A ver, vamos a lo obvio. Hay un chico. No es que sea el más lindo, hegemónicamente hablando, pero sí, hay un chico simpático que está ahí, siempre ahí: en la puerta de su salón, cada vez que toca el timbre y salgo y me lo encuentro. Se me revuelve el estómago. Cuando su mano se apoya en su espalda baja, cuando ella juega con su pelo en un gesto que todas sabemos lo que significa. Y odio entender este código popular entre las chicas, pero no puedo cerrar los ojos, si yo hago lo mismo cada vez que estoy al lado suyo.
Así y todo, sigo sintiendo lo de antes y quizás ahora más fuerte porque sé que no es para mí. Y a todo el mundo le gusta insistir en donde no hay nada, a todos les gusta romperse en mil pedacitos.
Yo no soy diferente a todos.