La libertad arrebatada

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"Los que niegan la libertad a otros, no la merecen para ellos mismos"
-Abraham Lincoln

Dedicado a todas aquellas personas que sufrieron, que hasta el día de hoy lloran, y lamentan haber presenciado un acto de violencia de un tamaño inimaginable, a ellos, que les oprimieron su libertad.

Mi vida se basaba en dar amor, en ofrecerlo de una manera pura; en querer lo mejor para los de afuera, no ofender a nadie y hacer mi vida sin lastimar la de los demás. Me crucé con mucha gente que destilaba malas vibras, cada día observaba en las calles gente que no entendía nada, que creían en las sonrisas falsas, que esas sonrisas sólo van en las fotos. Pensaba en que la sociedad debía cambiar su modo de ver las cosas, y cómo reaccionaba respecto a otras también; pero siempre hablé esto desde afuera, nunca me involucré en nada.
Hoy puedo decir que fue la peor decisión de mi vida. Porque un día me tocó estar dentro de esa camioneta blanca. Un día me tocó ser "la chica desaparecida". Una foto impresa pegada en las paredes del barrio. Y nadie lo sabía, por supuesto. Pero también me tocó sentir la angustia y desesperación de ¿vuelvo a casa?
Paredes verdes, un reloj que marcaba la hora de forma interminable, habían cortinas tan oscuras que apenas podía entrar la luz del sol. Y yo sabía que el sol todavía estaba, que sus rayos y ese diminuto calor invernal que genera, seguía ahí. Que habían chicos saliendo de la escuela, que habían madres buscando a sus pequeños en los jardines; que ahí afuera, había vida. Vida de esa que se tiene libremente, cuando podés salir donde quieras y con quién quieras, que podés frenarte a tomar un café leyendo un libro recomendado, que podés ver el sol, las nubes, el cielo cuando amanece, que podés disfrutar. Porque a decir verdad, lo que yo estaba viviendo, ya no lo consideraba vida.
Lo cuento desde adentro, desde la experiencia; lo cuento porque salí, porque si me hubieran callado ese día, en las calles se diría cualquier cosa. El noticiero mostraría sólo la tapa de esa vivencia, pero no los sentimientos que me generó, y si es que se hubiera sabido de mi historia. Se preguntarían cómo iba vestida, si lo provoqué, si callé o grité, a qué hora caminaba, si iba sola. Porque es mi culpa si voy sola, porque es mi culpa si grito, porque es mi culpa cómo voy vestida. La sociedad impuso esa marca en las mujeres, esas preguntas para justificar su violación y/o muerte.
Fui partícipe de un acto de violencia, oprimieron mi libertad, la libertad de elegir. Rasgaron mis ropas, me golpearon y sacudieron mi cuerpo cual porra. Me negaron la salida, decidieron por mí, la hora en la que mi vida ya dejaba de ser propia; el momento en el que de manera minúscula volvía a ser mía. Y también la decisión de que yo ya no fuera persona en este mundo terrenal. Yo no entiendo cómo logré salir de ese infierno, y trato de no cuestionarlo tampoco, por todas esas mujeres que no obtuvieron el mismo final. Me encuentro parada en la alegría de seguir viva y la tristeza de sentirme muerta. Muerta y sucia. Pero, ¿y por qué sentirme así a causa de alguien que se adueñó de una vida ajena? Ahí dentro no podés pensar, no podés decir, y no te atrevas a negarte, porque inclusive así, pidiendo con dolor que te dejen viva, te arrebatan el brillo de tus ojos y la fuerza de querer seguir viviendo en este mundo lleno de cosas por descubrir. Y me arrepentí. Me arrepentí de no haber hecho nada cuando veía en los diarios y revistas, en la televisión y escuchaba de la boca de la gente del pueblo que otra chica más había desaparecido, me arrepentí de no haberme clavado en donde a todos nos duele y explicar: que sentimos, que somos, que soñamos y luchamos. Por las chicas que nunca volvieron, por las que aparecieron muertas, por aquellas de las que no se sabe absolutamente nada. Pareciera que venimos al mundo para luchar unos contra otros, a matarnos como bestias, a guardar odio y rencor, a ser vengativos; y uno no entiende, que una de las formas de las que podemos disfrutar a pleno esta vida, es amándonos, amando nuestro entorno y la gente que nos rodea.
Proyectaba en mi cabeza la gloriosa salida de ese lugar; cuando, de alguna forma, me recuperé a mí misma. Me sentía sucia, manos que nunca quise tocaron mi piel, la maltrataron. Pasé una y otra vez jabón por mi cuerpo, intentando tratar de limpiar recuerdos, que estaban marcados en mí. Y supe, que reprimir la necesidad de llorar en momentos realmente difíciles no es sano, y me descargué, conmigo misma, con el mundo y con las personas malvadas que lo habitan. Lloré hasta que no pude más, hasta que me sentí vacía por dentro, deshidratada de recuerdos que no me pertenecían. Porque se siente así, me sentí de prestada, con la mente en un cuerpo ajeno.
Al mundo nos trajeron a superarnos, a descubrir lo que hay más allá del "quizá pueda", pero la sociedad nos dividió, el hecho de que todos pensemos de diferentes maneras hizo que apliquemos eso a todo. Con la religión, con la política, si es escuela pública o escuela privada, si somos de River o de Boca, si nos gusta el rock o el reggaeton, si somos quién molesta en la escuela o a quién molestan, y lamentablemente, si somos hombre, o somos mujer. Y aprendimos a sentirnos cómodos con el lugar que ocupamos en este mundo, a no esperar más de nadie y a conformarnos con poco; nunca podemos sobresalir, dar el ejemplo y hacer cosas que se noten. Actitudes que ayuden al otro a darse cuenta que hay mejores acciones que con las que estamos acostumbrados a interactuar, por una vez, ponerme en el lugar del otro y sentir lo que vive, lo difícil que es encajar en cada grupo de personas, y el camino que se hace cuesta arriba cuando nada te sale bien.
Las personas que me rodeaban en ese entonces me ayudaron hasta donde pudieron, sosteniendo mi mano en las noches de insomnio, calmando mis pensamientos perturbadores en la oscuridad, cuando esa luz tenue me hacía recordar lo mal que la pasé; y lo mal que lo viven miles de chicas día a día. El miedo seguía estando allí, no desaparecía, me seguía como un cazador persigue a su presa; no quería volver a salir de mi casa, aunque también me aterraba el silencio eterno de la soledad. La policía no me ayudaba, y eso generaba en mí un miedo aún más grande. La sensación de que si salía no iba a volver, y eso a nadie le fastidiaba. Me vi en el momento exacto de mi pasado, cuando yo callaba cada vez que creía que algo se estaba haciendo mal, y no expresaba mi disgusto sobre aquel escenario; nunca pensé que alguien iba a estar sufriendo de ese modo, y no lo supe así, hasta que lo viví en carne propia. Me sitúe entre dos personas, quién pudo haber hecho algo, y quién lo padeció. Y me reproché las veces que pude, el haberme quedado quieta cuando sin darme cuenta, había gente que me necesitaba.
Y desde ese día, lucho por los derechos de todos. Para ser libres, para elegir por nuestra cuenta lo que decidamos sea más conveniente para el propio bienestar. Hoy por mí, mañana por todos.
"Caí con todo el peso pero si es fuerte la caída más impresionante será mi regreso" Calle 13.

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⏰ Última actualización: Oct 11, 2017 ⏰

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