Estaba parada en la orilla de un pequeño puente mirando el río, no sabía que tan profundo era pero no importaba realmente. La necesidad de sentirme cubierta por algo, de sentirme contenida, incluso si era por las aguas de un río; eran demasiado fuertes para cuestionarme que había algo mal con lo que estaba pensando. Estaba harta de sentirme vacía, necesitaba algo, algo que me reviviera, que me trajera de vuelta, pero era más fácil lidiar con el vacío que tratar de luchar por salir adelante.
Así que hice lo que cualquier persona en mi lugar habría hecho, salté del puente.
Pensé que durante la caída mi vida pasaría ante mis ojos, pero la verdad es que no alcancé a pensar en nada, ya que en un pestañeo estaba sumergida en lodo y plantas. Traté de quedarme bajo el agua, pero mis instintos tomaron el control y saqué mi cabeza del río casi seco, poco a poco arrastré mi cuerpo hacia la orilla, luché contra la débil corriente y contra las piedras amenazantes que cortaban mis piernas y brazos, mis uñas se rompieron y mis manos sangraban pero logré salir viva de allí.
Me recosté en la orilla y miré el cielo tornarse anaranjado, me sumergí en la miseria y decepción de que no fuera mi vida la que se oscureciera hasta apagarse; y me recriminé una vez más el no haber notado que el río arrastraba más piedras que agua y que la distancia del puente era muy corta como para matarme. Ni que decir, que ni siquiera la infinidad de piedras ocultas fue capaz de aturdirme.
Cuando la noche hubo caído y los sonidos del día se hubieron apaciguado, escale la ladera del río y retome mi camino a casa, camine por las empedradas calles de Londres sumergiéndome en oscuros pasajes y poniendo mi vida en peligro constantemente, tan solo deseando que un auto se desviara y me aplastara. Cualquier cosa para evitar este dolor en el pecho, este dolor indescriptible, esta sensación terrible, es como, como si incluso respirar doliera; no pasa momento alguno del día en el que no quiera estar enterrada con ella, haberme ido con ella y que otros tuvieran que lidiar con nuestras muertes, otros. No yo.
Finalmente, estoy de pie frente a la puerta de mi casa temiendo lo que pasara si la abro, con quien me encontraré, qué me dirán. ¿Me dirán algo? ¿O mi presencia ya se ha desvanecido de sus vidas?
La puerta se abre y mientras veo la silueta de mi hermana recortada a contra luz, una ráfaga de memoria asalta mi mente y me veo sonriendo y sosteniendo una cámara, tomándole fotos a mi madre en contra de una puesta de sol. Pienso en donde estará mi cámara ahora y la imagino llenándose de polvo junto a mi cama, pienso en aquellos tiempos en donde no habría permitido que eso sucediera y luego vuelvo al presente, a enfrentarme a mi hermana, vuelvo al aquí y al ahora. Vuelvo a sufrir, vuelvo al dolor.
- ¿Qué ocurrió contigo? ¿Por qué estás toda cubierta de barro? – Vanessa me mira y entrecierra sus ojos - ¿Qué hiciste ahora? Espero que no quieras darle a la abuela un ataque al corazón, sabes que si algo te pasa no será capaz de soportarlo.
Yo tan solo la miro y pienso: ¿Será Vanessa capaz de soportarlo? Mientras ella se hace a un lado, la paso y subo de inmediato a mi pieza, sus ojos familiares me miran desde las paredes, mi madre sonríe desde todos los espacios de mi habitación y el dolor ligeramente olvidado se agudiza. Caigo de rodillas mientras las lágrimas corren por mi rostro, recuerdos de mi madre me invaden y luego recuerdos del accidente me toman prisionera.
Recuerdo las luces del camión, el olor de la bencina desparramada, los gritos de la gente y a mí tratando de despertar a mamá, como el fuego se extendía por doquier y cómo tuve que alejarme para poder respirar, puedo verme a mí misma cuando intente volver por ella y los pares de brazos que me aferraron, me escucho gritar pero no reconozco mi voz, esa soy yo pero no puedo ser yo, me veo luchar pero no soy yo. Ya no soy yo.
Yo morí el día que mi madre lo hizo, pero de alguna manera mi cuerpo siguió existiendo y estoy atrapada en este infinito, vasto dolor, hasta que pueda sacarme de mi miseria.
Estoy luchando contra la vida, porque el día del accidente mi cuerpo, al igual que mi alma, debió haber muerto también