Prefacio

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Cansado, Nicholas arrastraba los pies camino a las escaleras

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Cansado, Nicholas arrastraba los pies camino a las escaleras. Una vez en ellas, escuchó el crujir de la vieja madera cada que subía un escalón. Había pasado toda esa tarde sentado en el suelo, esperando que aquella muchacha, la cual robaba la mayoría de sus suspiros saliera de su habitación. La señora Miller, le había ofrecido de comer y beber, trataba de sacarlo de la puerta de su hija y lo había logrado, el pelinegro volvió a su sencilla casa de mal humor. «Tal vez tiene razón... solo es una etapa complicada para ella. » pensó tratando de controlar sus impulsos por volver a ese lugar, a seguir esperando frente a ese pedazo de madera.

—¡Nick, ¿cómo está Pamela?! —gritó su madre desde la cocina.

—Su hermana se suicidó mamá —respondió el menor, mirando hacía la planta baja—. No ha querido salir.

—Pobre niña, ambas... ¿qué clase de crueldad habrá sufrido Tara para llegar a hacer eso? —La castaña se asomó desde el pie de las escaleras, consiguiendo mirar a su hijo a los ojos—. Esas gemelas eran muy unidas, Pam debe estar destruida.

—Vale... —suspiró el de los ojos aguamarina.

Él, empezó a caminar hasta su pieza. Una vez en esta, buscó el interruptor de luz palpando las paredes; antes de poder encontrarlo siquiera, escuchó un sollozo proveniente de algún lugar cercano. Puso la vista en su cama, donde pudo observar una figura hecha bolita sobre el colchón, abrazando las piernas contra su pecho.

—¿Pam? —La llamó Nick. La muchacha no respondió, solamente alzó la vista decaída y soltó sus piernas, para luego cruzarlas como indio—. ¿Qué haces aquí?

—Me voy a ir en un mes... —confesó la morena cabizbaja. El mayor, se acercó y se sentó junto a ella.

—¿Qué?, ¿por qué? —cuestionó en un susurro.

—Dicen que esto es mucho para nosotros...—La muchacha, trató de finalizar pero no lo logró. Rompió en un llanto silencioso, cubriendo su rostro con las manos. El de los penetrantes ojos azules, la abrazó contra su pecho mientras acariciaba su cabello con cariño. Dejó un beso en la cabeza de Pamela y luego, la alejó para verle a la cara. Estaba demacrada, tenía unas obscuras ojeras invadiendo en su lindo rostro y los ojos rojos e hinchados a causa del llanto—. Nick... ¿puedo quedarme contigo hoy?

—Claro que sí, yo iré al sillón —afirmó él, tratando de ponerse de pie.

—No quiero que te vayas... quédate aquí —dijo la de ojos cafés, obligándolo a echarse a su lado en la cama. Este obedeció y recostó sin soltarla—. Prometo que te buscare, volveremos a vernos, lo prometo—habló conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir.

—Tienes quince, de seguro cuando cumplas dieciocho ni me recuerdes —admitió dolido el de cabellos negros.

—Eso no sucederá, no con lo importante que eres para mí... te quiero Nick.—Se aferró con fuerza al torso de su acompañante, como si en ese mismo momento tratasen de quitárselo de las manos. Con él sentía que estaba protegida, que el dolor ya no podía encontrarla tan fácilmente.

Como cuando éramos niñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora