El papel tapiz amarillo

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Charlotte Perkins Gilman

Estados Unidos

1892



No es nada habitual que gente corriente como John y yo alquile casas solariegas para el verano.

Una mansión colonial, una heredad... Diría que una casa encantada, y llegaría a la cúspide de la felicidad romántica. ¡Pero eso sería pedir demasiado al destino!

De todos modos, diré con orgullo que hay algo extraño en ella.

Si no, ¿por qué iba ser tan barato el alquiler? ¿Y por qué iba a llevar tanto tiempo desocupada?

John se ríe de mí, claro, pero es lo que se espera del matrimonio.

John es sumamente práctico. No tiene pacien­cia con la fe, la superstición le produce un horror intenso, y se burla abiertamente en cuanto oye hablar de cualquier cosa que no se pueda tocar, ver y reducir a cifras.

John es médico, y es posible (claro que no se lo diría a nadie, pero esto lo escribo sólo para mí, y con gran alivio por mi parte), es posible, digo, que ése sea el motivo de que no me cure más deprisa.

¡Es que no se cree que esté enferma!

¿Y qué se le va a hacer?

Si un médico de prestigio, que además es tu marido, asegura a los amigos y a los parientes que lo que le pasa a su mujer no es nada grave, sólo una depresión nerviosa transitoria (una ligera propensión a la histeria), ¿qué se le va a hacer?

Mi hermano, que también es un médico de prestigio, dice lo mismo.

O sea, que tomo no sé si fosfatos o fosfitos, y tónicos, y viajo, y respiro aire fresco, y hago ejer­cicio, y tengo terminantemente prohibido «traba­jar» hasta que vuelva a encontrarme bien.

Personalmente disiento de sus ideas.

Personalmente creo que un trabajo agradable, interesante y variado, me sentaría bien.

Pero ¿qué se le va a hacer?

Durante una temporada sí que escribí, a pesar de lo que dijeran; pero es verdad que me agota bastante. Tener que llevarlo con tanto disimulo, a riesgo de topar con una oposición firme...

A veces me parece que en mi estado, con algo menos de oposición y más trato con la gente, más estímulos... Pero John dice que lo peor que puedo hacer es pensar en mi estado, y confieso que hacerlo me produce siempre malestar.

Así que cambiaré de tema y hablaré de la casa.

¡Qué maravilla de finca! Es bastante solitaria, apartada de la carretera, a sus buenos cinco kiló­metros del pueblo. Me recuerda esas casas ingle­sas que salen en los libros, porque tiene setos, muros y verjas que se cierran con candado, y muchas casitas desperdigadas para los jardineros y la gente.

¡Además tiene un jardín que es una preciosi­dad! No lo he visto igual en mi vida: grande, con mucha sombra, cruzado por caminitos con boj en los bordes, y en todas partes hay pérgolas largas, con parras y asientos debajo.

También había invernaderos, pero están todos rotos.

Tengo entendido que hubo problemas legales, una cuestión de herederos y coherederos; el caso es que lleva años vacía.

Me temo que eso da al traste con lo del fantas­ma, pero me da igual: en esta casa hay algo raro. Lo noto.

Hasta se lo dije a John una noche de luna, pero me contestó que lo que notaba era corriente de aire, y cerró la ventana. ¡Corriente de aire!

Recorrido por el terror (antología)Where stories live. Discover now