora, a sus 27 años y luego de 3 años con la cafetería podía darse el lujo de llegar a medio día, seguro de que sus empleados tendrían todo el orden. Disfrutaba sus productos, disfrutaba de ver a sus clientes satisfechos y disfrutaba de ayudar a otros. Sus empleados eran muchas veces gente del vecindario que necesitaba trabajar desesperadamente. Madres solteras, estudiantes embarazadas, chicos tratando de pagar su carrera o dejar alguna adicción. Harry los ayudaba, incluso a los que habían cometido errores en el pasado. Su fe había sido recompensada hasta ahora con empleados fieles que mostraban su agradecimiento creando una pequeña familia con sus compañeros y jefe.

Era un lugar muy agradable, moderno. Los muros blancos decorados con rojo y dorado, la pared detrás del mostrador tenía un enorme león y las letras "Gryffindor Caffe", el logotipo de la empresa. Tenían platos con agua y comida junto a las mesas de afuera para los clientes con mascotas, prestaban juegos de mesa o libros y hacían colectas para los necesitados y ofrecían café gratis a las personas sin hogar que necesitaban algo que los levantara para una entrevista de trabajo. Todos adoraban la cafetería, era un refugio de paz en medio de un mundo cada vez más hostil, un lugar dónde todo era relajante, siempre en crecimiento, siempre cambiante y sin embargo siempre consistente. Harry estaba orgulloso.

Ese día tendría que abrir el mismo, Agatha tenía que llevar a su pequeño hijo al médico, Harry no preguntaba pero sabía que el niño estaba muy enfermo, una de esas enfermedades que nadie sabe cómo curar, jamás le reclamaría algo así, le dio permiso de inmediato y despertó a las 5 para abrir la tienda el mismo a las 6:30 en punto. Parecía un horario poco razonable, pero atendía el flujo de estudiantes que tenían clase a las 7 am, luego había un par de horas de calma hasta que llegaran los empleados de empresas cercanas por algo que les diera pila antes de entrar a trabajar a las nueve.

La rutina era algo que Harry adoraba, preparó las mesas, relleno el dispensador de servilletas, dio una barrida a la banqueta y lleno los platos de afuera de agua. Sentía el cabello alborotado acariciarle la nuca y el delantal rojo del uniforme de la tienda muy ligero sin estar lleno de pedidos, pajillas y crema para café. Cuando los primeros clientes llegaron fue casi muy fácil perderse en el ajetreo de atender a los estudiantes con prisa que tomaban cosas de las repisas y las llevaban al mostrador en intercambios que no tomaban más de 5 minutos si Harry se daba prisa.

—Harry, necesitas tomarte unos días de descanso de la cafetería. —Su mejor amiga, Hermione, le dijo esa mañana-

—Lo haré cuando tú dejes de inscribir tantas materias que pasas 16 horas en el campus.

—No es lo mismo. —Reprochó ella, sonrojada. — ¿Hace cuánto que no sales con alguien?

—Herm eso no...

—Desde Cedric, Harry, creo que es tiempo de darte otra oportunidad.

—Espero que se te enfríe el café, largo de aquí. —Dijo el moreno, dándole su expreso doble. La chica lo señaló mientras se alejaba.

— ¡No hemos terminado de hablar de esto, Harry Potter!

Cuando daban más o menos las 7:30 y el ritmo bajaba Harry rellenaba las galletas, los panecillos y los sándwiches para el siguiente grupo de clientes. Se sentó detrás de la barra, recuperando energía, Agatha no debería tardar en llegar, sin duda necesitaría ayuda. Escuchó la campanita de la puerta sonar y se puso de pie, sonriendo. Pero no era Agatha, era un chico, probablemente de su edad, el día estaba nublado, pero lucía muy extraño en ese atuendo de chamarra de cuero, gorro y los lentes oscuros que el muchacho llevaba puestos. Se acercó al mostrador, era más alto que él, y Harry pudo adivinar su musculatura por debajo de la ropa, sus facciones eran rectas y masculinas, de piel pálida y cenicienta y un mechón de pelo rubio escapaba rebelde sobre su frente. Se quitó las gafas y Harry perdió el aliento ante sus ojos plateados, demasiado hermosos, tan irreales como ese dios griego que por algún motivo había terminado comprando en su negocio. Debía estar conteniendo la respiración porque tuvo que respirar agitado antes de preguntar.

Gryffindor CafféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora