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- ¡NIÑOS! ¡NIÑOS BASTA DE CORRER! Su madre va a cortarme la cabeza, ¡VENGAN AHORA!

Era lo que exclamaba la voz de un cansado padre en una extrañamente calurosa tarde en Londres, sus dos hermosos y revoltosos hijos corrían de un lado a otro en el parque más cercano a su hogar, habían pasado dos horas desde su llegada y no habían parado ni dos segundos a tomar agua y mientras ellos corrían llenos de energía el no podía dar un paso más, los años le habían alcanzado por lo que al ver cómo se acercaban a un enorme charco de lodo decidió tomarlos a ambos de la cintura levantandolos del suelo entre quejas y chillidos dejándolos en el aire unos segundos antes de sentarlos en el césped frente a una extravagante flor de hermosos colores.

- Woah, mira papi es una flor de diferentes colores, ¿puedo tenerla? - Pidió su hijo con su acento elegante muy diferente al de su madre, sonrió levemente y negó con su cabeza viendo como su otra hija lo miraba con el ceño fruncido.

- ¿Por qué no podemos tener una?

- Porque esa flor es muy especial, y si la tomas entonces las otras personas no tendrán la oportunidad de conocer su historia.

Sus palabras suaves fueron suficientes para mantener atentos a los pequeños que ignoraron por completo el hecho de que todo el parque estaba repleto de aquellas flores.

- ¿qué historia?

- ¿tú sabes su historia?

Asintió lentamente y soltó un "¿quieren oír la historia de Smeralda?" Ambos niños asistieron y él sólo sonrió tomando una bocanada de aire, acercó a sus hijos como si de un secreto se tratase y comenzó a relatar la historia que le había contado su padre.

Corría lo que se cree era el año 1800 en la antigua Europa, era esa época colonial donde los días eran largos y trabajosos, donde los monarcas tienen el control y pocos tienen un conocimiento realmente bueno del mundo pero todos viven "bien".

Ese día en particular la ciudad de Oxford despertaba con un hermoso amanecer, el sol tocaba levemente los techos de las casas y el frío de la noche comenzaba a desaparecer, déjando un clima refrescante para iniciar un nuevo día de trabajo. Como cada día las personas se alistaban para salir de sus hogares, algunos para ir a trabajar en el gran castillo del reino y otros para dirigirse a trabajos que eran considerados de menor rango, como algún puesto en el bazar de la ciudad o algún lugar de comida cerca de ahí, debido a lo pequeño de la ciudad no existían mayores molestias para estos habitantes, su vida no era llena de lujos y claro habían ciertas discordias de un lado a otro pero al menos el reino no ponía presión al pueblo, la mayoría creían ser felices, tenían comida, agua, festivales y amores de a ratos, sin embargo, no todos pensaban igual.

Cerca del centro de la ciudad había una casa de dos plantas de extrema belleza y la cual era protegida por un muro de casi dos metros que claramente se distinguía del resto, en ella vivía un joven hombre al que muy poco se le veía conviviendo por las calles, se decía que había perdido a sus padres cuando tenía 5 años, que había sido criado por las doncellas de la casa y educado por maestros privados que fueron pagados con la fortuna que sus padres crearon en vida, sus niñeras relataban que su niñez a pesar de todo no fue triste, jugaba, comía y hacía lo que cualquier niño quería en esa edad, pero la falta de compañía de su padre y el cariño de su madre empezaron a afectarle a medida que iba creciendo llegando a tener una adolescencia muy solitaria.

Debido a esto empezó a notar la falta de amor en su vida, porque a pesar de tener afecto él no sabía lo que era el amor realmente, nunca creyó ser amado y tampoco creyó amar a otra persona, no lograba apreciar lo bueno de su aspecto y se engañó a si mismo convenciéndose de no ser merecedor de amor, a pesar de todos los intentos de sus nanas por convencerlo de que su aspecto no era malo y que cada persona vale oro, sin embargo, aunque no se amaba a sí mismo poseía grandes dones para dibujar que desarrolló en su niñez y reforzó en su aislada adolescencia, dones que lo llevaron al reconocimiento del reino y le permitieron crear su propia fortuna como arquitecto, se convirtió en un joven que a criterio de los demás había alcanzado la satisfacción material y no tendría porque quejarse el resto de su vida, tenía todo lo que se pudiera desear, dinero, talento y una casa grande, cosas que en un lugar como ese solo pocos llegaban si quiera a rozar con un dedo mientras dormían, pero había algo que le faltaba, algo que ninguna otra persona llegaba a considerar, algo que no dejaba que aquel joven disfrutara de los frutos que había dejado su esfuerzo.

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