Cruzo el umbral de la puerta y escucho su hermosa voz pronunciado mi no tan hermoso nombre.
Giro sobre mis talones y cuando estamos de frente su risa estalla en mis oídos. Ahora se ríe mientras nos miramos a los ojos. Se ríe como si las dos fuéramos parte de una broma interna, pero yo no entiendo nada. Lo único que hago es sonreírle de vuelta y quedarme quieta en mi lugar.
Hace rato que me gusta. Siempre me llamó la atención. Me gustaba con su pelo ondulado y me gusta ahora que se lo plancha porque según escuché "odia" su pelo. No me pasa desapercibido cómo sus ojos se entristecen cuando alguien le halaga lo lacio que lo tiene.
Y en este momento, cuando sus ojos se achican y la veo brillando a mitad de un pasillo común y corriente a la media mañana, un jueves de octubre, en este preciso instante, sé que no se me va a pasar. Sé que mis amigas se equivocan cuando me dicen que nadie es tan especial.
Ella sí que es especial.