25. Ella descubrió a su admirador secreto.

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Él se detuvo justo antes de llegar a la puerta.

—Tengo que irme.

Un escozor atravesó el pecho de Layla.

—¿Qué? Oh vamos, no te vayas, quiero invitarte a comer algo que te encantará. Lo prometo.

Se veía contrariado.

—Es que... tengo algo que hacer.

Sin poderlo evitar, Layla evocó la desazón que había sentido aquella vez que le había contado a Dawson sobre el incendio y él solo se había marchado. Se sentía exactamente igual, le había abierto su corazón y él quería irse.

Retrocedió un paso y soltó una risa que esperó sonara convincente.

—¿Solo estabas esperando que te dijera porque amo tu libro para irte?

Las palabras brotaron de su boca sin que pudiera detenerlas. «Demonios Layla, no hagas un drama de esto», se reprochó.

Él abrió los ojos de par en par.

—¿Qué? ¡No! Es solo que tengo que ver a Hannibal.

—¿Hannibal?

—Sí, un amigo.

—Si vas a inventar un nombre para un amigo trata con algo más común como Jason o Martin.

Él rio.

—No, hablo en serio. Él se llama así. O bueno, así es como yo lo llamo.

—Porque es tu amigo imaginario.

Frunció la boca.

—No mujer, él tiene un nombre real, solo que le digo Hannibal.

—Cool.

Él avanzó hacia ella. Como estaba subida sobre el escalón de la entrada, estaban casi a la misma altura.

—¿Sueles ser tan incrédula? —la cuestionó.

—Últimamente, sí.

Zack miró hacia la puerta y luego a ella. Se veía realmente indeciso al respecto. Ella era experta en acabar con la indecisión.

—¿Y si ordenas para llevar? Un regalo de mi parte como agradecimiento. No se demorará nada. Si quieres hasta lo ayudo a empacar.

Él cerró los ojos y levantó la cabeza al cielo.

—Me voy a arrepentir de esto.

Ella rio y lo tomó de la muñeca.

—Estás exagerando.

Ella abrió la puerta de Sweet Heaven.

—¡Hola! —dijo, saludando a Jessica que estaba en el mostrador.

—¡Hola Layla! —dijo con una sonrisa y luego al ver a su acompañante abrió los ojos sorprendida —¡Zack! No puedo creerlo, ¡están juntos!

Zack no quitaba los ojos de la pastelera.

«¿Ellos se conocen?»

—Hola —respondió él, con una voz débil.

—¡Por fin la buscaste! —dijo y se dirigió directamente a ella—. Me tenía loca. Venía cada lunes a comprar tus postres y yo le decía que viniera un domingo a verte, que hablaran un rato, ya sabes. Y él con su pesimismo, «¿pero de qué voy a hablarle?».

De reojo vio que estaba haciéndole señas para que se callara, pero cuando giró a mirarlo, él se estaba rascando la nariz.

—¿De qué estás hablando?

Sincronía [Disponible en papel y ebook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora