「Capítulo único.」

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«Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper».

. . .

La noche apenas había caído, trayendo consigo una capa de nieve en las zonas norte del continente. El cielo, despejado y con una que otra brisa soplando entre los árboles, era mayormente iluminado por la gran luna; que se encontraba en su máximo esplendor gracias a la inclinación de la tierra en el mes de Octubre: la época del año donde se podía apreciar mejor éste satélite natural.

Desde la tierra, la luna era digna de una fotografía; pero desde la luna, era todo un espectáculo embelesador apreciar como las pequeñas almas humanas vagaban por el mundo en busca de su valía.

Un anciano meditabundo, vestido de túnica blanca de material desconocido, se encontraba sentado preparándose para la hora en que debía bajar a realizar su trabajo. Desde hace tiempo ya, había estado observando unos cuantos de pares de almas que no debían, por ningún motivo, perderse el uno del otro en aquel bello -pero a la vez terrible, -mundo.

Preparó madejas de su hilo escarlata en su morral atado a la cintura y se lanzó con un simple suspiro hacia la tierra. Cuando caía, como siempre lo hacía, los humanos siempre pensaban que se trataba de una estrella fugaz pasando.

Realizó su tarea sin ninguna interrupción:

Encontró, ató, voló... encontró, ató. Y repitió.

Podía llegar a ser complicado si el bebé aún no nacía, pero nunca llegaba a ser un problema. A veces se detenía a contemplar el futuro de aquellos bebés que, en su mayoría, estaban demasiado separados de su otro extremo para su gusto. Iba y venía, de ciudad a campo, y de isla a desierto.

Muy raras veces podía encontrar a un bebé especial que nacía con el don de ver el hilo, cuando aquello pasaba y él mismo estaba a punto de atar el hilo a ese cierto bebé, éste lograba ver al hombre. Siempre le había parecido una pena cuando se encontraba con alguna alma dotada; debía tocar su frente para poder anularle el poder ver su propio hilo.

Le rompía el corazón hacerlo, pero era necesario para el equilibrio del mundo....

. . .

Se abraza las piernas haciéndose un ovillo, presintiendo la marea de lágrimas llegar a sus ojos. De nuevo tenía esa devastadora sensación que envolvía su corazón en una capa gruesa de tristeza.

Pasaron minutos que parecieron horas sin que dejara aquella posición, hasta que la horrible y dolorosa bruma se alejó de su corazón. Lo que le seguía, sin embargo, era la inmensa impotencia que siempre sentía después de aquellos dolores.

¿Por qué quemaba tanto?

¿Qué o quién era la causa de que se sintiera asi de vacío y desolado?

No tenía ningún sentido llorar sin saber la razón... Pero eso es lo que él estaba haciendo.

Pasaron los minutos en los que solo se quedó viendo al infinito, escuchando como su corazón latía a un ritmo pausado.

Ya sentado en su cama, abrigándose de la fría noche con aquella manta índigo suya, alargó su brazo para poder alcanzar el pequeño frasco azul que descansaba en su mesita de noche. Sostuvo con una de sus pequeñas manos la píldora azul eléctrico que extrajo con calma del envase y con su otra extremidad alcanzó un vaso de cristal que siempre era llenado de agua en las noches cuando él no veía. le tomó un segundo pasar la medicina por su garganta con ayuda del agua.

El Hilo Rojo del Destino ×MEANIE× O.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora