Daniel

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La tarde no había resultado tan mala después de todo. Tras haber trabajado casi cuatro horas, Daniel estaba listo para entregar su trabajo al día siguiente.

—Bueno, otro sobresaliente para la cartera —bromeó, mientras guardaba los archivos del portátil.

El reloj marcaba las ocho de la tarde y aún tenía mucho trabajo por delante como para permitirse perder el tiempo. Si se daba prisa a lo mejor… Desechó el pensamiento estirando sus brazos y reclinándose en la silla permitiendo que parte de la tensión en su espalda se aliviase.

Había quedado a las diez con Catty y esa mujer odiaba la impuntualidad. Lo mejor sería que dejase las tareas que le faltaban para mañana y se tomase ahora un tiempo en arreglarse.

Aquel pensamiento le sacó una sonrisa. Como si él necesitase mucho esfuerzo para gustarle a una chica. En ese sentido debería sentirse afortunado. Estaba seguro de que si iba sin cambiarse y apestando a alcohol la mujer se lanzaría a sus brazos de todas formas. A pesar de todo, se obligó a levantarse y empezar su pequeño ritual.

En el baño, dobló la ropa con mimo antes de depositarla en el cubo de la ropa sucia como si en lugar de lavarla fuese a ponérsela en algún otro momento. Se miró en el espejo examinando su aspecto desnudo con vista crítica. El moratón del hombro que tenía debido al mordisco que le había dado su cita anterior seguía doliendo, pero casi no se veía ya. Era una suerte. Odiaba esas chicas que necesitaban marcarlo en sus citas sexuales, como si él fuese de su propiedad.

Sus ojos grises se deleitaron comprobando como las horas que dedicaba al ejercicio  se notaban en un torso con unos abdominales que cualquier chico envidiaría. Sus piernas fibrosas y sus brazos musculosos eran entrenados a conciencia para estar preparados a lo que sea que fuese a pasar. Su pelo castaño aún no necesitaba un recorte pero tomó nota mental de pasarse por la peluquería la semana siguiente sin falta.

No podía permitirse no estar perfecto y en aquella universidad de pijos, el mínimo detalle bastaba para que juzgasen a cualquiera. No quería llamar la atención en absoluto y la mejor manera de hacerlo era ser tan perfecto como lo eran ellos. Como lo odiaba.

Abrió el grifo de agua fría y se enjuagó la cara. Ya casi había terminado. Le faltaba un último empujón y tendría por fin su querido título. Había luchado contra el destino y estaba a punto de demostrar a ese maldito desagradecido que si quería, podía salirse con la suya a pesar de sus esfuerzos. Todo era cuestión de tesón y preparación y… un maldito infierno que vivir cada día.

Su cuerpo agradeció la sensación del agua en la ducha cuando se metió en ella. Aquel pequeño vicio por lo menos no le pasaba factura. Se enjabonó por todo el cuerpo intentando no tardar demasiado en disfrutar esta vez de la paz del momento. A veces sentía que en su vida anterior había sido un pez y por eso amaba tanto estar en el agua. Si por el fuese, cuando acabase aquella aventura se mudaría a algún lugar con mar. Miami quizás. O Barcelona. ¿Una isla tal vez? No, demasiado pequeña para sus gustos. Miami estaría bien.

Sus atardeceres eternos, sus playas doradas, la calidez del ambiente. Su gente. Allí nadie le preguntaría de donde era ni a donde iba. Podía estar y no estar a la vez. Si, Miami era una buena opción para él.

El sonido de la alarma le molestó. A pesar de todo, era hora de que saliese de ese lugar y se preparase. Se secó y se puso desodorante mientras se miraba en el espejo y entrenaba su sonrisa. Arrebatador. Así es como tenía que estar.

Aún eran menos diez cuando llegó a casa de aquella mujer. Entrar no les costó mucho gracias al truco que Catty le había enseñado y localizarla dentro de aquella mansión no fue un problema. Había estado allí tantas veces ya que se la conocía al dedillo.

Daniel: El inicio (Capítulo extra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora