Capítulo uno

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Seokjin jadeó por el esfuerzo. Desde luego, cargar con troncos en los brazos era de sus tareas menos favoritas, y sin duda una de las razones por las que echaba de menos vivir en el pueblo. Por desgracia era un mal necesario, ya que sin madera no había fuego, sin fuego no había comida, y sin comida no había razón de ser.

Por lo menos la peor parte ya estaba hecha, que era tirar de las jodidas ramas que por alguna razón no ponían de su parte para ser arrancadas del árbol. Si no lo hubiera dejado para el último momento podría haber cogido las que estaban en el suelo, pero a esas alturas de la estación ya estaba todo cubierto de nieve, y por ende, la madera estaba húmeda. La madera húmeda no quema ni la mitad de bien que la seca, y no estaba él para ir cargando con cosas inútiles. Gruñó de frustración cuando, por tercera vez consecutiva, el tronco de más arriba caía al suelo, y finalmente lo dio por perdido. Si no quería serle útil, podía quedarse donde estaba. Tenía otros diez cachos de madera a su disposición.

Cuando pasaba cerca del río donde solía ir a pescar (claro que las siete primeras veces que fue a intentarlo fue él quién terminó entrando al agua de cabeza y no los peces saliendo, pero esa es otra historia) notó un olor que no le resultaba en absoluto familiar. No tenía un sentido auditivo especialmente agudo y veía en la oscuridad igual que la mayoría de gente, pero su olfato era excelente, así que estaba convencido de que había alguien ahí a parte de él, un humano.

Pero eso era casi imposible, porque estaba muy alejado del pueblo más cercano, a más de un día de distancia, y nadie de ahí querría ir a hacerle una visita. ¿Alguien se habría perdido? Su instinto le decía que siguiera con lo suyo y que se alejara de ahí, pero Kim Seokjin no era nada si no cotilla, y terminó escuchando a la voz en su cabeza que le decía "Pero acércate a ver, si total no pierdes nada, a lo mejor es algo interesante y todo".

Así pues, avanzó unos cuantos metros, dejando atrás el tupido montón de árboles y topándose de frente con el potente río que dividía ese bosque en dos. Al principio no vio nada, todo parecía normal, pero entonces giró la cabeza y vio un cadáver sobresaliendo del agua. Chilló de espanto, dejó caer los troncos, maldijo cuando uno de ellos le cayó en el pie derecho, y corrió a ver si realmente estaba muerto o qué.

—Ay, Dios, ¿hola? ¿Estás vivo? —preguntó al cuerpo inerte en el suelo, habiendo mantenido una distancia prudencial de unos cinco metros, para luego darse a sí mismo un golpe en la cabeza por tan tonta pregunta. Finalmente se acercó y se arrodilló a su lado para darle la vuelta. —Qué pálido... Está muerto. —murmuró, pero se inclinó para asegurarse. A primera vista no parecía estar respirando. Pegó la oreja a su pecho y se concentró, buscando algo, algún signo de que siguiera vivo. Cuando al fin escuchó el débil boom boom de su corazón se apartó de un salto como si quemara. El cadáver estaba vivo. —¡Menos mal! —exclamó sonriendo, para luego darse cuenta de otro pequeño pero importante detalle: no duraría mucho tiempo vivo si no lo reanimaba y le hacía entrar en calor.

Seokjin sabía hacer muchas cosas, pero reanimar no era una de ellas. Desgraciadamente, no es que tuviera un amplio abanico de opciones en ese momento: o lo reanimaba o moría. Y aunque estuvo tentado durante un segundo a considerar la segunda opción, al final volvió a inclinarse para comenzar con el trabajo, poniendo ambas manos a la altura de su corazón. Durante varios minutos estuvo aporreando su pecho con insistencia, intentando animar a ese estúpido órgano vital que no quería colaborar a ir más rápido. Se detuvo un segundo a recuperar el aliento y suspiró. Vale, iba a tener que hacer lo otro también. Puso una expresión de desagrado y se inclinó una vez más, tapando la nariz del chico con dos dedos y abriendo del todo su boca. Eso era desagradablemente parecido a besar a un muerto, y no le gustaba para nada, pero tampoco le hacía gracia alimentar a los osos de la zona. Tomó aire con decisión y tragó saliva, para luego comenzar a acercar sus rostros, repitiéndose que era por su bien, por la vida del chico, por...

