Capítulo 1

118 10 0
                                    

Me llamo Holland, pero no me llames así, no te haré caso. A los 7 años perdí la audición a causa de una hipoacusia bilateral idiopática; sí, en qué problema me habré metido. De hecho, ni los doctores saben con certeza qué me pasó. La hipoacusia es así: hereditaria, adquirida por una lesión, o idiopática, sin origen definido. He pasado años de hospital en hospital. Mis padres no paraban de ir de un sitio a otro para poder saber por qué me había pasado eso, y lo más importante, cómo curarme.

No fue fácil para ellos asimilar la idea de tener a una hija discapacitada. Sí, soy un peso en los hombros de muchas personas, todos están pendientes de mí, si es que tengo alguna necesidad, si tengo hambre, si quiero salir, si sigo viva; no es eso. El tiempo me ha enseñado a ser fuerte, las personas no van a girar en torno a mí. Tengo 16 años, soy casi mayor de edad, no voy a vivir pegada a mis padres como la niña que solía ser. Una de mis ventajas es que he tenido el tiempo y la tranquilidad suficiente para saber cómo me siento realmente conmigo misma, mis propias ideas y teorías conspirativas.

¿Cómo he sobrevivido sin poder saber qué clase de ocurrencias dicen a diario las personas a mi alrededor? Pues, no es que me interese. Llámenme arrogante, pero en todos estos años he sabido que el mejor sonido de todos es el propio silencio.

Mis padres rogaron al doctor para que usara un audífono o me hagan alguna cirugía, pero lo mío no tenía remedio, perdí la audición por completo, no se podía hacer nada más. Me insistían en que debía aprender maneras para comunicarme, me llevaron a clases para aprender lenguaje de señas, lectura de labios, gestos básicos; hicieron todo lo que estuvo a su alcance. ¿Pero saben qué? No acepté. No tenían por qué preocuparse tanto en mí, yo tendría que resolver sola mi problema, que si bien no era mi culpa ni de ellos. La mejor solución para poder seguir entablando alguna conversación era por medio de una nota o un mensaje de texto.

Vivo aislada en mi mundo, y soy feliz así. Toda mi niñez estuve sola, los niños corrían por todas partes gritando y no les importaba si yo estaba ahí o no, no podía hablar. Poco a poco mis únicos amigos se alejaron por completo. Y ahí estaba yo, en mi habitación, sin nadie con quién jugar. Aprendí que si no puedes comunicarte nadie va a querer estar contigo, los niños son crueles, las personas son crueles.

Sentí un leve golpe en el brazo que me hizo salir de mi sueño mental, me encontraba en la sala de espera de uno de los mejores psicólogos de la ciudad. Giré a ver y había un chico joven de cabello castaño, ojos marrones y de tez clara. Lo noté un poco impaciente, estaba moviendo los labios y viendo en todas las direcciones posibles, hasta que se chocó con mi mirada. Se quedó un momento mudo y a continuación seguía parloteando. Traté de ignorarlo completamente pero seguía insistiendo en que lo mirara. Llevé un dedo al oído y luego al labio, seña mundialmente conocida como "sordomudo". Por un momento pareció captar el gesto, pero no duró mucho. Se paró frente a mí y se quedó observándome curiosamente.

Afortunadamente fue interrumpido por el señor Clifford, el psicólogo más solicitado que pueda haber. Mis padres hicieron hasta lo imposible en separarme una cita con él, piensan que tengo problemas sociales a pesar que les repita a diario que me siento bien como estoy. El señor Clifford era una persona de mediana edad, con cabello negro plagado de canas, alto y fornido, y con un simpático bigote que no le sienta nada mal. Me cogió de la mano para pararme de la silla y llevarme a su consultorio. Al entrar me encontré con la clásica oficina de un psicóloco de las películas, lleno de cuadros con pinturas abstractas, con dos sillones muy cómodos a simple vista, un escritorio perfectamente organizado, una gran librería llena de probables libros de transtornos psicológicos, y todo el suelo alfombrado. Un cálido lugar, pero no me llamó la atención en lo absoluto. Era la primera vez que había accedido en ir a un psicólogo, repito, me siento bien conmigo misma.

El señor Clifford abrió una puerta cerca al escritorio y sacó de ahí una pizarra acrílica con rueditas, y dos plumones. Me dio uno. Acto seguido escribió en la esquina superior izquierda: "Bienvenida Holland, ¿cómo estás?". Me miró y asintió la cabeza con la esperanza a que le escriba una respuesta. ¿En serio? ¿Es en serio? ¿Piensa que puede usar el dinero de mis padres en una terapia de seis horas a la semana para que juguemos en la pizarrita? ¿Qué sigue? ¿Tutti Frutti? ¿Ahorcado? ¿Tres en raya?

Dejé mis arrogancias de lado y le respondí, "Bien". Me dio una sonrisa, hizo una pausa y prosiguió, "Dime, ¿por qué estás aquí? ¿Quieres hablar de eso?" Miré dudosamente el pizarrón, no sabía qué contestar. "De hecho no. Estoy bien así. No entiendo por qué estoy aquí"

Y así pasaron dos horas, las dos horas más largas que puedan haber, hablando de mi vida desde que no puedo oír, de mi familia, mis amigos, cómo es mi día a día. ¿Tengo que hacer esto dos horas al día tres veces a la semana? ¿Cuál es el objetivo?

Después de una agotadora jornada llegué a mi habitación, me senté en mi cama y fijé mi vista en mi repisa de libros, ¿cuál será el afortunado hoy? Cogí un clásico, La divina comedia de Dante Alighieri, será una buena tarde. Me recuesto en mi sábana hasta que siento que mi teléfono vibra. Un mensaje. Remitente anónimo.

Inserto el patrón de desbloqueo y reviso el mensaje:

"Hola, me llamo Ethan, bueno, soy el chico que estaba a tu lado en el consultorio del señor Clifford. ¿Cómo tengo tu número? Pues insistí a la secretaria de la oficina para que me dé tu nombre, te busqué en la guía telefónica de la ciudad y encontré tu teléfono, qué coincidencia. Busque más sobre ti. Me quedé atónito con ese gesto que hiciste, indagué en internet, ¿eres sordomuda? Tal vez por eso no me hacías caso allí. Te acuerdas de mí, ¿cierto? Te preguntarás qué hacía en un sitio como ese, pues sufro TDAH, tengo déficit de atención e hiperactividad. No sé si lo habrás notado pero hablo mucho, bueno, escribo mucho. ¿Por qué sigo escribiendo? Espero que nos podamos volver a encontrar, buscaré alguna otra manera de hablar contigo. Cuídate"

Por alguna extraña razón no pude evitar sonreír a la pantalla. ¿Cómo habría conseguido esa información? Y ¿por qué? De todas maneras, no pienso volver a ese consultorio, prefiero evitar el problema de seguir encontrando gente como él. Como Ethan.




__________________________________________________________________

Nota de la autora:

¡Hola! Me llamo María. 

Había estado taaaaanto tiempo inactiva en wattpad que decidí hacer un nuevo libro, k procdn. Espero que me puedan ayudar con sus estrellitas y sus comentarios♥  No van a ser muchos capítulos:)

Los leo

El sonido del silencioWhere stories live. Discover now