Había una vez en un lugar muy lejano un pueblo muy lindo y pintoresco llamado villa feliz, donde toda la gente era feliz, amable y bondadosa.
Hay había una joven pareja de casados que se amaban mucho los cuales tuvieron una linda bebe la cual fue llamada Ana. Cuando Ana cumplió 7 años su madre falleció, años después su padre se casó con otra mujer, que tambien tenia una hija. Pero tristemente la madrastra no trataba bien a Ana.
- ¡Ana! Despierta, son las 5:00 am y tienes que ir con el panadero a recoger el pan que le encargue ayer y ya se te hizo tarde, además tienes que ir también por la leche y los huevos y después preparar el desayuno. Sin mencionar que tienes que lavar la ropa, secarla, barrer, sacudir el polvo y muchas cosas más así que muévete. – dijo la madrastra.
Como vez la madrastra era muy mala con Ana, pero no solo su madrastra era mala, sino que al igual que la madre la hija era mala eh incluso peor. Ya que siempre le molestaba o le pegaba.
- ¡Ana la huerfanita! ¡Ana la huerfanita! ¡Se quedo sin su mama y ahora es huerfanita!
¿Verdad Ana que tú no tienes mama y por eso eres huérfana? – Dijo Belén
- No me molestes Belén, yo no te estoy molestando. – contesto Ana
- Hay ya se puso triste la huerfanita, que vas a hacer ¿ir a llorar con tu mami? A es cierto tú no tienes. – Repuso Belén.
El nombre de la segunda pesadilla de Ana (la primera era su madrastra) era belén, la cual tenía 11 años, 2 años más que Ana. Belén era una niña muy regordeta y de baja estatura, su cabello era negro como la noche y sus ojos del mismo color, además de que poseía una gran nariz puntiaguda la cual la hacía víctima de burlas por parte de otros niños.
Belén le tenía una gran envidia a Ana, ya que Ana era una niña muy hermosa por dentro y por fuera. Ana era alta y delgada para su edad, de cabello rubio ceniza y ojos azul cielo, poseía su rostro rasgos tan finos que parecía muñeca de porcelana, al igual que su tez blanca, la cual Belén no tenía ya que ella poseía una tez morena. Ana era amada por todos por ser amable y bondadosa a pesar de la vida que tenía.
Esto hacia arder de rabia a la madrastra de Ana, ya que sabía que su hija no poseía ni belleza física ni belleza en su interior.
Así que un día la madrastra de Ana salió a comprar unas cosas al mercado artesanal, lo cual era raro ya que siempre mandaba a Ana a que fuera por todo. Estaba comprando un florero cuando de repente escucho a 2 ancianitas hablando.
-¿Supiste del joven que desapareció? -Pregunto la ancianita
-Si, dicen que fue al castillo encantado. -Contesto la viejita.
-Pobre joven, pero nunca debió de ir a el castillo encantado. -Repuso la abuelita.
El castillo encantado se encontraba afuera de villa feliz, y este tenía la fama de estar encantado. Además de una leyenda de que aquella persona que se atreviera a entrar al castillo encantado jamás se volvería a ver.
La madrastra de Ana conocía bien la leyenda del castillo encantado y ella pensaba igual que muchas personas que entrar hay era una locura. Que solo iría hay una persona demente, fue entonces cuando se le ocurrió una idea horrible.
-Y si mando a Ana al castillo encantado, le diré a su padre que la mande por unas cosas para la comida y que nunca volvió. - Pensó la madrastra.
Entonces la madrastra de Ana se encamino a su casa con una sonrisa de satisfacción.
Al llegar a casa, la madrastra de Ana le grito
- ¡Ana ven aquí ahora mismo! -Grito la madrastra.
Ana bajo corriendo por las escaleras y encontró a su madrastra en la cocina.
- ¿Si madrastra? – Contesto Ana.
- Vete de aquí, estoy harta de ti, a partir de ahora vivirás en el castillo que hay al salir de la villa. -Dijo la madrastra
La madrastra tomo un pan y se lo dio a Ana, después la tomo de la mano y la arrastró hasta la entrada de la casa y la saco de un empujón.
Ana no paraba de llorar, no entendía porque le pasaba eso si siempre fue una niña muy buena.
Entonces se encamino al castillo encantado, por el camino encontró un perrito solo y hambriento. Lo acaricio y el animal la acompaño en el trayecto.
Ana sabía que el castillo era terrible y sombrío y estaba abandonado, pero oscurecía y Ana no tenía donde ir.
Llego al castillo y entro, como era de suponer era tenebroso. El perrito y ella se acomodaron en una habitación en la que había un colchón en el suelo. Ana saco el trozo de pan. Al verlo el perro se lanzó sobre él y Ana decidió compartirlo.
-Pobre perrito, seguro a ti también te echaron de tu casa como a mí, pero no te preocupes yo cuidare de ti. -Dijo Ana al perro el cual solo movía la cola al escucharla.
Al llegar la media noche, se oyó un terrible gemido y detrás de la puerta se oían pasos y voces extrañas. Entonces el perro le dijo a Ana:
-Pregúntales que quieren.
Ana sorprendida pregunto:
- ¿Qué quieren?
- Déjanos entrar- Dijeron las voces.
-¿Qué hago? -Pregunto la niña al perrito.
-Diles que te traigan un vestido de color del viento y unos zapatos de plata- le sugirió el perro.
Y así lo hizo Ana. Minutos después las voces regresaron.
-Te hemos traído lo que nos has pedido. Ahora, déjanos entrar.
-¿Qué hago perrito? -Pregunto Ana.
-Diles que traigan una bolsa llena de diamantes, joyas de oro y plata. -Dijo el perro.
Ana repitió estas palabras y las voces, de nuevo, se fueron. En unos instantes regresaron con lo que había pedido e insistían en que querían entrar. El perrito le dijo a Ana que esta vez tenía que decir:
-Tráiganme agua del rio dentro de un colador de metal. -Dijo el perro.
La niña repitió esta frase y se hizo un gran silencio en el castillo. Las voces no regresaron con lo que había pedido, ¡Era imposible traer agua en un colador! Por la mañana, al despertarse, Ana vio que el perrito había desaparecido y cuando abrió la puerta, encontró el vestido, los zapatos y la bolsa llena de diamantes y joyas. Se puso el vestido y los zapatos, tomo la bolsa y se fue a casa.
Al verla su madrastra no la reconocía, creía que era una princesa.
Su hermanastra al saber la historia quiso ir también al castillo. Su madre le preparo un pastelito y se despidió de ella. Por el camino Belén se encontró al perrito, pero lo ignoro totalmente. Al llegar al castillo, se refugió en la misma habitación que su hermanastra. El perrito se sentó junto a ella. Cundo abrió la bolsa donde guardaba el pastelito, el perrito movió la cola, pero la niña no le dio ni un tozo.
A medianoche, un gran estruendo la despertó.
De repente llamaron a la puerta de la habitación.
-Déjanos entrar- Dijeron las voces.
Y la niña pidió al perro asustada:
- ¿Qué hago? -Pregunto la niña.
-Diles que entren- Aconsejo el perro.
-Entren- Dijo Belén.
Las voces entraron y se la llevaron.
Desde entonces, nunca más la han visto. Y la madrastra, arrepentida, trato mucho mejor a Ana.
FIN.