En las profundidades del bosque, una manada de lobos se reúne a admirar la majestuosidad de la luna en su fase más bella.
Dicen que para los lobos no hay nada más bello que la luna, ella es su madre, su guía...
Pero por otro lado, un pequeño cachorro se escabulle de la manada y se adentra aún más en el bosque.
El pequeño lobo camina entre los enormes árboles, corriendo, jugueteando con ramas y persiguiendo estrellas.
Luego de un rato, el pequeño cae en cuenta de que tiene hambre y frío.
¿Dónde estaba? Se había perdido.
Intentó volver sobre sus pasos, pero fue inútil... Lo único que había conseguido fue perderse aún más.
Sin saber que hacer, el cachorro encuentra una madriguera que al parecer estaba abandonada y con algunas cuantas hojas se echó y comenzó a llorar mientras observaba a la luna, rogándole que le ayudara y que no le abandonara.
El tiempo pasó y el pequeño nunca volvió a saber de su manada.
Por muchos años la luna fue su única compañía, la única que no le abandonó y que a pesar de que en el día no la podía apreciar siempre estaba ahí y cada noche sin falta volvía a hacerle compañía.