Y de repente estaba en el suelo, de espaldas. ¿Qué acababa de pasar? ¿No estaba como que a puntito de hacerle el boca a boca a un casi muerto? Se incorporó y se encontró con el chico pálido tosiendo como un loco y probablemente escupiendo agua, inclinado hacia el suelo y dándole la espalda. ¡Estaba vivo!

—¿Estás bi--

—¿Qué cojones estabas haciendo?

El chico que ya no estaba a punto de morir lo miraba frunciendo el ceño y muy serio, como si acabara de matar a su gato o algo. ¡Pero si le había salvado la vida!

—¿Disculpa? —preguntó, algo atónito. De hecho, empezaba a pensar que había tropezado y se había dado en la cabeza con alguna piedra y que todo eso era un sueño producto de la contusión.

—Que qué cojones estabas haciendo. —repitió hoscamente, y a Seokjin no le quedó más remedio que ofenderse.

—Ehm, no lo sé, ¿salvarte la vida? Estabas medio muerto cuando te he encontrado, solo estaba reanimándote. ¿Qué crees tú que estaba haciendo? —preguntó cruzándose de brazos.

—Basándome en lo que he visto al abrir los ojos, creo que estabas dispuesto a abusar de un pobre hombre inconsciente.

El ego de ese hombre era considerable, y lo decía una persona que se consideraba una pieza de arte. Seokjin no se podía creer lo que estaba oyendo, pero por suerte tenía una lengua más rápida que su cerebro.

—¿Abusar de...? ¿De qué vas? ¡Estaba reanimándote, pedazo de animal! ¿Preferías que te dejara morir?

—¿A eso lo llamas reanimación? —se quejó el otro, para luego sobarse el torso. —¿Quién ha estado bailando sobre mi pecho, joder? —murmuró, para luego incorporarse.

Seokjin lo siguió y se levantó, mirando al desconocido más que ofendido. La última vez que se desviaba del camino y le salvaba la vida a alguien, de verdad. Se cruzó nuevamente de brazos y observó cómo el otro hombre intentaba ponerse de pie de forma bastante torpe, tambaleándose y perdiendo el equilibrio más de una vez hasta que consiguió poner su peso sobre sus dos pies. Abrió la boca para decir algo, pero luego hizo una mueca de dolor y se llevó la mano a la nuca. Al observarla, vio que había sangre en ella. Frunció los labios y volvió a tambalearse, para luego caer hacia adelante.

Seokjin, con sus reflejos de lince, reaccionó cuando ya estaba en el suelo. Ya no estaba ofendido ni cabreado (bueno, tal vez un poco, pero había cosas que apremiaban un poco más en ese momento) y le dio la vuelta para comprobar su estado. Se había desmayado.

—Menudo enclenque. —murmuró, aún sabiendo que una herida en la cabeza podía ser muy peligrosa. Consciente de que su buen corazón le haría incapaz de dejarlo ahí tirado, lo cogió de las axilas y comenzó a tirar de él para llevarlo a su cabaña. Con toda probabilidad podría haberlo cargado sobre su espalda perfectamente y así ahorrarle a la ropa del chico la experiencia de ser usada como trapo de limpieza para el bosque, pero no lo hizo. Tenía un orgullo herido que cuidar, aún si estaba dispuesto a salir al día siguiente a recuperar la madera que había dejado atrás con tal de que ese idiota desconocido y moribundo no falleciera ahí.

Always Winter Here ; NamjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora