I

31 3 0
                                    

Año 1800

La ciudad de Oxford despertaba con un hermoso amanecer, como cada día las personas se alistaban para salir de sus hogares, algunos para ir a trabajar en el gran castillo del reino y otros para dirigirse a trabajos que eran considerados de menor rango como algún puesto en el bazar o algún lugar de comida cerca de ahí, debido a lo pequeño de la ciudad no existían mayores molestias para estos habitantes, todos se llevaban extremadamente bien y el reino de este no ponía presión al pueblo, pero no todos eran felices habían ciertas excepciones.

Cerca del centro de la ciudad en una casa de dos plantas de extrema belleza y a la cual protegía una cerca de casi dos metros, vivía un joven hombre el cual había perdido a sus padres cuando tenía 5 años, había sido criado por las doncellas de la casa y educado por maestros privados que fueron pagados con la fortuna que sus padres crearon en vida, su niñez a pesar de todo no fue triste, jugaba, comía y hacia lo que cualquier niño quería en esa edad pero la falta de compañía de su padre y el cariño de su madre empezaron a afectarle a medida que iba creciendo volviéndose más aguda en su adolescencia, debido a esto empezó a tener una autoestima muy baja, no lograba apreciar lo bueno de su aspecto y se engañó a si mismo convenciéndose de ser feo, pero los dones que poseía para dibujar a pesar de su baja autoestima lo llevaron al reconocimiento del reino permitiéndole crear su propia fortuna como arquitecto, era un joven que a criterio de los demás había alcanzado la satisfacción material y no tendría porque quejarse el resto de su vida, tenía todo lo que se pudiera desear, dinero, talento y una casa grande, todo esto a una corta edad, pero había algo que le faltaba, algo que no dejaba que aquel joven disfrutara de los frutos que había dejado su esfuerzo.

Y era que aún con todo eso, después de años, él no se aceptó, nunca lo había hecho, siempre se consideró como una persona que no podría obtener nada debido a su apariencia, nunca se consideró hermoso ni mucho menos, nunca se amo a si mismo, no logró mejorar su autoestima a pesar de sus logros, se la pasaba vagando por la enorme casa, admirando todo lo que decoraba a su llamado hogar, saludaba a las doncellas que lo habían cuidado y aún seguían para él, pensaba en como el había logrado llegar hasta ahí con su horrorosa apariencia, pero aunque lo pensara mil veces las respuestas nunca llegaban a él.

Ese día en especial las nubes se habían dispersado quedando alguna que otra en medio de los rayos de sol, el día se sentía especialmente bonito y aunque no quisiera las piernas del joven hombre ya se dirigían a su patio trasero donde un jardín inmenso lleno flores de todo tipo lo esperaban dándole a ese día un toque aún mejor.

Recordaba la frase de su amigo de infancia que siempre lo visitaba "Tú vives rodeado de belleza y la aprecias, pero sin embargo, no puedes ver lo bueno que hay en ti, es irónico"

así que dispuesto a olvidar sus autocríticas por un día, considerando la frase de su amigo en mente, salió a admirar el cielo unos segundos pero algo llamó su atención.

Una joven de cabellos castaños había saltado la cerca de su casa justo frente al jardín, al notar eso se dispuso a ir y enfrentar a la joven por haber entrado sin permiso pero su mente se lo impidió, su timidez hizo aparición impidiéndole caminar y defender a sus hermosas flores de la chica, pero no fue sólo eso, también influyó lo que vio luego de quedarse pensando, la joven que había saltado tenía la apariencia de un ángel, sus facciones eran delicadas, sus ojos eran de un color increíblemente claro haciendo contraste con su pelo, su piel era como de porcelana y sus movimientos parecían calculados para que se vieran tan delicados y elegantes a pesar de estar básicamente robando sus flores.

El joven hombre se quedó inmerso observando a la hermosa muchacha mientras esta arrancaba una cantidad razonable de narcisos de su jardín, luego de terminar con su tarea la muchacha volvió a saltar la cerca dejando otra vez sólo al dueño de la casa, quien no se pudo sacar su imagen de la cabeza.

A partir de ese día a la misma hora, por el mismo lugar de la cerca la joven hermosa saltaba arrancando la misma cantidad de flores del aquel jardín mientras era observada por el dueño de la casa.

Entre uno de esos tantos días el joven llamó a aquel amigo para que la siguiera, gracias a eso descubrió que aquella joven trabajaba en el bazar curiosamente vendiendo las flores que robaba cada día de su jardín para poder conseguir dinero, al enterarse de esto decidió que ayudaría a la hermosa joven que lo había hechizado aunque fuese desde lejos.

Así que tomó el último recuerdo que tenía de sus padres, una hermosa flor de color azul con tintes morados en los pétalos que nunca antes se había visto por aquellos lados, una flor que había traído su padre para su madre de uno de sus viajes de negocios y plantó las últimas semillas que quedaban, logrando hacer crecer una nueva porción de flores en su jardín.

Al terminar su tarea se sentía orgulloso de lo que había logrado y no se había detenido a pensar en su aspecto, lo cual era una tarea diaria para él, pues por primera vez había hecho algo hermoso sin tener que recibir dinero por el, lo había hecho porque alguien lo había conquistado sin siquiera hablarle, porque había sentido una calidez en su pecho que antes no tenía; con una sonrisa que hace mucho no ponía en su cara y satisfecho de su trabajo se dispuso a esperar por la llegada diaria de la joven.

Pero lo que ocurrió no fue lo que esperaba, por supuesto que no lo  esperaba, se quedó ahí aguardando a que llegara pero no lo hizo, ni el primer día, ni el segundo, ni los siguientes a estos, la joven de hermosa cara nunca llegó, la esperó por un mes pero aunque rogó a un dios en quien realmente nunca le había rogado la joven de cabellos castaños no dio señales, las flores se marchitaron, la calidez que lo había embargado en el pasado mes lo dejó de golpe, su vida se volvió aún más gris de lo que era antes y cuando pensó que no podía estar peor, le llegaron las noticias de que el reino investigaba una enfermedad de la que había muerto una joven el mes pasado llamada esmeralda, la joven se mantenía vendiendo flores para poder conseguir algunas medicinas pero esto no fue suficiente y la chica falleció.

Al saber la noticia el joven se dio cuenta de lo tonto que había sido al no haber hablado con ella, se dio cuenta de que pudo haber ayudado a la muchacha que lo había vuelto a la vida, comprendió que su tonto miedo a lo que pensaran los demás había impedido más de lo que él hubiese querido y se dijo a si mismo que no volvería a dejar que eso pasara, decidió dejar eso atrás para hacerse un camino a él, decidió empezar a ver lo bueno en lo que hacía, lo bueno en su persona, decidió comenzar a amarse a si mismo, para así poder amar de verdad a los demás y poder ayudar, no desde las sombras sino desde la luz donde todo es más claro.

Moraleja:

Es importante poder amarnos a nosotros mismo tal cual somos, aceptarnos y perdonarnos cuando actuamos mal, eso nos abre las puertas a nuevas oportunidades y nos vuelve mejores personas, no permite amar a los demás, aceptarlos y perdonarlos de corazón, hace al mundo mejor.

Love Yourself Donde viven las historias. Descúbrelo ahora