El río es pasar, pasar y ver todo de pasada

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Me tomaste entre tus brazos, impetuoso e irreverente, sin disculpas, sin permisos, ni objeciones... y claro, sin ataduras.

Lo recuerdo todo entre tierno y salvaje, necesitado y hambriento, me recuerdo tuya y a ti... bueno, a ti te recuerdo entregado, eras amante a la libertad y yo te quería preso entre mis brazos.

Me recorriste en cada espacio, como si quisieras memorizarlo, intentando no se ¿recordarlo? Tal vez, me gusta pensar que igual que a mí te aterraba el no volver a tenernos. Y como la escena fue tan parecida a la primera, en cada beso tuyo, sentí un reencuentro: de la forma en que tus dedos me queman la piel, la manera en que tu mirada me encienden, el modo en que tus ojos me desnudan, si me preguntas el color de tu camisa, probablemente lo olvidé, y sin embargo, se me quedó tatuado en la memoria el rojo ardiente de tu piel.

– Suelta la puerta, Mayté – susurrante en mi oído, mientras recorrías con tu brazo el mío, y sonreías como tú usual malicia divertida.

Ni siquiera me había dado cuenta de cuan sujeta la tenía, aquella primera vez que me tomaste por sorpresa, ¿recuerdas ese beso? Después del que deje de respirar, no sabía ni que hacer, segura estoy que no pude ni pensar. Apretar mi mano a la puerta, era nada más que un reflejo de mi angustiosa búsqueda por la seguridad, la que tú a mordidas, en mis labios me arrancabas de la piel. Esa fue la diferencia con la última vez, porque esa vez no fui yo contra la puerta, para tu sorpresa y también la mía había decidido no ser más una víctima, de tu placer.

– De haber sabido que había bienvenida habría venido antes – quisiste a bromas aliviar la prisa del ambiente, pero el instinto que habías despertado en mí me llevo a acallarte. Se intercambio el papel, esa vez fuiste tú el agua, y yo quien te bebí con sed.

No sé como terminamos en la sala, o si cerramos la puerta, de todas esas veces lo único que recuerdo es haber perdido toda mi conciencia, primero por entregada, y después por posesiva. ¿Recuerdas mi puritana inocencia? Antes de ti, cuando solo sabía aceptar.

– Déjate– ordenaste al enredar tus dedos en los míos, y elevar mis brazos sobre mi, me miraste a los ojos y sin decir mas nada me prohibiste tocar, tomaste mi cuerpo como conquistador a sus tierras, dominante y dictador; aunque también te recuerdo generoso, pero en honor a la verdad, no te atreverás a negarme que verme padecer fue siempre la principal causa de tu placer.

Que manera tan extraña tienes de hacerme... sufrir, siempre lento, con esmero, a mordidas, y entre risas. Me alegra saber que al menos fui una buen aprendiz, descubrí tus trucos y te obligue a inventarte unos nuevos, eleve tu juego cuando con poco tiempo, alcance tu nivel, cuando fue tu espalda chocando contra las paredes, cuando fui yo quien te forzó a no tocar.

Mirame – tuve que haber sonado muy segura porque obedeciste sin vacilar, no me había sentido tan poderosa ni siquiera sobre un escenario, con micrófono en mano viendo a más de cien mil almas cantando al ritmo de mi voz, no, nada se midió con la satisfacción, de hacerte llegar, de hacer que con tu agarre marcaras la madera en mi sillón, de pintar en tu mente el tejado de mi hogar, de forzar a tus pupilas en las mías y por un momento confundirme con tu otra mitad.

La memoria me traiciona, y esas noches hoy se han vuelto una, te veo en mi, me veo en ti, nos veo nuestros y aún así tan ajenos... en la lista de cosas que no me olvidare de recordar, siempre van a estar: la calma de tu respirar cuándo empezabas a bajar por mi escote, tu manos sobre mi tela navegando como un barco en alta mar, tu forma de temblar cuando descubrí en el lóbulo de tu oreja una debilidad, mis uñas en tus espalda, la euforia que me hacías sentir, las veces que arranque el control de tí, cuando por la fuerza de tu inconsciente aún sin querer me llamaste – Mayte– así, sin esa horrible tilde en la e, mientras descubríamos el clímax de este placer... vi en tu rostro el remordimiento de sonar común, pero si te sirve de consuelo te diré, que en ninguna voz, jamás, escuché mi nombre tan devorante de pasión.

Diría que esas noches fueron lo mejor de nosotros, pero eso sería desconocer el erotismo, que provoca me verte abrazado a la guitarra divisando en el horizonte el amanecer, sería despreciar el éxtasis que me produce tu manera de hablar, sería desdeñar de la hipnosis que me provoca tu simple forma de caminar... lo mejor de esos días, fue sin duda amarte de más, ¿lo peor? esa terrible y contaste angustia de el final.

Cada vez, que al terminar, te rendías en mi pecho, volvían a mi todos los miedos que habías advertido al empezar. Sabía que pronto te marcharías, y la duda recurrente era cuanto tiempo tendría hasta que llegara el final.

Hablabas mucho de día, de noche siempre poco, tu mente se llenaba de ideas que yo me moría por conocer, ¿En qué pensabas? ¿En lo paisajes que irías a ver? ¿En los amores del ayer? ¿En los del mañana, tal vez? Tu corazón bohemio, viajero y soñador, era el que me acerca a ti, y luego te arrebataba de mi. Como si fuera parte de una costumbre ya, volvíamos a lastimarnos al final.

– No sé si me gusta más de ti lo que te diferencia de mí, o lo que tenemos en común. – de nuevo tus citas y tus canciones, de nuevo Serrat... y con él otra vez nuestras discusiones.

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