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.Nunca había sido la mejor persona del mundo, y lo sabía.
Había cometido varios errores, más de los que se podrían contar con una sola mano. Ni todos los dedos del cuerpo humano podían abarcar la cantidad. Siempre había hecho todo cuanto deseaba, sin esperar ninguna orden, ni siquiera un permiso.
Él no sabía lo que era eso, ¿para qué perder el tiempo en preguntar algo que podía hacer al momento?
Tampoco es que le importara especialmente lo que pensaran de él, no consideraba a nadie lo suficientemente valioso como para vivir.
Todos eran marionetas, juguetes, frágiles.
Sí, nunca había sido el ejemplo de la honestidad. Por favor, ¿acaso no era su mejor arma el jugar al engaño, mentir a los demás, hacerles creer cosas que no eran ciertas?
Su especialidad eran las ilusiones después de todo.
Claro que, teniendo en cuenta todo aquello, era imposible confiar en alguien así. Sabiendo todos y cada uno de sus pecados, pocos podían llegar a tener la valentía de atreverse a confiar en él, y no culpaba a nadie de no hacerlo.
Si estuviera en su lugar, tampoco lo haría.
Por supuesto, este hecho jamás le había importado. No había tenido la necesidad de... enmendar todos sus errores, de intentar arreglarlo, de cambiar. Era como era, y así hubiera seguido siendo siempre...
Hasta que apareció ese chico.
En realidad, era bastante extraño. Parecía un débil muchacho indefenso por fuera, pero en su interior albergaba una fuerza de voluntad que era impresionante, en palabras resumidas.
Y lo peor era que, una vez que te había hablado y sonreído, era imposible tratar de desearle siquiera alguna clase de mal. Con su pacífico estilo de pensamiento, que incluso podría parecer ingenuo, como si fuera un niño que no sabía nada acerca de la vida, te hacía incapaz de querer hacerle daño.
Solía creer que era un inocente y, de paso, un tonto por creer tan ciegamente en unos valores tan sinceros, sin embargo, y pensándolo bien, el mundo sería un lugar mejor si todos pensaran así.
Pero eso también conllevaba que ese chico se chocara de bruces contra la realidad, y por tanto que se llevara una seria decepción al ver que todas sus expectativas sobre cómo debería ser la gente, sobre esa utopía de amabilidad y esperanza en la buena voluntad de los demás, se derrumbaban con la verdad de lo que eran.
Cualquier otro, al ver toda esa desgracia, perdía toda esperanza y se adaptaba al entorno, pero ese castaño de ojos almendra era la terquedad en persona.
Insistía en que todos no eran así, hacía de abogado del diablo y estaba más que seguro de que podía cambiar las cosas. Que podría incluso cambiar el mundo.
Al principio le enfadaba. Claro que lo hacía, y es que sus visiones eran totalmente opuestas.
Porque había sufrido la verdad de la maldad de la gente. Lo había vivido de primera mano, día tras día, durante años. Las marcas estaban en él, en su rostro, en su corazón.
Ese muchacho en cambio no había sufrido ese dolor. No lo había soportado, no podía saber cómo se sentía uno al ser roto de todas las maneras humanas e inhumanas.
Por ello, su carácter era sarcástico, la bondad y amabilidad eran una maldita broma. Nadie fue bueno, nadie lo ayudó. Salió del infierno por su propia fuerza.
Por eso se enfadaba, y lo odiaba. Con toda el alma, porque ese chico podía pensar bien de los demás cuando él no hacía más que encontrar defectos.
Y porque empatizaba y lloraba hasta por quienes ni siquiera conocía, sufría con el dolor ajeno de cualquiera.
Quizá por ese tonto e ingenuo pensamiento, empezó a preocuparse por él.
Se preocupaba de lo que pudiera ocurrirle al ver con tanta inocencia el mundo, de los sueños que se le romperían si seguía así.
Porque él alguna vez, hace mucho tiempo, tuvo esos sueños. Hasta que la bofetada de la realidad se los rompió de golpe y porrazo.
Empezó a preocuparle, y después...
No supo muy bien el momento en el que ese débil e indefenso muchacho lo tuvo a sus pies.
No supo cuándo o cómo empezó a protegerlo, a apreciarlo, a mirarlo de reojo cuando estaban juntos o a cubrirlo de cualquier amenaza.
Con su sonrisa afable y sus brillantes ojos llenos de esperanza, con esa ingenuidad suya, podía tener a cualquiera arrodillándose ante él.
Muy tarde se dio cuenta de que estaba ligado a ese chico más profundamente de lo que pensaba.
Ya no eran solo visitas ocasionales o encuentros casuales. Poco a poco, luna arriba, luna abajo, fue buscando estar con él.
Estar a su lado.
Y se dio cuenta de que, mientras él sonriera con el brillo del sol, sería feliz.
Se dio cuenta de que no podría ya vivir sin ver su mirada chocolate llena de estrellas. De que era capaz de intentar todo por él.
Era capaz de intentar ser mejor persona, pese a su incorregible trayectoria.
Podría intentar cambiar por él, de hacer todo bien pese a que su vida había hecho todo mal.
Si se lo pidiera, podría intentar nunca decepcionarle, intentar ser todo lo que él quisiera... sólo por estar a su lado.
Por él.
Y sin embargo, era una estupidez.
Lo comprendía ahora que lo veía, que lo observaba vestido de traje blanco y mirada brillante.
Ahora que lo miraba dirigiéndose a otra persona, que le sonreía como jamás le sonreiría a él.
Era una estupidez haberse dado cuenta de su amor cuando él ya tenía a otra persona.
Era demasiado tarde. Sólo podía sonreír, aplaudir y felicitar a los novios.
Sólo podía fingir que no escuchaba el «Has perdido» en cada rincón de su mente.
Sólo podía escribir en un cuaderno todo lo que hubiera sido y no sería, todo lo que hubiera podido intentar ser...
Sólo por él.
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Simple life
FanfictionConjunto de songshots basados en canciones del grupo «Simple Plan» con los personajes de Katekyo Hitman Reborn. Si quieres escuchar buena música, eres amante de este grupo, o simplemente quieres leer un poco, ¡este es tu lugar!