El viajero se detuvo delante de aquel gigantesco arbol, de aquella dantesca cosa que simulaba ser un arbol.
El tronco era grueso como una montaña, de una piel lisa como la de una serpiente, lleno de vetas de color marrón y gris, era alto, tan alto como nada en Rathago, las nubes solian cubrir el final de aquel tronco. Arriba, en el centro habia un ojo, un ojo tan grande como la plaza central de la mas grande ciudad, abierto, inmenso, oeteando el horizonte, sin apartar la vista de la nada.
Al final del tronco, dos grandes brazos aparecían, difusos en la lejania, tan largos y anchos como puentes, colgando de uno de ellos quedaba un fruto, el último, el fruto aún no maduro.
Era Yothrakhen, el padre de todo, el creador de toda vida, el artesano de lo existente, el unico Dios que aun habitaba en Rathago, venerado por cada alma humana de todo el mundo.
El viajero llevaba viendo en el horizonte a Yothrakhen desde hacia dos dias, al principio como una fina linea entre las montañas y emergiendo en la linea final de las praderas, cercano a el se convirtió en el mastodontico ser que se erguia delante suya. Debia levantar la cabeza todo lo que podía para intentar ver la gigantesca corona de fuego, tan alta como una torre, que se quemaba en el aire a varios metros sobre la «cabeza» de el árbol padre.
Algo paso.
Tan rapido y fugaz que el viajero se preguntó si habia pasado.
El gran ojo parecía haberse movido tan rapido como una avispa, parecia haberse fijado en el para luego volver a su sitio.
No podia ser, algo tan grande no podia haberse movido tan rapido.
Eran imaginaciones suyas.
Entre el graznido de las gaviotas y el ulular del viento temprano de la salida del sol, un grave sonido comenzo a surgir.
Era el Canto del Padre, el sonido que Yothrakhen expedia desde que fue atacado por los Thelary hace muchísimos años, un sonido triste y grave, similar a miles de voces roncas sosteniendo una vocal, sin final y sin tomar aire, lo hacia desde que salia el sol, hasta que se ponía.
El suelo que el Viajero pisaba, era el trozo de tierra mas sagrado de el mundo. No solo por aquel Dios padre, también por que aquellas tierras eran la sede de los Ritualistas.
—¡Vamos niños!— Un joven Ritualista, de cabeza rapada y ojos azules, avisaba a los niños que por alli habia para que fueran a ver el espectáculo.
Era normal que las escuelas mas prestigiosas de Rathago organizaran viajes a los alumnos, para que visitaran el santo lugar, y aunque estaba amaneciendo, ya habia cientos de niños, maestros, jóvenes Ritualistas y demas viajeros, arremolinados alrededor de la plaza central, a los pies de Yothrakhen.
El joven Ritualista comenzo a recitar una vieja historia, antigua como el mismo tiempo.
«Cuando el cielo era joven
Y el vacio se extendia mas alla
De toda imaginación
Un ser vagaba por la nada
Buscando para su existencia
Una explicacion.
Incongruente era su nombre
Solo el existia
No era alto, ni fuerte
Solo que existia
Lo diferenciaba de la nada
Que lo rodeaba
En el vacio nadaba buscando
Razón para el mismo
Entonces en el centro
De donde ni habia nada
Una esfera de color negro noche
Encontro el incongruente
Su mano delicada posó en ella
Explotó la esfera y llenó
De todo la nada que lo rodeaba
Estrellas, planetas y oscuridad
El Incongruente buscó entre todo
Mas nada como el encontró»
El viajero no se dignó a esperar el final de la rimbombante narración, conocía de sobra todo lo que venía a continuación, leyendas de viejos, canciones antiguas de tiempos olvidados, cuentos de hoguera, cosas que nadie puede decir si sucedieron o no.
Lo unico real en esas historias, es que los Dioses existian, hermanos del Arbol padre, venidos de mas alla de los cielos,que vivían en otra realidad, expulsados por el Rey de los Dioses, hijo de Yothrakhen, nacido del quinto Fruto. Y todos ellos fueron casi derrotados cuando los Thelary llegaron por primera vez a Rathago.
Los Dioses servian a los humanos, desde que el Rey los encerró, muchos habian muerto en el exilio, dentro de ese mundo creado para retenerlos, y de los miles que habían, solo quedaban unos doce, los mas poderosos, todos controlados por el mismo Rey, encerrado con ellos.
Y el Sexto fruto, el ultimo maduro, el último que cayó de los brazos de Yothrakhen, creó algo que domino a todos mas aun que los Thelary, el ser que surgió de el, fue la encarnación de la muerte, el Dios mas poderoso de todos, aquel al que los Nigromantes tenian como patron, su nombre Garthurk, tambien encerrado junto a los demas.
El viajero sonrió mientras lanzaba otra visual al gigante ser que tenia delante.
«Listo Bastardo, como se la jugaste a tus hermanos, creaste todo cuanto nos rodea, bajo sus peticiones, y creaste tambien aquellos que los controlarian, muy listo,si»
Pero aun quedaba un fruto mas, un fruto solitario, aun sin madurar, colgando en sus ramas.
El último fruto.
-Buenos dias ¿Puedo ayudarle?-
Un Ritualista se le habia acercado, un joven de los que sirven al amanecer, con la cabeza rapada, como todos, y una amplía sonrisa.
-Busco a Hanad-
El joven cambió su sonrisa, se sorprendió al escuchar aquel nombre provenir de una persona que no fuera de su gremio.
-Aqui no hay ningun Hanad, señor-
El viajero se quedó en silencio, y aunque iba ataviado con una casaca con túnica que le oscurecia el rostro, el joven Ritualista pudo sentir la mirada fría y calculadora de aquel que decia aquel nombre.
-Hanad, decidle estas palabras, y el mismo vendrá a verme-
-Le acabo de decir que no hay ningun Hanad...-
-He vuelto de entre los muertos, he visto al hombre de madera- El viajero le interrumpió con estas frases, el joven Ritualista tornó su rostro en una mueca de fria sorpresa y abandonó el lugar.
El viajero no apartó la mirada del joven mientras este abandonaba la plaza y se introducía en una gran construcción de mármol blanco, de grandes paredes sin ventanas.
Su mirda entonces se centró en un banco que habia a su derecha.
Entonces una lagrima recorrió su mejilla entre las sombras que proyectaba su capucha.
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Rathago
FantasyKaron es un joven esclavo, Jill un antiguo heroe Nigromante. Las decisiones que tomen cambiarán la historia de Rathago, el mundo en el que viven.